Aparentemente, la esperanza es algo puramente humano que nos ayuda a interactuar con nuestro entorno y con los que nos rodean. La esperanza puede provocar que nos acerquemos a algo o que lo evitemos. Indudablemente, en nuestra vida diaria siempre encontramos obstáculos entre nuestros deseos y la posibilidad de que se cumplan. Estos obstáculos no siempre son materiales o provenientes del exterior, en la mayoría de las veces puede ser un mero producto de nuestra mente. Para actuar, es necesario que superemos nuestros obstáculos mentales, cosa que como todos sabemos, no es nada fácil. Así, se hace necesario apoyarnos en algo que mantenga nuestra motivación por largo tiempo, que nos ayude a enfrentar la adversidad y nos mantenga motivados. Es fácil que el ánimo decaiga en el corto plazo, pero la esperanza puede conservar nuestra motivación por mucho tiempo.

La esperanza siempre va relacionada con un estado de bienestar físico y psicológico, por lo tanto, siempre corresponde a una visión personal, es decir, una visión centrada en nosotros mismos. Este fenómeno es independiente de la cultura o el tipo de sociedad a la que pertenecemos, es al parecer, una característica puramente humana. En muchas personas el valor de la esperanza es mayor que para otras, convirtiéndose inclusive en un verdadero motivo de vida. La esperanza puede depositarse en algo definido, bien identificado o en algo etéreo inespecífico, sin embargo, cuando la esperanza es “ciega”, cuando no hay objetividad o análisis, puede atraer consecuencias negativas, ya que se convierte en algo tonto o muy doloroso.

La esperanza tiene como función brindarnos optimismo, darnos “fuerza” para vencer los obstáculos o las adversidades. En cualquiera de los casos es indudable que la esperanza va de la mano con las emociones, con la activación de nuestro sistema límbico y nuestra amígdala cerebral, así como de la corteza prefrontal, que es quien nos ayuda a dar sentido a las emociones y a la información que percibimos. Así, la esperanza puede estar relacionada con el miedo, la tristeza, el enojo, provocando que nos alejemos, o en casos contrarios, se relaciona con la alegría, provocando mayor acercamiento hacia nuestros objetivos.

La esperanza indudablemente conlleva un anhelo y la posibilidad de perder algo, de ahí que el anhelo invariablemente esté ligado al dolor emocional. A pesar de que la esperanza se cumpla, se vea recompensada, siempre rondará la sombra del fracaso, de la pérdida, del riesgo de experimentar dolor. Todo esto no significa que la esperanza sea mala, que el anhelo no deba de existir, o que las emociones no deban de estar presentes. Lo importante es aprender a manejar nuestras emociones, empezando por el control del miedo. La esperanza nos ayuda a no tener miedo, pero perder la esperanza puede llevarnos directamente a una caída libre en el miedo. El manejo del miedo evitará que nos paralicemos y que enfrentemos nuestras adversidades con ánimo de superarlas sin que nuestra fuerza se vea mermada. La pérdida de la esperanza puede llevarnos a esquivar el miedo, sin embargo, nos generará estrés y angustia, por la sola posibilidad de encontrarnos de frente con el dolor. En este sentido nuestra única solución es enfrentar nuestros miedos y fortalecer nuestras motivaciones. El dolor puede ser inevitable, pero el miedo puede condenarnos a la tristeza o la depresión, a la parálisis, a la falta de vitalidad, a la falta del deseo de vivir.

La esperanza solo nos ayuda cuando somos capaces de enfrentar lo que queremos evitar. Identificar nuestros miedos, nuestros obstáculos, es el primer paso para luchar contra ellos y mantener así, viva la esperanza.