Mientras “allá arriba” López Obrador fascina a la prensa con sus conferencias improvisadas; mientras Peña Nieto pone todo su empeño en mostrarse como un demócrata y mientras un jugador de fútbol nos convoca a imaginar “cosas chingonas”, en el México de “abajo”, una niña de 8 años de edad es violada y asesinada; una generación de estudiantes normalistas se gradúa entre lágrimas al recordar que les faltan 43 compañeros; una gran cantidad de familias sollozan por sus hijos desaparecidos; y la sociedad se pudre lentamente entre fosas clandestinas.

Vivimos en un país en donde, sin ningún escrúpulo, los políticos venden esperanzas y sueños sin importar que la realidad esté llena de decepciones y pesadillas. Aquí, en México, ya casi no se idealiza, aquí se llora de impotencia, de hambre y de dolor en un entorno de descomposición social e institucional.

Y es que, en su infinita soberbia, los empoderados siguen empecinados en mirar hacia un horizonte ficticio. Ellos, los que se ostentan como líderes, no han sido capaces de voltear para abajo y mirar el horror. Así, con su arrogancia, creyéndose cuasi dioses, no tienen empacho en vomitar esa verborrea que los hace pensar que con su sola presencia todo cambiará.

Puedo asegurar que al hijo de puta que abusó y mató a la pequeña Ana Lizbeth, nada le importó la promesa de que combatiendo la corrupción se acabarán los monstruos como él. Lo mismo ocurre con los psicópatas que se hacen grabar en video mientras despedazan cuerpos, quisiera ver a cualquiera de esos homicidas reprimiendo su sed de sangre solo porque un político les dice que pare.

El sistema político se carcomió hace mucho y, de paso, contagió con su pestilencia a la sociedad. Una sociedad que, al igual que sus gobernantes, se ha hecho insensible, sorda, muda y ciega; ciudadanos que se conforman con que la violencia no toque a sus cercanos; mujeres y hombres que prefieren cerrar los ojos antes que aceptar que están frente a un monstruo que tarde o temprano los alcanzará.

Es urgente que todos, ciudadanos y políticos, reconozcamos que el país se jodió. Sí, se jodió desde hace mucho, pero fue hace 12 años, cuando a Felipe Calderón se le ocurrió vestirse de verde oliva con gorra incluida y jugar a la guerra, que ese México ya jodido se ensangrentó, situación que, por cierto, Peña Nieto continuó hasta rebasar el nivel de horror provocado por su antecesor.

Hoy, las pocas esperanzas que aún quedan están con la llegada de López Obrador al poder. Sin embargo, no es difícil advertir que con sus buenos deseos y su repetitiva retórica anticorrupción, nada va a cambiar en cuanto a violencia se refiere. La cura está en reconocer la enfermedad, atenderla con estrategias curativas por parte de verdaderos especialistas y no con sermones o culto a la personalidad.

¡Ya basta de hacernos pendejos! Es hora de aceptar que estamos hundidos en las alcantarillas del caos.