Hay quien sostiene, no sin ironía y picardía pero con visos de verdad, que el mejor promotor de la campaña presidencial de López Obrador fue Enrique Peña Nieto.
No hay duda que el desgobierno criminal de Peña Nieto generó un número de agravios tan grandes en contra del pueblo que incrementó la inconformidad ciudadana a tal grado que el 1 de julio, el pueblo de México votó de manera masiva por sacarlo del poder.
Pero esa sería una caracterización superficial. En el seno de nuestro pueblo se venía madurando una voluntad de cambio desde 1988. Ahí se dio el primer quiebre del sistema político mexicano.
El régimen tuvo que realizar un enésimo fraude electoral para imponer a Carlos Salinas de Gortari. En 1997 hubo un nuevo quiebre cuando, por primera vez en la historia del siglo XX, el PRI perdía la mayoría y el control de la Cámara de Diputados.
En el año 2000 se abrió el camino para una transformación que fue desperdiciada y traicionada por Vicente Fox Quesada. En 2006, el pueblo volteó nuevamente hacia la izquierda y le dio el triunfo en las elecciones presidenciales a López Obrador, pero un nuevo fraude electoral cerró el camino a la voluntad transformadora impulsada por nuestro pueblo.
Durante todos estos años, en paralelo, diversas luchas sociales y políticas se desarrollaron a lo largo y ancho del territorio nacional. Para el 2012 se volvieron a concentrar las esperanzas en la izquierda y el fraude electoral volvió a imponerse.
El sexenio que termina el último día de noviembre de este año, ha sido trágico para nuestro pueblo y para nuestra patria. No haré un recuento de los agravios pues es innecesario, pero insistiré en que 30 millones de mexicanos apostaron a un cambio profundo en el país apoyando a López Obrador para la presidencia, con un 53% de los votos emitidos y dándole a la coalición que lo apoyó, casi dos tercios del Congreso mexicano, todo lo anterior, según cifras oficiales.
Durante su campaña, López Obrador anunció que haría lo que está materializando. Hoy, en un artículo escrito para el diario Reforma, Jesús Silva Herzog Márquez, realiza un enésimo ataque contra el virtual presidente electo y se duele de la política de austeridad anunciada por el próximo presidente de la República.
Miente al decir que le baja el salario a decenas de miles de funcionarios.
Como en cada cambio de gobierno, aun cuando el nuevo presidente sea del mismo partido, esos miles de altos funcionarios dejan de colaborar con el nuevo gobierno. Lejos estaría López Obrador de bajarles el ingreso a quienes no colaborarán con él.
Tampoco impone a los nuevos funcionarios la política de austeridad.
Ésa la decidirá el Congreso mexicano y esa es una exigencia del pueblo en México, es uno de los mandatos recibidos el 1 de julio con el voto de la gente.
Por cierto, es una de las demandas que más impulsaron medios como en el que escribe Silva Herzog Márquez.
Los medios en general y en especial los medios de la derecha, han impulsado una política permanente de denuesto al Congreso y de señalamiento sobre los altos ingresos de sus integrantes. Hoy, que verán coronados con éxito sus esfuerzos de denuncia, se sorprenden.
Quizá se espantan porque han actuado con hipocresía. Lo que ellos querían era la subordinación del Congreso mexicano, sin embargo lo que tendrán, es un Congreso austero que estará al servicio del pueblo.
No dejo de reconocer que las exigencias de austeridad son correctas en un país tan desigual. Cuando fui diputado federal en 2009, doné la mitad de mi salario, renuncié al seguro médico privado y al seguro de vida.
Pero tampoco dejo de observar que esa política de austeridad abre un sesgo despolitizador. Un desprecio al trabajo político, un menosprecio a la tarea de servir al pueblo, pero esa reflexión requiere de otro espacio exclusivo para ello.
Por otra parte, Silva Herzog Márquez se escandaliza de la disminución de salarios a la alta burocracia, pero le deja impasible que cinco de cada diez niños vivan en pobreza extrema. Le tiene sin cuidado que tres y medio millones de niños trabajen, según cifras oficiales. Le importa un bledo que ochenta millones de mexicanos vivan en la pobreza y la mitad de ellos en pobreza extrema. Le resulta totalmente indiferente que la inmensa mayoría de los adultos mayores carezcan de una pensión, y que recibirán un modesto apoyo de 1500 pesos al mes, mientras un ministro de la corte gana 650,000 pesos mensuales.
Siendo Ernesto Cordero, Secretario de Hacienda del gobierno usurpador de Felipe del Sagrado Corazón de Jesús Calderón Hinojosa, le reclamé que hubiese 40 millones de mexicanos viviendo en pobreza extrema. Me respondió con absoluta arrogancia que no eran cuarenta sino cinco los millones de mexicanos en pobreza extrema.
Le contesté que faltaba a la verdad pero que, no debería haber un solo mexicano que viviera en pobreza extrema, mientras él recibía tres mil pesos diarios sólo por concepto de comida.
Son insultantes los salarios de la alta burocracia, de los representantes populares, del poder judicial, cuando el pueblo se debate en la más salvaje de las pobrezas. Me parece aún mucho más insultante que 16 mexicanos concentren 143,000 millones de dólares; que 50 mexicanos tengan fortunas de más de 500 millones de dólares y que los que están en este exclusivo club, no paguen un solo centavo de impuestos.
Todo privilegio debe ser abolido y los multimillonarios mexicanos deben pagar sus impuestos; adicional a lo anterior, el pueblo merece vivir bien del producto de su trabajo. Ciertamente no basta una política de austeridad, debemos elevar los ingresos del pueblo trabajador de manera muy importante para estrechar la brecha entre quienes menos tienen y quienes más tienen.
Tendrá que llegar un momento en que construyamos un nuevo camino para la humanidad desde México, donde la concentración de la riqueza sea erradicada, donde nadie sufra por carencias económicas y lo más importante sea el ser humano, en armonía con la vida y con el planeta.
Pero mientras eso ocurre, habrá que avanzar en el camino anunciado.
El único aspecto del artículo de Silva Herzog Márquez que comparto es la preocupación de que puedan ser despedidos trabajadores y trabajadoras del gobierno federal, eso no debe suceder.
Volviendo al tema central, los 30 millones de votantes que apoyaron a López Obrador están de acuerdo con las políticas de austeridad anunciadas, pues fueron compromisos de campaña. Estoy cierto que no pocos de los votantes por Anaya o por Meade, están de acuerdo también con dichas medidas. Pero estarán de acuerdo conmigo que quienes perdieron no pueden imponernos su agenda.
Quienes fueron derrotados de manera aplastante el pasado 1 de julio, tienen un profundo desprecio por la voluntad popular expresada en las urnas. No hay duda que pueden y deben mantener el ejercicio crítico, pero les haría bien despojarse de su hipocresía, de su doble moral. Deberían también reconocer que su visión política no sólo fue derrotada, fue avasallada.
¿Deben renunciar a su visión? No es lo que planteo, sólo que les haría bien renunciar a la hipocresía, a la mentira y al doble discurso.
Por otra parte, ya ni nosotros que vamos a ver disminuidos de manera muy importante nuestros ingresos, nos estamos quejando. No les puede doler más a ustedes la política de austeridad, porque será en nuestro pellejo donde se aplique y no en la de nuestros adversarios. Por ello les reitero mi convocatoria de dejar la hipocresía a un lado, ahora resulta que les preocupa nuestro ingreso, cuando antes lo habían considerado en absoluto.
Así que reitero mi comentario con lo que ya había adelantado: la política de austeridad va. Ustedes han sido sus principales impulsores, gente como Silva Herzog Márquez, el gobierno al que él ha servido y los poderosos para los cuales labora; ahora no se espanten de los resultados.
"El pueblo tiene derecho a vivir y a ser feliz".
Gerardo Fernández Noroña.