Austeridad es honestidad

La persona que no tiene necesidad de lujos, no hace cualquier cosa, legal o ilegal —ni paga cualquier precio, en dinero o en dignidad—, para conseguirlos.

Luis Donaldo Colosio no se equivocó cuando decidió entregar la coordinación de su campaña electoral presidencial a Ernesto Zedillo.

Recuerdo muy bien aquella conversación. Luis Donaldo me preguntó: ¿“A quién sugerirías para coordinar la campaña?” Respondí que a Javier Livas, un amigo de Monterrey de derecha, conservador, panista expulsado del PAN porque en realidad es un anarquista. A Colosio no le agradó mi idea, lo expresó con claridad y enseguida dijo que el mejor hombre del gabinete de Carlos Salinas era Ernesto Zedillo.

Me autorizó —si me parecía interesante hacerlo— a comentarlo con el entonces secretario de Educación. Lo busqué y así lo hice. Zedillo no me dejará mentir.

Cuando el nombramiento ocurrió este gris economista se convirtió en el heredero de un político llamado a dejar huella profunda en la historia de México.

¿Por qué lo eligió Donaldo? Simplemente porque era su amigo, porque confiaba en él, porque lo consideraba un técnico de primer nivel y, sobre todo, por su austera forma de vida. Austeridad es honestidad, no hay duda.

El mejor presidente de la época neoliberal

Ernesto Zedillo, en mi opinión y en la de muchos, gobernó muy bien, a pesar de numerosos problemas difíciles de superar, algunos resueltos probablemente en forma equivocada, como el Fobaproa —otra cosa pensará gente hoy cercana al presidente AMLO, como Patricia Armendáriz, a la sazón vicepresidenta de la Comisión Bancaria, desde donde se operó buena parte de aquella crisis de los bancos.

Zedillo heredó una brutal recesión económica generada en el gobierno de Carlos Salinas pero, con paciencia y políticas correctas, pudo estabilizar pronto a la nación. No se metió en escándalos de corrupción y, en lo político, contribuyó más que nadie a que en México se diera el cambio tan anhelado: que el PRI perdiera la presidencia de la república.

Ya no fue culpa de Ernesto Zedillo que Vicente Fox la ganara, para la mayor desgracia de todos. Creo que le habría gustado entregar el poder a un hombre de izquierda, Cuauhtémoc Cárdenas, pero este personaje —fundamental en la consolidación de nuestra democracia— como candidato por tercera y última vez en su vida no estuvo a la altura del reto.

AMLO y Zedillo

Pero, por fortuna, la oleada conservadora desatada por la mercadotecnia foxista no mató a las fuerzas progresistas, básicamente porque la izquierda tuvo el buen tino de nominar en el año 2000, para competir por la jefatura de gobierno capitalina, a un candidato competente, Andrés Manuel López Obrador.

A AMLO no le resultó sencillo conseguir la candidatura del PRD. Políticos de varios partidos argumentaban que el tabasqueño no cumplía con los requisitos de residencia para ser gobernante del entonces Distrito Federal. Un rumor bastante difundido y que podría tener fundamento sostiene que el presidente Zedillo utilizó su influencia para que a Andrés Manuel se le permitiera participar en el proceso electoral del 2000, y qué bueno que así ocurrió.

Zedillo abrió las puertas del poder presidencial al PAN y, al apoyar la candidatura de López Obrador a la jefatura de gobierno de la Ciudad de México (DF, en aquella época), generó las condiciones para que creciera el único hombre de izquierda capaz de llegar al Palacio Nacional.

Los méritos de Zedillo son muchos

Falló en algunos temas y se quedó corto en otros. Dejó dudas su papel en Acteal. Y si hizo lo correcto al encarcelar a Raúl, el hermano mayor de Carlos Salinas, cuando tenía todo para ir por el ex presidente le tembló la mano y no se atrevió. Quizá tuvo miedo de ir contra alguien tan poderoso y con tantas relaciones de complicidad en diferentes círculos de poder político y económico, legales e ilegales.

No puede criticarse a Zedillo por no haber dado la pelea final contra alguien a quien quizá no podía vencer. Tampoco debe cuestionarse a Zedillo por ciertos escándalos, no muy graves pero de dar pena, protagonizados por sus hijos, como el bochornoso numerito que le montaron en 1997 al grupo musical U2. Decía don Alfonso Martínez Domínguez que la parentela es lo más difícil de controlar para un político con poder.

Realmente lo único que le reprocho a Zedillo fue haber sido tan desleal con la memoria del hombre —evidentemente superior a él— a quien le debe lo más destacado de su currículum: Luis Donaldo Colosio. No tuvo Ernesto Zedillo la decencia de asistir al funeral de la esposa de Donaldo, Diana Laura, y poco a poco, ya en Los Pinos, se fue olvidando de Colosio y aun trabajó, sin resultados afortunadamente, para que la sociedad mexicana dejara de homenajear cada año al candidato asesinado en 1994. Uno de los colaboradores de Zedillo, Liébano Sáenz, también muy cercano a Colosio, un buen día empezó a decir que había una diferencia entre sus dos jefes: que “Ernesto Zedillo era más inteligente que Luis Donaldo Colosio”. Liébano no se habría atrevido a decirlo con Colosio vivo.

A Zedillo no se le acusa

Pero más allá de sus debilidades humanas —al final la presidencia convirtió al sencillo personaje en un tipo muy mamón—, el hecho es que Zedillo gobernó bastante bien y con honestidad. Por eso no se le acusa de nada. A su antecesor, Carlos Salinas, se le acusa de las mayores raterías, y ninguno de sus sucesores (Fox, Calderón, Peña Nieto) ha evitado fuertes señalamientos de haber cometido actos de corrupción, como los que ha lanzado Emilio Lozoya recientemente.

A AMLO no se le acusará

Austeridad es honestidad. Si Andrés Manuel López Obrador no cambia —y no cambiará: pronto cumplirá dos años en el gobierno y no ha cambiado ni poquito—, nadie en el futuro lo acusará de enriquecimiento ni de nada parecido. Si el presidente AMLO solo lograra acabar con la corrupción tolerada desde el poder, por utilizar sus propias palabras, su capítulo en la historia de México sería uno de los mas brillantes.

Para que su legado no se eche a perder, Andrés Manuel deberá tener un gran cuidado a la hora de elegir heredero, heredera. Vale la pena tener siempre presente que Colosio no falló con Zedillo.

Por cierto, quizá Colosio está muerto porque no cumplió con las expectativas de Salinas: demasiado pronto exhibió evidencia de que no iba a ser tapadera de nadie.

A Colosio no se le acusa… a los otros todavía hay tiempo

Y a Luis Donaldo nadie lo acusará: hace 26 años terminó su misión entre nosotros. Es decir, como me dijo una vez Pedro Aspe, “el único entre los políticos conocidos que ya la hizo, es Donaldo: ya no se equivocará”.

A Zedillo no se le ha acusado de nada porque no falló como presidente de México en el terreno de la moral. Pero sigue vivo y podría caer en la tentación de hacer alguna tontería. Ojalá no ocurra, pero el riesgo existe.

Andrés Manuel tendrá una larga vida. Deberá evitar errores —lo más sencillo en su caso ya que depende de él— y tendrá que ser extraordinariamente cuidadoso con la persona a la que elija para darle continuidad a su proyecto. Si el sucesor, la sucesora falla, la biografía limpia de López Obrador se manchará. Cuidado con eso.