Todos los gobiernos intentan dejar un legado. Eso no es ningún misterio. Intentan dejar una impronta, una manera de hacer las cosas. Pero por lo regular, y dadas las condiciones del país, los cambios siempre son estéticos, no de fondo. Padecemos de una terrible falta de confianza hacia las autoridades, porque estas han demostrado ser abusivas en todos los niveles.
La lógica más elemental indicaría que si los niveles de confianza en las autoridades son bajos, las acciones de gobierno de manera lógica serían las de crear un marco que permitiese que el ciudadano común pudiese acudir a éstas, y que fuesen las instituciones las que sirviesen de árbitros en las disputas entre particulares y grupos sociales.
Pero sucede que contra todo lo que se pudiese pensar, las cabezas de las instituciones no son especialistas en las áreas en las que fueron nombrados secretarios o directores. México no se ha caracterizado por ser escuela de estadistas. Lo que producimos en números desproporcionados son ladrones de siete suelas.
La era de los tecnócratas que inauguró Miguel Alemán fue en muchos sentidos, (dado el cambio generacional de militares a tipos estudiados) un parteaguas en la historia del país.
Ahora bien, la historia del tecnócrata medio no podía ser otra que la del estudiante de universidad norteamericana, versado en los usos y costumbres del vecino del norte. La nueva tendencia a partir del presidente Alemán fue la de enviar a los cachorros de la revolución a instituciones de prestigio norteamericanas porque era fashion, porque un título de Harvard o Princeton vestía a la hora de escalar en los puestos de gobierno, como lo ilustraría Gabriel Zaid en De los libros al poder.
La fiebre de las maestrías y doctorados abrió un abismo entre el sentido común requerido para tratar con las particularidades de México, que como bien decía Octavio Paz, es un territorio donde conviven distintas épocas y distintas maneras de ver la vida. Un profesor Oaxaqueño no tiene las mismas armas que un profesor en Nuevo León o Jalisco.
El abismo entre un secretario de estado y un profesor normalista es quizá el más pronunciado en la historia. El gobierno de Peña Nieto ya puede ser considerado como el más mortífero para la educación en México. Y esto se debe a la educación de élite de sus funcionarios, en su mayoría de tez blanca que se piensan salvadores del país.
Esa es la razón por la cual Aurelio Nuño va dando bandazos y endureciendo su postura. Quizá sus asesores carísimos no han entendido que los profesores se aferrarán a sus conquistas sindicales porque les permiten mejores condiciones de vida. Y para su educación neoliberal haría bien yo en recordarle que el declive de los sindicatos en Estados Unidos incide de manera directa en el nivel de vida del ciudadano común. No es solo México, esta tendencia mundial que tiene ecos por todos lados, como la huelga general en Francia o los manotazos de las élites conservadoras en Sudamérica nos explican que esta manera de hacer política ya no funciona.
Haría bien en replantearse que objetivos persigue al castigar a los profesores del país. Su falta de sensibilidad ya cobró la vida de un profesor. Ya tiene las manos manchadas de sangre, y la postura de cientos de miles de profesores no variará.
Quisiera recordarle que la teoría del mínimo común denominador no funciona. Si le interesa en realidad hacer un cambio estructural en la educación en México empiece por ver cómo son tratados los profesores en países con altos niveles de educación. Vea la adoración que se le tiene a los profesores en Corea, y como se les paga, vea a los europeos.
Hacer cambios a la baja solo demuestra que los títulos universitarios y las grandes responsabilidades no están hechas para todos. Como diría Federico Campbell nuestros gobernantes muestran una mediocridad conmovedora. Señor Nuño, aún está a tiempo, déjese de pequeñeces y dedique su tiempo a cosas que valen la pena como la creación de infraestructura escolar, desayunos para niños que llegan a la escuela con los estómagos vacíos y mejores condiciones laborales para los encargados del futuro de nuestro país.