Este es un término que me parece adecuado para describir lo que nos pasa a los mexicanos. Una suerte de mecanismo de defensa ante la desesperanza causada por la endémica impunidad que padecemos.

Toda ilegalidad se evapora ante los mecanismos de la demagogia y la inacción gubernamental. Por lo tanto, decidimos que, ante la contundencia de las pruebas y su falta de castigo, la creatividad en la burla nos ampara.

Las redes sociales se han convertido en un mecanismo que canaliza las frustraciones de la masa, semejan a los fuegos artificiales, al inicio, explotan con gran estruendo, para luego irse perdiendo en la oscuridad de la noche. La exhibición del culpable, satisface al sujeto detrás de la pantalla, pero abona poco al cambio necesario de la sociedad. Con esto no quiero decir que sea del todo inútil la circulación de las trapacerías de los políticos. Ya un par ha caído.

Existió de siempre, una asimetría en la divulgación de la información. Los gobiernos gozaban del total control de esta. Hay nuevos elementos en esta guerra por la percepción pública. Son elementos muy sofisticados. El nuevo big brother llegó para quedarse por medio de un teléfono inteligente. Los algoritmos que predicen los comportamientos humanos son cada día más certeros.

La masa los ha aceptado sin chistar. Todo un universo en la palma de la mano que permite encontrar personas con los mismos intereses del otro lado del planeta, geolocalizadores a los cuales accedemos gustosos indicando nuestra exacta ubicación, proliferación de programas espías y un largo etcétera. Esto da como resultado  una tendencia a  la uniformidad de muchos  comportamientos.

El mexicano siempre ha tenido ese sentimiento comunitario. De las fiestas patronales hemos pasado a las fiestas virtuales, celebraciones e indignaciones colectivas. Pero el renovado espectáculo de la impunidad ha elevado los parámetros de nuestro cinismo. Este show carnavalesco donde los políticos apuntan a ser figuras del jet set. El efecto aspiracional de la carrera política, donde el mantra más poderoso dice que un político pobre es un pobre político, dice mucho de nuestra psique.

Nuestra disfuncionalidad social abreva del espectáculo del gandalla. Todo mexicano lleva un gandalla adentro, ese gandalla hiberna hasta que le llega la oportunidad. La inmensa mayoría ha iniciado la carrera de lame culos deseando algún día convertirse en el recipiente.

Por eso, la impunidad es la normalidad, es una forma de comportamiento aceptada. Un elemento cultural que engrasa los engranes del sistema. Y nuestra respuesta es la del cínico, porque no tiene la oportunidad.

Esta falta de consecuencias, derivadas de una estructura sistémica que las alienta, hace que ante el robo respondamos con burla. La indignación es un elemento reciente y aun en desarrollo. Cuando la indignación se convierta en un elemento de poder, entonces la corrupción y la burla hacia esta perderán todo sentido. Y daremos el siguiente paso hacia una sociedad madura. Dejaremos de ser el eterno adolescente que se ríe de todo. Porque merecemos una mejor sociedad. Y la indignación acompañada de presión en todos los frentes es un elemento clave. Un abrazo.