Ayer, a las dos de la tarde, parecía que había terminado el sainete del puñetazo de Miguel Herrera contra el cuello de Christian Martinoli (que «el Piojo» no alcanzara el rostro del comentarista de TV Azteca, por su corta estatura, solo hace más patética la situación): Decio de María anunció la salida del hidalguense de la selección nacional y en redes sociales se hacía mofa y guasa de la circunstancia, a través de múltiples memes y el hashtag #TrabajosParaElPiojo, que tiene 55 mil 800 tuits.

Un escándalo, la reacción de los decisores y el mitote en redes sociales. Se asemejaba a asunto más, de los miles que nacen, se desarrollan y mueren, diariamente, en esa comunidad electrónica. Pero, en el mejor estilo de Marx y Engels, Andrés Manuel López Obrador sostuvo que Miguel Herrera fue despedido por una solicitud del presidente Enrique Peña Nieto, «para que los mexicanos desconozcan el lamentable hecho de que el dólar está en cerca de 17 pesos». Un fantasma recorre México: el fantasma del compló.

O sea, dice AMLO que todo fue una cortina de humo, una caja china, una maniobra distractora diseñada por la mafia del poder. Vaya, un complot digno del Maligno Dormammu. Aun si se aceptara la tesis complotista de AMLO, las dos posibilidades en el caso son desquiciadas: 1) Los Pinos instruyen al «Piojo» para que agreda públicamente a Martinoli; o 2) La Presidencia toma la oportunidad en el aire y capitaliza un escándalo. La primera implicaría que Miguel Herrera fuera más tonto de lo que hasta ahora parece y la segunda que la Femexfut está dispuesta a agravar una de sus crisis para participar en el juego de espejos del poder. En la mente conspiracionista, cualquiera de los dos escenarios es creíble: ante quien profesa la fe en el compló, hasta es viable que una conjura operada por Mexicanos Primero, Televisa, Los Pinos, el CCE, el IMCO y la Coparmex esté detrás del escándalo Herrera-Martinoli.

No comparto la tesis complotista. Sin embargo, si siguiéramos esa misma línea de pensamiento, ¿cómo se explica que Jorge Ramos, el reportero de Univisión y Andrés Manuel López Obrador escribieran tuits casi idénticos, en los que se quejaban de que «El Piojo» sí fuera despedido por dar golpes y, en contraste, el gabinete federal no renunciara por el escape del «Chapo» Guzmán? Una mente normal concluiría que el Community Manager de AMLO es un poco flojo y solo copió el tuit de Jorge Ramos: si nos dejáramos llevar por la visión paranoica de la conspiración, alguien podría concluir que Ramos, Aristegui y otros comunicadores militantes se coordinan con López Obrador para manipular las redes sociales.

¿Parte de la ciudadanía se distrajo con el affaire del Piojo? Por supuesto, pero la mayoría de ellos son los que ven televisión y no se informan por las redes sociales. Planteado de otra forma: el que no está interesado en la economía nacional, se evade hasta con los cómicos televisivos. El final de una novela, una trifulca en el programa de Laura Bozzo y hasta los chismes de la farándula atraen la atención del que no quiere saber de números y Economía.

El punto delicado (y preocupante) es que existe un porcentaje relevante (36%) que piensa que Miguel Herrera no merecía el despido por golpear a un periodista. No debe extrañar esa visión: incluso Article 19 México consideró innecesario pronunciarse sobre ese caso, porque Darío Ramírez estimó que el puñetazo a Martinoli «no pone en riesgo su integridad o su ejercicio periodístico» y que en México hay casos más graves, para ser atendidos por esa organización. Si bien coincido con Darío en que nada justifica los golpes, disiento de la interpretación del tema que hizo en su entrevista con Javier Solórzano: recibir golpes afecta la integridad del periodista y por supuesto que inhibe su ejercicio periodístico. Además, un caso tan notorio como el de Martinoli era una ocasión perfecta para poner reflectores a todas las agresiones que en México reciben los periodistas. Se desperdició la oportunidad y, como dije en Twitter, al parecer el tema fue muy mainstream para ellos: qué lástima y qué pena?