La filosofía tiene mala fama en nuestro sistema capitalista. Se considera, en el mejor de los casos, divertimento de filántropos millonarios; en el peor, herramienta de bohemios, inútil para satisfacer ninguna demanda laboral real, y para resolver cualquier problema que merezca la pena ser resuelto. Esta triste claudicación de la búsqueda de la verdad (que eso es la filosofía, y punto) dice mucho de nuestra era y de nuestra formación, no del valor intrínseco de la ciencia que posibilitó la creación de todas las demás. Esta pobreza intelectual generada por la sociedad del espectáculo ha hecho que la pandemia de coronavirus llegue en un momento delicado: las recomendaciones médicas y científicas dependen para su exitosa instrumentación de una comunicación eficaz e inmediata, y de una internalización responsable por parte del destinatario de dicha información. En la época de la posverdad, la sobre oferta de mensajes sin verificar y el megáfono de las redes sociales que no se reserva derecho de admisión, nunca había sido tan fácil llegar a todos y tan difícil convencerlos de que lo que se transmite oficialmente es verdadero.

El asunto es el siguiente: la filosofía no sirve para responder ninguna pregunta, salvo las que realmente importan. Sus cuestiones son incómodas, siempre, para el status quo, porque a diferencia de otras disciplinas sociales, aquella no se conforma con operar dentro de ciertos parámetros; no acepta que haya una esfera de lo “indecidible”; ante ella ninguna petición de principio está a salvo. No es casualidad, entonces, que algunas de las personas consultadas sobre el impacto de la crisis de COVID-19 sean pensadores en el sentido más puro del término. Mientras los profesionales de la salud utilizan todo el conocimiento social acumulado para lidiar con los efectos más próximos y urgentes de la enfermedad, los economistas y politólogos proyectan escenarios para prever y paliar los efectos sociales y económicos que sobrevendrán (aunque ya se sienten). Todo ello es necesario, apremiante. Pero cada vez más gente se pregunta: “¿Y cuando pase la crisis, qué?” Muchas personas intuyen que esta coyuntura deja al descubierto la fragilidad de un arreglo político y económico que se veía como inevitable.

Yuval Harari, siempre interesante, dice que los dos binomios que se le presentan a la humanidad con esta crisis son los siguientes: empoderamiento ciudadano contra control policíaco, y solidaridad social contra aislamiento individualista. En el primer caso, es inquietante lo fácil que algunos países (pueblo y gobiernos) son capaces de ceder toda su libertad, sin chistar, y sacar a la policía a las calles para arrestar a cualquiera…por estar en la calle. Hablamos de países que llevaban décadas presumiendo su estadio democrático y socio económicamente avanzado. El pretexto rápido es que es una emergencia. De acuerdo, pero ¿por qué se consideró necesario el control absoluto, coercitivo, en lugar de la confianza en ciudadanos con un buen historial de cumplimiento de las normas, para que las acataran espontáneamente? La respuesta no es obvia.

En segundo lugar, pero en enorme relación con la cuestión anterior, es inevitable notar que los discursos de integración global, cosmopolitismo y derechos humanos universales, en circunstancias críticas, son sólo eso; discursos. El aislamiento de cada país, las restricciones de movilidad de sus ciudadanos sobre todo respecto de otros países primero, y el intento de politizar el surgimiento del virus entre China y Estados Unidos, evidencia que los nacionalismos están más vigentes que nunca y sólo requieren un pequeño empujón para estallar, también, con toda su virulencia. Esta es una etapa de preguntas, no de respuestas, pero hay que hacernos las preguntas adecuadas. Termino con un detalle que pasará desapercibido en los grandes medios. Se están compartiendo en redes sociales fotografías de pequeños negocios de alimentos que ponen en exhibición, de forma gratuita, algunos productos para que las personas que los necesiten los tomen. Medianas empresas han enviado a sus empleados a casa con parte de su sueldo y están ofreciendo cupones de consumo anticipado para hacerlos valer cuando pase la jornada de distanciamiento social. Supermercados enviaron a los empacadores adultos mayores a casa con despensas, ayuda económica o programas como donaciones de los clientes que ellos igualarán. Naturalmente también están los otros, los vergonzosos ejemplos de la actitud contraria, que no es necesario mencionar porque ya son famosos, también, en los medios y en las redes, por mezquinos y abusivos. Lo “natural” en el ser humano, según los humanistas del renacimiento, son las dos cosas. Es la dualidad, y por ende no hay destino, sino decisión. ¿De qué lado decidiremos estar cada uno de nosotros durante y después de esta tragedia?