El arribo de AMLO al poder ha borrado del mapa histórico al ideólogo más conspicuo del PRI: Jesús Reyes Heroles. Yo nunca he sido fan de nadie que se ostente como ideólogo, y menos de don Jesús, que murió en 1985, a los 63 años, víctima de un lento suicidio: el cigarro y el alcohol (cáncer de pulmón y cirrosis hepática). Sin embargo, reconozco en don Jesús a un símbolo ilustrado del sistema político mexicano, al que sin duda se esmeró más en servir que en reformar.
Para el promedio de vida actual en México (75 años), don Jesús no era viejo. Su vida se interrumpió abruptamente tras provocarse ambas enfermedades. Pero tampoco le interesaba gozar de una larga vida, sino disfrutar simplemente del alcohol y del cigarro. Y dar sus clases en la Facultad de Derecho de la UNAM, donde le apodaban “El Rey Heroles”, por ser sanguinario con sus alumnos.
Un periodista le preguntó a Winston Churchill el secreto de su longevidad: “habanos y whisky” respondió el viejo político inglés. Don Jesús no tuvo la misma suerte, pero sí el mismo propósito de vida: dejarse vencer por los placeres del paladar. Churchill olvidó añadir a su hedonismo el gusto sexual (solía seducir sirvientas). Y quienes conocieron a don Jesús, sabían que don Jesús era alcohólico, aunque nunca perdía el dominio de sí mismo. Solo una vez se le conoció un escándalo cuando lo pescaron orinando en Periférico a altas horas de la noche, práctica que se le volvió hábito. Ebrio, don Jesús cocinó en Gobernación la Reforma Política de 1977, se entendió con líderes duros como Fidel Velázquez (a quien apodaba en su propia cara como “el ahuehuete”), y regañaba a sus alucinados jefes, que casualmente solían ser Presidentes de la República como Echeverría o López Portillo (no Ruiz Cortines porque fue el único mandatario con sentido común en el México posrevolucionario).
Don Jesús siempre fue austero (odiaba el golf, los carros de colección, los yates y cualquier otro lujo propio del típico político) y era severo hasta la ignominia. Una vez corrió de una cena a un subordinado, frente a los demás comensales, luego de lanzarle indirectas hasta el momento en que sirvieron los platillos: “yo no como con traidores, váyase de aquí”. Su afición era la lectura, la plática cultural de sobremesa y dictar (no solía escribir porque era torpe con las manos) libros de derecho e historia, como su monumentalmente aburrido “El liberalismo mexicano”.
Su hijo, Federico Reyes Heroles ha escrito páginas curiosas sobre su peculiar padre: una día como cualquier otro, don Jesús pidió a su esposa y su dos hijos que se sentaran en la sala de su casa. Desencajado, les soltó la mala nueva: “me voy a morir”. Luego se marchó de su casa para citarse con el Presidente Miguel de la Madrid (su antiguo alumno de facultad). Don Jesús le dio su renuncia como Secretario de Educación y se fue resignado a morirse. Una muerte prematura. ¿Pero cuál muerte de un ser humano que no sea un criminal, no es siempre prematura?