Es absurdo desaparecer los fondos para la cinematografía, con el fin de destinar ese dinero a las víctimas de la pandemia, cuando son los propios trabajadores del cine víctimas de la pandemia.
Apenas se celebró la 62 entrega del Premio Ariel, que otorga la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas, a lo mejor de nuestra cinematografía; en una modesta ceremonia celebrada y transmitida en vivo por el Canal 22, dentro de los legendarios Estudios Churubusco. Durante la ceremonia, la presidenta de la Academia, Mónica Lozano, reiteró la defensa del gremio a los fondos para producir cine, y dijo un par de cosas que bien pudieron salir de mi boca: “La cultura no debe pensarse como un gasto” y “Los creadores y trabajadores del cine mexicano no somos el enemigo”.
Es importante reflexionar en estas dos frases, porque justo la Comisión de Presupuesto y Cuenta Pública de la Cámara de Diputados (en su mayoría morenista) está por votar la desaparición del Fondo de Inversión y Estímulos al Cine (FIDECINE) y el Fondo para la Producción Cinematográfica de Calidad (FOPROCINE).
“El cine no debe pensarse como un gasto”
Puedo imaginar al presidente Andrés Manuel López Obrador frente a una carpeta de producción, diciendo (justificadamente), “setenta millones, ¿no es mucho dinero para hacer una película?” No, es lo mínimo para hacer una película. “Pero, ¿por qué es tan cara?” Por el costo del material y los procesos de laboratorio (sin contar salarios, la gasolina, la comida, el vestuario, la utilería, los requerimientos del staff, etc.) Quien produce una película, maneja una cantidad impresionante de dinero; no está jugando, espera ganar, como cualquier empresario.
Ninguna productora mexicana tiene dinero para producir una película por sí sola, busca la coproducción, la inversión empresarial y, forzosamente, los apoyos de IMCINE y FOPROCINE.
Se dice que Hollywood es “la fábrica de sueños”, mote que revela una gran verdad: el cine es una industria y le ofrece a la humanidad un producto que necesita, no digamos tan de primera necesidad (como el vestido y el sustento), pero que necesita todo ecosistema humano para poder funcionar de manera biológicamente normal: la vivencia de aventuras ficticias.
Todos hemos ido al cine, hasta el presidente (salvo una tribu apartada de la civilización, todos tenemos esa experiencia). La gente paga su boleto para ver una película porque su espíritu se eleva al adentrarse en historias que lo sacan de su rutina diaria, le proporciona placer, educación, vacía su habitual tren de pensamiento, se regenera, encuentra motivos para vivir y luchar. El cine es un negocio noble. No trafica con drogas, no trafica con personas, no trágica con influencias; trafica con ideas, mensajes, emociones, sentimientos.
Muchas veces he dicho, y puesto a debate, mi teoría de que, si el gobierno ofrece apoyos monetarios para producir películas, es con el fin de esas películas sean un éxito (es decir, que su apoyo es una inversión), por ello debería también obligar a las salas exhibidoras a proyectar cine mexicano, en las mejores salas, mínimo por un mes, para que la inversión genere ganancias (o mínimo se recupere).
Me han contestado que el Estado no puede meterse en la distribución y exhibición, porque estaría haciendo un monopolio de Estado. A ver, yo no he dicho que el gobierno desplace a las exhibidoras que ya existen, sino que detenga su costumbre de llevar las películas mexicanas a las peores salas, con los peores horarios, para que no alcancen el tope en taquilla y las manden a chiflar en la loma. Qué haga valer su autoridad.
Es patético que, durante la promoción de una película, el elenco artístico suplique que vayan a verla durante la semana del estreno, porque si no da el tope la sacan de cartelera. Esta cruel costumbre debe corregirse, para que los fondos para el cine no sean dinero tirado a la basura. Quitar las becas no es para nada la solución al problema.
El año del Covid, el mundo del cine se detuvo. No llegó el dinero. Se abandonaron los foros. Algunos que se arriesgaron a filmar tuvieron contagios. Las salas cinematográficas se cerraron, no entró nada por taquilla. Como Moisés esperando la ayuda divina para el sufrido pueblo judío, esclavizado en Egipto, así la comunidad cinematográfica esperó con resignación y paciencia una luz al final de los peores días de la pandemia. ¿Y con qué les salen? Con que van a desaparecer los fondos. ¿What? ¿Se les va a quitar el dinero del fideicomiso para devolverlo como ayuda a las víctimas de la pandemia?
“Los trabajadores del cine mexicano no somos el enemigo”
Nosotros no somos México Libre, no somos FRENAAA, no somos feministas radicales, nosotros no nos robamos el dinero y huimos como ratas a otros países, nosotros no tratamos de matar a Lydia Cacho, nosotros no construimos la Estela de Luz, no vendemos gasolina robada, no traficamos drogas, nosotros no obligamos a firmar renuncias a empleados ni robamos sus finiquitos (como Milenio Diario), nosotros somos gente honrada y trabajadora, deberíamos ser los consentidos de un gobierno de izquierda, porque hacemos arte (lo más libertario que existe) y somos proletariado (y lo que fabricamos no daña el medio ambiente).
Por el contrario, somos amigos, y llevamos mensajes similares a la gente, a través de un lenguaje que adoran, el del ensueño. En esta entrega del Ariel participaron muchas películas de denuncia, contra el narcotráfico, la corrupción, los feminicidios, la desaparición forzada: Ya no estoy aquí, Cómprame un revólver, Polvo, Chicuarotes, Mano de Obra, Sonora, Olimpia, Dalia sigue aquí, Las desaparecidas, etc.
Cuento aparte, nuestra cinematografía tiene un lugar destacado en el mundo (no somos como la selección mexicana), desde Emilio El Indio Fernández, hasta Carlos Cuarón (quien, por cierto, junto con Alejandro González Iñárritu y Guillermo del Toro, defiende la permanencia de los fondos de IMCINE). Somos una industria con peso, excelencia y tradición. ¡Hagamos que la Época de Oro sea grande otra vez!