Tijuana los salvó del susto del sismo. Los cuatro candidatos a la Presidencia que nos quedan tuvieron al menos el respiro de no haber sido sacudidos o de esperar el terror de que la tierra los sacudiera. ¿Se les habrá ocurrido siquiera fugazmente que quienes deberían sacudirnos con sus propuestas son ellos? Propuestas serias, digo, no mochar manos ni erradicar la varicela combatiendo a la mafia del poder, por decir algo.
Una vez más, el formato ha sido un acierto, aunque perfectible. Yuriria Sierra metiéndolos en orden. Nunca pensé presenciar que una moderadora interrumpiera en varias ocasiones al candidato del PRI y pedirle que la dejara terminar de formular su pregunta, esto, hasta hace poco tiempo, era impensable. A los candidatos, al menos a los del partido en el poder, se les daba un trato preferencial, reverencial, la distancia con ellos, aún en los debates, se medía hacia arriba. Es un placer ver como, León y Yuriria los han tratado a todos por igual.
A su vez, los aspirantes nos han tratado igual. Seguimos sin escuchar propuestas que nos hagan pensar que sí, que alguno de ellos está comprometidos con el cambio que tanto esperamos, que le han dedicado tiempo, estudio, que se han metido al fondo de los temas que a todos nos urge solucionar. Qué terror pensar que todavía nos espera otro debate en el que, podemos adivinar, se repetirán a si mismos y seguirán, porque todos lo hicieron, evadiendo los cuestionamientos, cayendo de nuevo en el chiste del estudiante que solamente estudió la ficha del gusanito y le toca el examen del elefante.
Meade sigue dirigiéndose al electorado como el catedrático hastiado de repetir la materia por enésima vez. No conecta, no impacta, ni siquiera cuando se quiere pelear. No se le da el insulto, no prenden sus provocaciones. A la hora de presentar sus propuestas tiene la desventaja de que, si apela a su experiencia, uno se pregunta por qué razón con tantos años en el lugar idóneo no pudo, supo o quiso implementarlas, y por otro lado, si le da por cuestionar al sistema, se muerde la cola.
Anaya no sale de su papel del geniecillo de la clase, repite sus fórmulas, sus gráficas, sus señalamientos, nada lo saca de quicio, su elocuencia es envidiable, pero el asunto de los migrantes parece no estar muy alto en su agenda. El tener o haber tenido a su familia viviendo fuera de México es un tema que lo deja desprotegido y del cual no ha sabido defenderse. Al igual que Meade, al tratar de defender temas a los que abonó desde el congreso y que ahora resultan bastante impopulares, se queda sin respuestas razonables.
López Obrador insiste en que va a arreglar los asuntos en el momento en que la honestidad sea declarada cualidad inherente a todos los mexicanos. Así como por arte de magia, hasta los vecinos del norte, Trump incluido, cambiarán su visión y hasta su política exterior hacia nuestro país. Ahora al menos contestó a los ataques que le hicieron, se vio bastante mejor que en el debate anterior, aunque sigue sin contestar preguntas que todos nos hacemos, como cuáles son su o sus fuentes de ingresos, que tanto se le han cuestionado. Las deja pasar así, como si no las viera.
Por su parte, el Bronco quiere diferenciarse desde su postura de candidato independiente e intenta meterlos a todos en el mismo costal. Costal en el que él también debería de incluirse, ya que todos ellos, de alguna manera, han contribuido desde algún puesto público o de elección popular, a la situación del país. Ninguno es ajeno a las causas de al menos alguno de los problemas que señalan y sin embargo hablan de ellos como si acabaran de llegar de otro planeta y no tuvieran vela en el entierro al que están asistiendo.
Todos se muestran a si mismos inmaculados, ajenos a responsabilidad alguna. Y siguen sin convencernos, a una buena parte del electorado, al menos, de la conveniencia y viabilidad de sus propuestas y la honestidad de sus intenciones. Hasta hoy, al menos, la tierra nos sigue sacudiendo sin que alguno de ellos le haga ni sombra de competencia. A esperar hasta el próximo debate, en el que, esperemos, nos den material para contrastar.