Hace algunos años mi hija adolescente me pidió dos regalos. Uno era el disco de Panda (esa banda que tenía un vocalista al que parecía le apretaban los testículos cada que cantaba) y el libro del buen Jordi. Le di una hojeada y me pareció inocuo. También me pareció divertido que el patiño de Adal Mamón-es le entrara a la escribida. Entendí que había un mercado y una muy buena estrategia de marketing.

Lo que me parece curioso es la indignación de algunos (o muchos) escritores por los honorarios que hoy son públicos por su participación en la feria del libro de San Luis Potosí (o lo que sea). Porque no es tanto lo que cobra sino la clara lectura de todo este asunto. La primera, el aún inmenso poder de la televisión para generar líderes de opinión, y la segunda, la penosa falta de visión de los organizadores de las ferias.

La televisión tiene lectores de noticias a los que algunos llaman intelectuales, y el gremio cultural pocas ganas de unirse. Es claro que el acto de escribir está disociado del éxito económico, no que no sea algo a lo que se pueda aspirar (vivir de la escritura) pero en nuestro país difícilmente se puede.

No estoy para juzgar la calidad literaria del señor Rosado. Sus libros no alcanzan para eso. Pienso más en el sistema que permite este tipo de lapsus brutus, sin saber que todo lo público se juzga con lupa, y más en estos tiempos de redes sociales.

Schopenhauer lo resumiría de manera magistral:

“En todos los tiempos hay dos literaturas, paralelas y opuestas: una real y una aparente. Aquella llega a ser la literatura permanente, hecha por hombres que viven para la ciencia y la poesía, avanzando seria y acompasadamente, pero con mucha lentitud, produciendo en Europa una docena de obras por siglo, pero obras que quedan. La otra literatura está escrita por hombres que viven de la ciencia o poesía: llenando todos los años el mercado con muchos miles de obras, pero al cabo de algunos años se pregunta: ¿dónde están las obras? ¿Dónde está la gloria tan rápida y ruidosa? Puede llamarse a una literatura permanente y la otra pasajera.”

Jordi Rosado es banal, y popular, porque la inmensa mayoría de los habitantes de nuestro país lo son. Lo que escribe significa la ilusión de una clase baja con sentimientos de clase media que quiere sentirse nice. Quieren encajar basados en los modelos promulgados por la televisión.

Los mayores vendedores de libros para hispanos en Estados Unidos son los lectores de noticias. Si no pregúntenle a Jorge Ramos. Ha hecho muchísimo dinero explotando su imagen.

También a los que critican a Jordi Rosado habríamos de preguntarles de qué lado  de la literatura Schopenhaueriana se encuentran. Lo cierto es que la banalización de la literatura llegó para quedarse. Me sorprende que algunos apenas se den cuenta.