Muchos alcaldes heredan el poder a sus familiares, especialmente a su pareja. Estos gobernantes pretenden acomodar en la boleta electoral del próximo 6 de junio a esposas e hijos, padres y hermanos. Se dan el lujo de heredar el poder a sus parientes cercanos; en no pocas ocasiones a sus amantes. Son los reyezuelos municipales.
En vez de una corte palaciega que los adule, cuentan con séquito de guaruras bien pertrechados. Casas bien vigiladas, ranchos bien custodiados. Porque esta herencia maldita siempre ha existido en las zonas rurales. Y en las urbanas. Son como virreyes de cartón; es la farsa de la monarquía municipal que subsiste sin distingo de partidos ni tendencias ideológicas.
En Nuevo León también existe este mal. Pasa en el Norte el mismo fenómeno aberrante que en el resto del país: parejas sentimentales que se rolan en los municipios: “primero tú y luego yo y luego tú otra vez”. O alguno que otro prestanombres: juego de las sillas en sucesiones de parientes. Todo queda en familia.
Lo mismo pasa en Cerralvo con Baltazar Martinez que quiere traspasar la alcaldía a su padre, del mismo nombre. Y en El Carmen donde el alcalde Gerardo de la Maza quiere cederle su silla a su esposa Linda Melissa Díaz. Hay por lo menos cinco casos semejantes a estos. El mismo esquema de relevo entre parientes.
¿Cómo podría operarse una buena fiscalización del alcalde que entra al alcalde que se va, si se solapan mutuamente? ¿Si se protegen entre ellos? Esto, sin contar con los alcaldes que pretenden acomodar a su esposa en una diputación local o federal. O más arriba. Si esto no se frena, si no se detiene de una vez por todas esta tendencia espantosa de deterioro de la política, al rato veremos gobernadores o gobernadoras compartiendo con sus parejas la silla del poder.
Nunca con mayor razón, a los edificios donde despachan los alcaldes y sus fieles funcionarios, se les llama Palacio de Gobierno. Palacios que no son de oro, pero sí minas de oro; fuente de riqueza para parejitas poderosas tan abusivas con la gente y tan gandallas de los bienes públicos. Hay qué defenderse de ellas. A la brevedad.
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