En 2007 mi mamá sufrió cáncer de mama. Como era pensionada de Pemex se atendió en la clínica de Cadereyta, Nuevo León. En teoría, era una de las privilegiadas del sistema de salud en México. Reservaba sus consultas por teléfono, dos o tres días antes, desde las siete de la mañana, porque si no, le ganaban el espacio.
El día de la consulta, mi mamá se formaba en la fila de los pensionados. Esperaba varias horas su turno en la antesala de la clínica. Finalmente la recibía un médico con la misma cantaleta: “no hay medicamentos para su enfermedad, regrese luego”.
De no haberse atendido mi mamá su cáncer por su cuenta, ya no estaría viva. Por fortuna, sus hijos corrimos con los gastos. Años después le regresó el cáncer y por segunda vez la libró. Pero ya solo se atendía lo mínimo indispensable en la clínica de Pemex. Los procesos de atención médica en esa paraestatal están diseñados para desalentar pensionados: calculan que sale más barato desmoralizar gente que curarla. Al morir, te regalan el ataúd y el nicho donde descansarás para siempre. El resto se lo quedó Romero Deschamps y Emilio Lozoya, entre muchos otros.
Imagine el lector a los pensionados que esperaban en la antesala de la misma clínica, junto con mi mamá. Si a cada uno le hubieran preguntado: “¿le parece recibir un trato justo?”, todos hubieran dicho que no. Si les hubieran preguntado: “¿cree que el gobierno está haciendo lo suficiente por usted?”, todos hubieran respondido que no.
Yo estoy muy molesto con AMLO por la falta de medicamentos en el sistema de salud. Esa deficiencia no la tolero. Me parece inhumana. Me resulta muy injusta. Pero también estuve muy encambronado en su momento con Felipe Calderón y con Enrique Peña Nieto.
Sin embargo, la única alternativa política que tenemos, quienes no estamos de acuerdo con AMLO, es volver a Felipe Calderón. ¡Y el gobierno de Calderón fue el que abandonó a su suerte a mi mamá! Si por él hubiera sido, ella no estaría viva.
La cuestión entonces no es si debe cambiar el sistema de salud en México. Ni siquiera si merece desaparecer o no. Hay consenso de los mexicanos de que debemos hacer que funcione. Punto. Y esto no se logrará con los malos espectros del pasado, ni con los ineptos del presente. O formamos nosotros mismos una alternativa distinta, que le haga ver a los políticos lo que está pasando, o entonces sí habrá una revolución social.