Nota preliminar: en la primera parte de esta serie analizamos el debate entre Slavoj Zizek y Byung-Chul Han sobre las implicaciones del COVID-19, y vimos que aunque con muchas diferencias entre si, ambos coinciden en que la situación global representa una crisis para el sistema capitalista.
Otro pensador que analiza la situación originada por el COVID-19 como crisis del capitalismo es Giorgio Agamben, que se dice sorprendido por la facilidad con la que la gente dejó su cotidianeidad para aislarse en cuarentena. En “Reflexiones sobre la peste”, el italiano lanza la hipótesis de que “las condiciones de vida de las personas se habían vuelto tales que una señal repentina fue suficiente para que aparecieran como lo que ya eran; es decir, intolerables, como una plaga.”
En otras palabras, antes de la infección física, nuestra vida diaria nos tenía ya infectados e infectadas moral y psicológicamente. Por eso todos quienes pudieron -porque no todo mundo pudo-, corrieron a encerrarse en sus casas, para escapar de su realidad.
Byung-Chul Han, en cambio, piensa que la gente se encerró en casa porque experimentó pánico. En, “La sociedad del cansancio", escrito en 2010, aseguraba que el mundo posterior a la guerra fría dejaba detrás el “paradigma inmunológico”: la idea de otredad negativa de la que uno debe resguardarse. El rechazo a la otredad quedaría disuelto en el capitalismo tardío después de la guerra fría y la derrota de la URSS, la otredad amenazante de occidente.
El pánico se debería a que, de pronto, las personas se vieron enfrentadas a un peligro real que viene precisamente de la otredad. La idea de que “cualquier otra persona podría contagiarme" se vuelve insoportable porque el orden ideológico posmoderno no prepara al sujeto social para enfrentarse a un otro negativo.
Ambos autores difieren en la razón por la que el cuerpo social aceptó de buena gana el aislamiento social, pero parece claro que tanto Chan como Agamben coinciden en la idea de que no es normal que las medidas de seguridad adoptadas por los gobiernos hayan sido tan bien recibidas, al menos por las clases medias en occidente.
Para los dos, la emergencia tuvo un efecto, digamos, descolocador; hizo que los marcos de referencia de la sociedad implosionaran. Según el coreano, está implosión es un shock, un golpe de realidad sobre lo terrorífico de la otredad. Según el italiano, la pandemia fue un catalizador de un proceso que ya estaba en marcha: el cuestionamiento de occidente sobre lo agradable de su estilo de vida.
Podríamos comparar ambas visiones sobre la causa original del efecto social que tuvieron las medidas sanitarias impuestas por los estados, pero resulta más ilustrativo analizar por qué ambas explicaciones causales son tan diferentes. La noción que Zizek aporta en su obra “Acontecimieto”, nos sirve para darle una categoría a las reacciones sociales ante dichas medidas.
Para el esloveno, un acontecimiento refiere a un evento “que parece suceder de repente y que interrumpe el curso normal de las cosas”. El acontecimiento no tiene una explicación lógica porque hace que la realidad misma carezca de sentido; el orden simbólico de los sujetos se rompe y éstos quedan en presencia de lo Real, eso que está afuera de los sujetos y que no es posible interpretar mediante el lenguaje para introducirlo al espectro de la realidad.
Lo fastidioso de nuestra vida cotidiana (Agamben) o el terror inmunológico de la otredad (Han) son las causas de un efecto sin causa. Intentar especificar las razones de la aceptación generalizada del aislamiento social es, para Zizek, un esfuerzo vano, y es que en realidad “el espacio de un acontecimiento es el que se abre por el hueco que separa un efecto de sus causas.”
Sabemos que estamos ante lo que Slajov llamaría un acontecimiento justamente porque no podemos dar con las causas del efecto que queremos explicar. Eso que Zizek llamó “un golpe a lo Kill Bill al capitalismo” es, precisamente, un acontecimiento: un suceso inexplicable que trastoca un sistema a tal grado que lo pone en peligro de muerte.
Recordemos la metáfora sobre Kill Bill: el golpe (acontecimiento) no es suficiente para lograr la muerte del sistema. La muerte depende de que el sujeto camine cinco pasos, y somos nosotros quienes debemos hacerle caminar. Así terminamos la tarea que inicia con el golpe; le damos un significado al golpe mismo y logramos la muerte del monstruo.
La salida del horror de lo Real al que nos empuja un acontecimiento reside en el acto, que Hannah Arendt, en “Sobre la revolución”, entiende como una nueva significación de la realidad. El rasgo fundamental de una revolución consiste en que los actores sociales tomen conciencia de que ha sucedido un acontecimiento y asuman el papel histórico de crear una realidad radicalmente nueva.
El acto es asignarle una nueva realidad a lo Real, no buscar interpretarlo. Hacer la revolución es darse cuenta de que lo Real es inexplicable y preferir tomar acción políticamente para transformar el mundo, crear una nueva realidad, y, por ende, un nuevo lenguaje. Es atravesar la fantasía ideológica que escondía al horror de lo Real, y que se rasgó cuando se separaron los efectos de sus causas.
Ante el horror de lo Real, para Zizek “la respuesta no es el pánico, sino un duro y urgente trabajo para establecer alguna especie de coordinación global eficiente.” Es esa la forma en que crearíamos las nuevas relaciones políticas, sociales y económicas globales.
El esloveno piensa que el deber filosófico-político más importante no es proveer respuestas, sino formular las preguntas correctas. En eso coincide con Giorgio Agamben, que se permite un poco de optimismo al afirmar que “esto es el único hecho positivo que puede extraerse de la situación actual: es posible que, después (del aislamiento), la gente comience a preguntarse si la forma en que vivía era la correcta.”