Es más que evidente que los resultados de la votación presidencial que acaba de pasar dejó muchas lecciones.
Dolorosas para el PAN y el PRI y de satisfacción para MORENA y los partidos aliados que arrasaron en la votación.
Pero al margen de las sensaciones que los partidos sintieron, quedaron claras las siguientes lecciones:
Que la mitad de la gente de este país fue dogmatizada hacia el movimiento de Andrés Manuel López Obrador desde hace más de 12 años y que el resto de los partidos poco o nada hicieron para contenerlo.
Que la perseverancia, planeación estratégica y seguir las reglas de la mercadotecnia dio excelentes resultados.
También puso en claro que ni del PAN ni el PRI actuaron como verdaderos partidos y paulatinamente se constituyeron en organizaciones de “elites”.
También que los integrantes de dichas “elites” velaron por sus intereses, dejando al margen a la militancia de sus partidos.
Dejó de manifiesto que los candidatos ofrecen todo y de todo con tal de atraer la simpatía de los electores.
Que todo indica que el colectivo vota enojado, resentido y sin conocer la plataforma ideológica de los partidos.
Que el electorado puede ser conducido con un simple slogan de campaña.
Que al INE debe vigilar el cumplimiento de la ley electoral con más ahínco, porque a pesar de tantas denuncias o quejas de los partidos antes o durante la jornada electoral, son poco relevante las consecuencias.
Que los partidos ceden su autonomía a los candidatos y que estos, hacen y deshacen a su antojo, tomando poco en cuenta el desgaste de su partido cuando termina la contienda.
Que a pesar de que MORENA se ostenta como partido de “izquierda”, va a continuar con el modelo neoliberal que predomina en el mundo, como lo hacen mayoría de los partidos de izquierda que alcanzan el gobierno.
Que el programa de austeridad del nuevo gobierno a la larga pudiera degradar la participación en el sector público.
Que el gabinete de AMLO estará integrado por muchas personas con estudios de posgrado el extranjero.
Que la división social de México es evidente a pesar de los grandes esfuerzos que AMLO hace para evitarla.
Que la memoria es la función que le permite al cerebro, codificar, almacenar y recuperar la información voluntariamente.
Que una vez que pasó el “Tsunami” que resintieron los demás partidos ajenos a MORENA, debieron entender que la mitad del pueblo, los rechazó.
Que al PRI lo repudió la gente por ejercer un gobierno, que a pesar de haber hecho grandes obras y avances en lo político, nunca pudo comunicar bien, deshacerse de personajes que saltan de una cámara a otra, que muchos de los hombres importantes del régimen impusieran a sus hijos, familiares y recomendados en posiciones relevantes y por no exigir honestidad a sus servidores públicos en el manejo de los recursos públicos.
Que al PAN, por lo mismo y por presentar a un candidato irrespetuoso, que aniquiló a quienes aspiraban a su misma posición en su partido y por exagerar en sus propuestas hacia el electorado.
Que la memoria del colectivo imaginario fue el arma que MORENA utilizó contra sus adversarios para ganar su simpatía.
Que hoy la memoria de la gente registra los escándalos de los políticos, sus abusos y el incumplimiento de sus compromisos y, de hecho, los castiga.
También registra los aciertos en el ejercicio público y de hecho, los premia.
En 1989, el “padre de la gestión moderna”, Peter Drucker, pidió en su excelente obra Las Nuevas Realidades, utilizar el análisis sereno y la percepción para actuar en un mundo que se notaba cambiaría cuando la nueva administración y tecnología irrumpieran en cotidianidad de la humanidad.
El reto de AMLO es cohabitar con la mente abierta, evitar los prejuicios partidistas, matizar las ideologías y no olvidar las lecciones de la historia, porque sirven de orientación.
Albert Einstein sostuvo que “la memoria es la inteligencia de los tontos”.
Será el sereno, pero en la elección que acaba de pasar, vivimos la eclosión de la memoria.
Sí, la buena o mala memoria ganó la elección.