Lo sabíamos desde hace años, pero en las últimas semanas ellos mismos lo confirmaron: intentarían utilizar las elecciones 2018 como distractor, como una cortina de humo que nos impidiera gozar del Mundial.

Intentaron minar nuestra devoción mundialista profetizando el desastre de la Selección, muy posiblemente con la complicidad del entrenador Juan Carlos Osorio, quien se encargó de maltratar con entusiasmo las expectativas del equipo.

Hasta hoy, víspera del cabalístico cuarto partido contra Brasil, no lo han logrado, los octavos de final monopolizan la emoción de millones y millones de compatriotas, mientras que la jornada electoral apenas despierta un poquito de morbo. Para suerte de ellos, no coincidieron el cuarto partido y el día de la elección, se salvaron de una goliza segura.

La atención nacional está en el México-Brasil del 2 de julio. La expectación y la zozobra giran en torno al balón, la incertidumbre y los miedos son por el poderío del pentacampeón, los insomnios y pesadillas obedecen más al terror de ser aplastados por los cracks brasileños, que al resultado una elección aburrida.

Hicieron un esfuerzo titánico para que la nación futbolera volteara a ver los spots, los debates y las urnas, para despertar el entusiasmo cívico. En su desesperación, nos recetaron acciones delirantes, como la tontería de equiparar lo sorprendente del triunfo ante Alemania con una posible voltereta en el resultado electoral: si los campeones del mundo iban adelante en las encuestas y perdieron, decían los candidatos más patéticos, entonces el puntero en las tendencias de voto también, puede caer.

Hasta hubo uno que organizó un mitin a la hora del México-Corea. Para darle tintes surrealistas al desafío, el acto tuvo lugar en un estadio de fútbol, pero ese intrépido candidato probó los amargos límites de lo político y recibió el castigo divino: sus huestes lo dejaron solo esa mañana, prefirieron quedarse a ver los goles del Chucky y el Chicharito.

Ellos tienen envidia de la popularidad del fútbol, de su ilimitada capacidad de convocatoria, de la pasión que produce. Las elecciones y la política no tienen cómo ganarle a la fiesta mundialista, incluso el primer debate presidencial peligró por coincidir con el horario de la final del balompié local.  

El Mundial va ganado de calle, las campañas se esfumaron en el imaginario popular desde la patada inicial. El triunfo nacional ante Alemania fue el acabose para los políticos. La política jamás ofrecerá la intensidad del contraste absurdo: en un mismo evento, México tuvo el resultado más glorioso al vencer a los campeones mundiales y el momento más vergonzoso desde Argentina 78 al ser goleados por Suecia.

Esa montaña rusa que nos llevó del cielo al infierno en pocos días es incomparable. México ha ido de lo sublime a lo ridículo en Rusia 2018, mientras que la política casi siempre va de lo ridículo a lo más ridículo.

En el fondo, todos tenemos la fúnebre certeza de que México sucumbirá ante Brasil, futuro campeón del mundo, el “ya sabes quién” de Rusia 2018. Lo sabemos, disfrutamos el inexorable dolor de ser desterrados del paraíso mundialista sin llegar al mítico quinto partido.

Pero el humor colectivo le pone buena cara la imposibilidad del triunfo y flagela a la política, con el chiste más revelador del verdadero amor del pueblo: “¿el México-Brasil es el partido más peligroso para el país? No, el partido más nefasto es el PRI… o el PAN, el PRD, MORENA.

Y eso que el amor por la Selección fue una práctica masoquista desde el primer mundial de 1930, solo recibíamos golpes y desilusiones por demás crueles. Hasta que en 1994 inició una luna de miel con una racha que estuvo a punto de romperse ahora: superar la fase grupos. Aunque desde hace seis Mundiales de octavos no pasamos, con esa modesta muestra de cariño y de virtud, el Tri y el Mundial seducen nuestros corazones mil veces más que la política.