Libertad no es libre albedrío. Él sólo puede entenderse en positivo, como dación, concesión o permiso; una facultad otorgada desde una potestad superior: dios (así en diminutivo, como sustantivo simple que no tiene nombre propio, tanto como decir agua o tierra).

El libre albedrío es una noción cristiana; el cristianismo desconoce a libertad, su esencia (como toda religión) es la esclavitud de la razón. “Solo el sabio es libre y todos los malvados son esclavos, ya que la libertad no es más que la autodeterminación, en tanto la esclavitud es la privación de la autodeterminación” (los estoicos).

La libertad en cambio, se entiende y se siente en negativo: la ausencia de límites. Partamos de la libertad común, una razón que indica la abolición de ataduras e impedimentos. Libertad como condición lingüística que permite entender que algo no tiene barreras ni  impedimentos, es libre: las aguas del rio se liberaron cuando se rompieron las paredes de la presa y todos corrimos libremente buscando liberarnos de las aguas desbordadas y libres.

El concepto libertad sirve para comprender la ruptura sobre cualquier control o atadura física. Sin embargo, la libertad no se agota ahí. Cuando transitamos de la física a la ética, la libertad involucra a la voluntad (al ser humano), a la autonomía de la voluntad y la necesidad; entonces hablamos de autodeterminación o de autocausalidad en el ser humano: la libertad como ausencia de condiciones y de límites en el hacer del ser humano y en su repercusión respecto de otros seres humanos y otras entidades vivas o no orgánicas (Daniel Dennet lo plantea magistralmente en  Contenido y Conciencia y en La  Libertad de Acción, voluntad y conciencia).

Explicar la autodeterminación y la autocausalidad nos lleva a dos preguntas: ¿Cómo me determino a mí mismo? y ¿Cómo soy la causa de mis actos?

La autonomía de la voluntad responde desde el individuo mismo en un individualismo absoluto: yo soy el constructor de mi mundo y el actor fundamental de mis actos. ¿Será cierto?

En un sentido primigenio sí, todo es autodeterminación y autocausalidad. Pero cuando transitamos del génesis al éxodo, lo humano se construye también desde la influencia externa. ¿Entonces, la libertad se anula cuando recibimos órdenes, nuestras propias órdenes en la moral o las órdenes heterónomas en el derecho?

Aquí la libertad transita de la autocausalidad a necesidad en la autodeterminación en el mundo, este visto como la totalidad física y ética que nos envuelve desde que nacemos desnudos y sin derechos (sí, sin derechos, los derechos se crean y se otorgan desde las relaciones de poder racionalizadas). Un ser humano individualizado y solo, que toma determinaciones por si sólo pero inmerso e influido la totalidad en la que su vida es.

El ser humano entonces pertenece al mundo, a una totalidad de cosas, hechos, ideas y voluntades: el derecho y la moral como controles de la libertad o la autodeterminación controlada por la física. Estoy sujeto y limitado por el mundo.

¿Puedo romper con esas limitaciones? ¿Transgredir reglas?

Sí, no solo romper y transgredir, puedo crear nuevas reglas, paradigmas que desde la libertad modifiquen y transformen a la voluntad y al mundo desde la necesidad.

En el siglo XIX la sodomía era un delito, hoy ya no lo es. No sólo no lo es, transitamos a la creación de nuevas instituciones que al defecto del pasado lo definen como regularidad o como virtud. Homosexualidad, Transexualidad, Intersexualidad, como hechos relevantes en donde la libertad como necesidad y autodeterminación construyen una nueva ética sujeta a la nueva totalidad del mundo. Una libertad condicionada, sujeta y finita.

Por eso el libre albedrío no sólo es antilibertario, estorba. Obstaculiza a la libertad como autodeterminación y autocausalidad. En su monoteísmo primitivo el cristianismo (al igual que el judaísmo y el islam) pone al ser humano en un mundo no diseñado por él. Un mundo en el que es obligado a jugar con reglas de facto de un dios inmaterial que no obligan a ese dios. Dios puede violar impunemente sus propias reglas (legisladas desde una razón no cuestionada). Él puede probar al hombre (Job) sin ningún miramiento y sin someterse a ningún imperativo categórico, es impune y corrupto por naturaleza, puede jugar cual niño caprichoso con los seres humanos: es perverso. Ordena: eres libre en razón de las reglas que yo te impongo, libre albedrío.

¿El Estado se puede comportar con nosotros como dios con Job? El Estado Democrático de Derecho, no.

Dios es absoluto, no obedece reglas, es inmoral, antiético y autocrático. Un poder en sí mismo sin control alguno, una voluntad caprichosa que si lo desea puede ser amoroso o vengativo y malvado. Así, le ordena a Josué exterminar a los cananeos o maldice a la pobre higuera solo por darle fruto.

El Estado en cambio, es una limitación del poder, un ente jurídico, está sujeto a reglas, solo puede hacer lo que las reglas le permiten, no es absoluto y no puede violar sus reglas. Tiene límites, desde la forma en que se relaciona con la persona individual y con la colectividad: La Constitución. Las personas tienen derechos frente el Estado, los mortales no tienen derechos frente a dios y dios no tiene deberes. Por eso, nuestra vida no está sujeta a dios, dios está muerto, dios no es importante, no es necesario: tenemos derechos humanos.

Libertad es autodeterminación, el libre albedrío libertad condicionada. Por eso, los derechos humanos solo se pueden entender como autodeterminación, no como libre albedrío. Esta y no otra es la razón de un Estado laico, el pleno ejercicio de la libertad como autodeterminación y como necesidad en la autocausalidad.