El Presidente Andrés Manuel López Obrador está nervioso. Las cuentas nacionales y la amenaza de una recesión global han puesto en evidencia lo poco que entiende de economía y la falta de una estrategia que nos permita enfrentar la crisis financiera que está por venir.

Si bien una eventual recesión internacional lo ayudaría a justificar la falta de resultados de su gobierno, lo cierto es que le incomoda no entender los orígenes de esta crisis –que ya se refleja en la devaluación del peso, la caída de la Bolsa y la disminución de sectores clave como el empleo y el consumo-.

Los indicadores económicos no están alineados a su proyecto político y eso lo pone mal.

Cada vez son más las señales que indican que podríamos estar cerca de una nueva recesión mundial: la guerra comercial entre Estados Unidos y China, el desplome del crecimiento económico de los gigantes de Europa –Alemania, Francia e Inglaterra, principalmente-, y que la expansión económica de Estados Unidos está por concluir. Ante ello, las economías del mundo toman previsiones, dialogan entre ellos y buscan acuerdos que eviten la recesión económica. Eso hace el G-20 y otros mecanismos de cooperación a los que el Presidente se niega asistir, usando la política del avestruz como estrategia de relaciones exteriores.

Mientras, en México crece el desempleo y baja la inversión; el gobierno interpreta el subejercicio presupuestal como ahorro; y los inversionistas se alejan ante la incertidumbre de la voluntad unipersonal en los grandes proyectos de infraestructura.

La economía está enferma.

Tenemos el peor crecimiento económico en una década, la inversión pública es la más baja en 18 años, hay la peor inversión bruta en diez años y hemos perdido más de 71 mil empleos en sólo 8 meses.

Sin embargo, ante la amenaza de la recesión, el gobierno de López Obrador ha sido más práctico y ha recurrido a una solución fantástica para enfrentar esta crisis: “tocar madera” y dejar todo en manos de la buena voluntad del destino.

Además, el Presidente presume que gracias a que las remesas de nuestros paisanos alcanzaron una cifra récord, el país no tiene problemas financieros; la migración que tanto criticó ahora es el soporte económico de la 4T y la tabla de salvación ante la crisis.

En las últimas semanas, el Presidente López Obrador ha pronunciado una serie de frases que muestran su frustración y exhiben la falta de preparación del gobierno.

Primero afirmó que no es posible dejar el manejo de la economía a un economista, ya que sería como encomendar la paz de un país a un militar. La expresión no sólo explica la naturaleza de sus decisiones sino que muestra su ignorancia sobre las funciones que realizan unos y otros.

Privilegiar las decisiones políticas sobre las económicas es un paso el falso para encubrir un populismo fracasado.

Más tarde, aseguró que para ser un buen servidor público, se requiere un 99% de honestidad y sólo un 1% de capacidad.

La expresión presidencial fue una justificación involuntaria de la poca capacidad que ha mostrado su gobierno en cuestiones fundamentales como la economía, la seguridad, la salud y el desarrollo social.

Pero llegaron los nubarrones de la crisis y el Presidente no pudo contenerse: acusó al Banco de México, responsable de la política monetaria del país, de opinar más de la cuenta; irónico, dijo que “es mejor que usen a plenitud las libertades, su autonomía, que tengan la arrogancia de sentirse libres”.

La autonomía de Banxico y otros organismos públicos no es un acto de arrogancia; son el contrapeso al Presidencialismo unipersonal que intentan imponer. La arrogancia es un atributo de los dictadores, no de las instituciones.

La última perla fue “tocar madera” para descartar una posible recesión global, ante las caídas en las bolsas de valores en diversos países. “Nosotros hemos tenido fortuna, hemos tenido suerte y la suerte cuenta”, dijo el Presidente.

Si atendemos la lógica del López Obrador, ante la inminente llegada de una recesión global, ¡que Dios nos agarre confesados!