Un orgullo de México. Si se me pidiera hacerlo, así definiría a Bimbo. Es una empresa socialmente responsable que conoce el significado de la creatividad y la lleva a la práctica. Coca Cola y Sabritas no son mexicanas, pero representan ejemplos mundiales de innovación. Se trata de tres compañías líderes que pueden —y deben— aceptar la nueva realidad y seguir haciendo, en condiciones culturales distintas, cada día mejores negocios.
¿Condiciones culturales distintas? En efecto, las que impiden ver socialmente aceptable el excesivo consumo de alimentos calóricos y bebidas azucaradas. Ha cometido errores serios, pero al doctor Hugo López-Gatell y a su obstinación de eliminar tales hábitos realmente dañinos, debemos el hecho de que ya esté en marcha, y sea sin duda imparable, un profundo cambio en las costumbres de la sociedad mexicana que será, a la larga, benéfico tanto para consumidores como para empresarios.
No sé si los directivos y propietarios de las mencionadas empresas se opongan a la reciente ley de Oaxaca —que prohibe la venta a los niños de bebidas azucaradas y alimentos con alto contenido calórico—, pero pienso que si ese es el caso, deberían modificar su actitud y volverse decididos promotores de tal reforma, por tres razones fundamentales:
(i)
No es sensato —porque está condenado al fracaso— oponerse a las tendencias sociales, y en México ya no es correcto, y vaya que durante muchos años lo fue, volver a cada niño un adicto al azúcar y a las calorías.
(ii)
Una versión, probablemente más estricta, de la legislación oaxaqueña llegará pronto a la Ciudad de México, el principal mercado en el país, e inevitablemente terminará por aplicarse en todas las entidades, inclusive en aquellas donde el cabildeo empresarial es más eficaz, como Nuevo León y Jalisco. La presión social terminará por imponerse.
(iii)
Si quienes diseñan las estrategias tecnológicas y comerciales en Bimbo, Sabritas, Coca Cola, etcétera saben hacer las cosas —y evidentemente tienen talento de sobra para ello—, no será una ley que les perjudique en el mediano y largo plazos y hasta podría beneficiarles.
Daniel Servitje, de Bimbo, es un hombre inteligente, serio y comprometido con su comunidad; lo mismo puede decirse de José Antonio El Diablo Fernández, de Femsa, principal embotellador de Coca Cola, y de los directivos de Sabritas en México y de las otras empresas de bebidas y alimentos, como Sigma y Lala. Así las cosas, si ya no es socialmente aceptable vender algunos de sus productos a los niños, escuchando a sus conciencias deben aceptarlo y aplaudirlo y trabajar para adaptarse a las nuevas exigencias de un país que busca culpables —y no es justo que ellos lo sean— del terrible problema de obesidad.
No estoy de acuerdo en la tesis de que la responsabilidad del horrible y perjudicial exceso de peso de la población mexicana la tengan los alimentos y las bebidas que producen empresas como las citadas, en más de un sentido admirables. A nadie ayuda simplificar tan absurdamente una crisis causada por numerosos factores, de todo tipo.
Entendido lo anterior, también hay que subrayar que no tiene sentido justificar lo indefendible. Los empresarios deben olvidarse de dar una pelea que no van a ganar. Más bien, deben prepararse para cambiar.
Quienes argumentan contra la ley de Oaxaca dicen:
(i)
Que no va a funcionar tal “experimento" de la 4T —en realidad es una medida de un gobernador del PRI, Alejandro Murat. En Reforma, Carlos Elizondo Mayer-Serra se atrevió a expresar una barbaridad indigna de una persona educada como él: que la nueva legislación experimenta con seres humanos a quienes utiliza como “conejillos de indias”. Ridiculez producto del fanatismo anti AMLO.
(ii)
Que se trata de una prohibición como la de los años veinte del siglo pasado en Estados Unidos, que entregó la producción y distribución de bebidas alcohólicas al crimen organizado. De ese tamaño el disparate del monero Calderón, también colaborador de Reforma.
(iii)
Que dañará a las grandes empresas productoras de alimentos y bebidas y, al mismo tiempo, a las tienditas de la esquina que cerrarán, lo que acabará con millones de empleos formales e informales. No hay ninguna razón para que tal cosa ocurra.
Las empresas hábilmente dirigidas, como Bimbo, Sabritas y Coca Cola Femsa, saben adaptarse a los cambios tecnológicos o culturales. El New York Times iba a quebrar cuando dejó de ser negocio la venta de papel impreso; se reinventó y ahora gana bastante dinero comercializando suscripciones de internet. Blockbuster no entendió los nuevos tiempos y se hundió. Los discos musicales murieron; Spotify domina esta industria. En algún momento las bicicletas eléctricas, fáciles de conducir y que permiten ejercitarse sin grandes esfuerzos, desplazarán a muchos de los automóviles en las ciudades, sobre todo si continúa la tendencia de abrir carriles especiales —y seguros— para ciclistas en las grandes avenidas.
Ni Servitje ni El Diablo Fernández —ni los directivos de Sigma, Lala, Sabritas, etcétera— permitirían a sus hijos o nietos consumir a diario Coca Cola y galletas o papitas altamente calóricas. No son tan irresponsables. Seguramente han apoyado iniciativas en los colegios para que a los niños no se les vendan tales mercancías en los recreos. Si la seguridad y las vialidades mejoraran, tales empresarios dejarían el automóvil para trasladarse a sus oficinas en bicicletas eléctricas. Desde luego, cada día van menos al cine: prefieren Netflix. Seguramente dejaron de leer el periódico de papel: se informan en el celular. Y quizá ya ni siquiera recuerdan cómo se tomaban las fotografías con materiales de Kodak: utilizan ahora el iPhone para retratar lo que se les ocurre. Por cierto, Kodak en su reinvención en este momento busca vender medicinas para combatir el covid-19.
No se trata de que Bimbo, Coca Cola, Sabritas, etcétera dejen de producir y comercializar bebidas y alimentos para incursionar en la industria farmacéutica, sino simplemente de cambiar con innovación y desarrollo muchos de sus productos para que, al mismo precio y con el mismo sabor, dejen de generar adicciones a las calorías y al azúcar, es decir, para que sean parte de la solución y no del problema llamado obesidad.
Lo que sea de cada quien, si el epidemiólogo López-Gatell no ha hecho un buen trabajo combatiendo la pandemia, sí debemos reconocer que su discurso casi obsesivo contra los alimentos y las bebidas azucaradas puede ser importantísimo para alejar a México de los primeros lugares mundial en obesidad de adultos y niños. Y ello hay que aplaudirlo.