En 1919 Plutarco Elías Calles decretó como día del maestro, en el estado de Sonora, el 22 de mayo. Por ello, las autoridades educativas del Estado presentaron el libro Morir enseñando, del profesor Ricardo Aragón Pérez. Dada la importancia que tiene el texto para docentes, estudiosos de la educación y público en general, me propuse difundir su contenido para animarlos a su lectura. El libro caracteriza la profesión docente en Sonora de mediados del siglo XIX y de principios del siglo XX. Su importancia radica en que retrata las vicisitudes de quienes optaron por dedicarse al magisterio, así como las precarias condiciones laborales, salariales y materiales en que se ejerció esta profesión en el nivel de primaria.
Las fuentes de consulta fueron manuscritos originales del Archivo Histórico del Estado y de la biblioteca de la Universidad de Sonora. Especial atención puso el autor en los expedientes de las escuelas y en los escritos y correspondencia de los maestros, que exponían lo que sucedía en las escuelas y en las que se quejaban de la falta de apoyo por parte de las autoridades para resolver sus problemas cotidianos: ausentismo de los estudiantes, contrataciones, irregularidad en los pagos, aumento de sueldo, jubilacione, etc. Es interesante hacer notar que la gran mayoría de esta correspondencia se dirigía al Gobernador de Estado. En síntesis, estas cartas y escritos retratan, de manera detallada, el sentir de los docentes de primaria en cuanto a sus expectativas, aspiraciones, frustraciones, satisfacciones y angustias.
El libro consta de siete apartados, que abordan los siguientes temas: el titular de la secretaría de educación y del despacho del gobierno estatal; las políticas y estrategias de financiamiento y su forma de distribuirlo en las escuelas; la conformación de las escuelas primarias; las condiciones deplorables de los locales que ocupaban los centros escolares; la política salarial en su etapa fundacional; las primeras acciones del gobierno para reconocer materialmente a las docentes; y, las características de los docentes que tuvieron a su cargo las escuelas del siglo XIX y de principios del XX.
El autor resume los resultados de su trabajo, señalando lo siguiente:
1. La gran mayoría de las quejas y peticiones que hacían docentes y directores de primarias se dirigía al jefe del ejecutivo. Sin embargo, eran los secretarios de gobierno quienes se enteraban de dichas peticiones y quienes intervenían al respecto. Es decir, los secretarios de gobierno fueron los funcionarios centrales de la gestión educativa.
2. El gasto principal de las escueles era el salario de los maestros. Su financiamiento provenía de los distintos órdenes de gobierno y de los padres de familia. Se puede decir que casi todas las escuelas operaban con recursos deficitarios y sus profesores trabajaban en condiciones inseguras y precarias. Además de no contar con infraestructura adecuada, no se disponía del personal preparado para impartir la enseñanza de manera eficaz.
3. Aunque la normatividad establecía las características físicas de las escuelas y de sus espacios (salones de clase, patio, calabozos para estudiantes, etc.), la inmensa mayoría de los planteles no contaba con espacios suficientemente, amplios, ventilados, iluminados e higiénicos.
4. La queja más recurrente de los docentes fue la política salarial y su mala implementación. Los sueldos de los docentes no eran suficientes para cubrir sus necesidades materiales; condición que se agravaba por los largos periodos sin recibir remuneración y por los recortes salariales arbitrarios, además de que no pocos funcionarios malversaron los escasos recursos asignados a las escuelas. Incluso, hubo autoridades que retuvieron el salario de algunos docentes por meses o años, como forma de castigo.
5. Bajo estas condiciones, muchos maestros impartieron clases por poco tiempo y muchos de ellos nunca recibieron remuneración alguna por su trabajo. Sin embargo, hubo otros que le dedicaron su vida entera al magisterio, hasta que su edad o su salud se los impidieron. Pocos pudieron gozar de los beneficios sociales de haber sido reconocidos por su trabajo, de recibir pagos vacacionales, jubilaciones y servicios básicos de salud.
Los pioneros del oficio de enseñar no estaban preparados para cumplir cabalmente con su misión, pudiendo salir adelante solo con base en la práctica pedagógica. Se trata de una generación de pioneros de la enseñanza que fueron orillados a trabajar en condiciones deplorables y retribuidos con salarios miserables.
Esta historia de “morir enseñando” es un ejemplo de lo que debió haber sucedió en todo el país a finales del siglo XIX y principios del XX. Seguramente, en la actualidad, en algunas localidades es una historia que sigue vigente y que se le debe dar atención con urgencia.
***El autor es Presidente del Consejo Directivo de Métrica Educativa, A.C.