Théâtre Hébertot en París, 15 de diciembre de 1949

¿Tiene relación esa fecha con la muerte de Eugenio Garza Sada? Probablemente, sí. Ese día se estrenó en la capital francesa la obra Los justos de Alberto Camus. La leí algunos años después de que falleciera en un intento de secuestro el fundador del Tecnológico de Monterrey. Me impactó el fuerte dilema ético de un comando de revolucionarios rusos que planeaba atentar, en 1905, contra el gran duque Sergei, tío de Nicolás II. Inevitablemente lo relacioné con la tragedia de don Eugenio, que me marcó para siempre, como a todos en Monterrey en aquella época.

Kaliayev

Blanca López Baltés, en un ensayo sobre Los justos, sintetiza muy bien la diversidad de personalidades en el grupo de rebeldes decidido a todo: “Está formado por un jefe, un poeta, una veterana, un novato y un guerrero de los que llevan tantas cicatrices en el alma como en la piel”.

Kaliayev no lanza la bomba la primera vez que lo intenta. No pudo hacerlo porque dos niños acompañaban al gran duque.

En El País, José María Ridao publicó que “el gesto de Kaliayev resume, en su escueta noticia, décadas, tal vez siglos de controversia sobre el recurso a la violencia y sus límites”.

La violencia fácil

Para la gente con poder o con excesivas ambiciones no es difícil optar, en la defensa de sus privilegios, por el recurso de acabar con la vida de otros seres humanos —ya sea simplemente asesinándoles o, algo probablemente peor, condenándoles a la miseria y la ignorancia.

El político que piensa solo en el poder, alguien a quien el pueblo no le importa; el empresario acaudalado, el que tiene tanta influencia que se las arregla para que el Estado trabaje solo para sus negocios; el cardenal, el obispo consciente de su papal de defensor del sistema, y el militar de algo rango que no discute las ordenes de ir contra cualquiera que se rebele y ponga en riesgo los privilegios de las élites son todos ellos, por supuesto que sí, en cierto sentido moralmente idénticos al narcotraficante que no duda en matar rivales o policías a diario.

Narcos aparte, tales personas desde luego operan en la legalidad, lo que sería irreprochable si con frecuencia no se tratara de una “legalidad” construida para que nada cambie. La violencia en nombre de la ley les resulta fácil y hasta natural. No enfrentan dilemas éticos porque se justifican con la idea —correcta excepto cuando se menciona con hipocresía— de que la “violencia legítima” debe usarse siempre que el orden se altere.

El dilema ético de usar o no la violencia

La mayoría de las víctimas de esa legalidad —millones que viven en la pobreza— no hacen nada por cambiarla. En la historia son minorías las que buscan transformaciones a favor de la justicia. Normalmente han tenido que decidir entre dos opciones, para decirlo en términos modernos: la violencia o la política.

Para jóvenes idealistas indignados por tanta injusticia debe ser muy difícil optar por la violencia. Es la esencia de Los justos, de Camus. Cito de nuevo al colaborador de El País:

“Stepanov, implacable, estima que la revolución, que la Idea, es siempre superior a los sufrimientos que pueda provocar su advenimiento y, por consiguiente, la muerte de los niños que acompañaban al gran duque no hubiera pasado de ser un detalle, por así decir, colateral. Kaliayev, por su parte, increpa a Stepanov, señalándole que en sus argumentos ve ‘anunciarse un despotismo que, si alguna vez triunfase, hará de mí un asesino cuando, en realidad, yo intentaba ser un justiciero’. ‘Qué importa que no seas un justiciero’, responde Stepanov. ‘Hágase justicia, aunque sea con asesinos’. Del diálogo concebido por Camus va destilando entonces el convencimiento de que la conversión del justiciero en asesino, y del asesino en déspota, puede resultar inevitable; todo dependerá de los métodos a los que recurra”.<br>“… por amor a la vida y a los seres humanos se decidió a combatir una insoportable tiranía, para la que la vida y los seres humanos carecían de valor. Y por haber decidido combatir una insoportable tiranía se resolvió a ingresar en una Organización revolucionaria, la única que conducía una lucha eficaz. Y por haber ingresado en una Organización revolucionaria quedó obligado a cumplir sus órdenes, severas aunque siempre dirigidas contra los responsables de la tiranía y amparadas por la legítima defensa. Pero si, como sucede en la tentativa de atentar contra el gran duque, esas órdenes afectan a inocentes y chocan así con el amor a la vida y a los seres humanos por los que se lanzó a la lucha, o simplemente con sus escrúpulos o terrores personales —según su propia confesión, la pesadilla de provocar un accidente del que resultara muerto un niño siempre le había perseguido—, entonces la única manera de mantenerse fiel a todos y cada uno de sus compromisos, asumidos no por venganza ni rencor, sino por un remoto impulso de altruismo y de generosidad, es morir al mismo tiempo que se mata”.

El triunfo de Stepanov

La conclusión de que José María Ridao es que en España en 2004 —en el contexto de los atentados terribles en Atocha— triunfó Stepanov, el justiciero despiadado al que no le importa matar niños para que se imponga la causa, y perdió Kaliayev, el hombre que lanzó la bomba solo cuando vio al gran duque a solas, esto es, no acompañado por niños inocentes.

En México perdieron Stepanov y Kaliayev

En México 2018 volvió a perder Kaliayev, pero Stepanov también. Hace décadas que la izquierda mexicana derrotó a los justicieros violentos. Cuando el pueblo decidió que el camino de las urnas era preferible al de las armas, la revolución pacífica empezó a triunfar. Quizá es lo que le faltó añadir al honesto, culto, hombre de principios historiador Pedro Salmerón Sanginés.

Linchar al historiador 

A este intelectual que colabora en el gobierno de la 4T se le ha estado linchando porque en el aniversario de la muerte de don Eugenio se negó a condenar a los jóvenes equivocados que por órdenes de la organización a la que pertenecían —y que trataba, tal vez ilusamente, de cambiar la injusta estructura económica de México— intentaron secuestrar al admirado empresario, hubo un enfrentamiento y lo mataron. Desde luego, no querían asesinarlo. Probablemente en lo personal no tenían nada contra Garza Sada. Quizá, como todos en Monterrey, hasta reconocían sus aportaciones más allá de los negocios —los programas de vivienda y salud a los trabajadores de sus empresas, el Tecnológico, sin duda la mejor universidad de México—, pero ni hablar, para aquellos muchachos era un capitalista tan grande que inevitablemente lo veían como el enemigo a vencer.

Don Eugenio y aquellos jóvenes en la historia sin fanatismo

Pedro Salmerón Sanginés, director del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, recordó la muerte de don Eugenio con bastante justicia para todos los participantes —justicia, sí, es la palabra precisa para describir la forma en que él analizó lo que pasó en septiembre de 1973.

Por no patear a aquellos jóvenes guerrilleros, de inmediato la derecha —especialmente los diarios Reforma y El Norte— se lanzaron a linchar al historiador; lo han agredido de más por su intención de “convertir a guerrilleros en héroes y hasta justificar sus actos violentos”. Ridícula acusación contra Salmerón Sanginés. Cito a Templo Mayor, columna del periódico de la familia Junco:

“El martesen sus redes sociales publicaron un #HoyEnLaHistoria dedicado a recordar el asesinato del empresario regiomontano Eugenio Garza Sada, ocurrido el 17 de septiembre de 1973”.<br>“El detalle está en que, para, director general de ese organismo y autor del texto, el empresario murió a manos no de guerrilleros, sino de ‘un comando de valientes jóvenes de la Liga Comunista 23 de septiembre’ que intentó secuestrarlo. Sí, ¡’valientes’!”<br>“Al explicar el crimen, el funcionario morenista e historiador afirma que ‘fue resultado de la profunda división que experimentó la sociedad mexicana desde los años sesenta’…”.<br>“Y a los asesinos los define como ‘jóvenes que veían canceladas las posibilidades de participación y transformación pacífica de un sistema político vertical y autoritario, (que) buscaron cambiar las cosas por la vía violenta’…”.

Salmerón dijo la verdad

Es perfecto el diagnostico de Salmerón. Quizá solo le faltó añadir que la historia de los movimientos de izquierda en México terminó por demostrar que la vía violenta estaba equivocada.

Otros medios se sumaron al linchamiento contra el historiador Salmerón iniciado por Reforma, diario que vuelve a la carga y este viernes golpea de nuevo al director del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México.

Ese rotativo informa en una de sus notas de portada que como lo dicho por Salmerón “generó reacciones” —“reacciones” que propició y buscó Reforma— , entonces, “frente a la polémica suscitada en redes y en el propio gobierno federal, Salmerón omitió la calificación de ‘valientes’ (en el texto que había publicado en redes). Sin embargo en su cuenta ‘personal’ de Twitter insistió en que se sostenía en dicho elogio para los jóvenes”.

“Y lo desautoriza Cultura”.  Andrés Manuel no debe meterse si no es para defender a Salmerón

La derecha es influyente aun en gobiernos de izquierda. Así que logró que la Secretaría de Cultura “reprobara los dichos de Pedro Salmerón”. En un comunicado la dependencia dijo “que lo divulgado por el titular del INHERM no representaba una postura institucional del gobierno federal”.

La Secretaría de Cultura tuvo que explicar: “La postura institucional nada tiene que ver con reivindicar la violencia; no hay ninguna causa que justifique la violencia. No estamos por abrir heridas del pasado sino por la reconciliación”.

Lamento profundamente el comunicado de la Secretaría de Cultura. El historiador Salmerón no “pretendía abrir heridas del pasado”. Simplemente hizo un apunte relacionado con su oficio, la historia. Y fue justo al no condenar a aquellos muchachos que se equivocaron. La secretaria Alejandra Frausto tendrá que leer de nuevo a Camus. Su obra estrenada en 1949 tiene gran actualidad.

Espero que Andrés Manuel no descalifique a Salmerón. Anoche alguien cercano al presidente López Obrador me aseguraba que van “a correr” a Pedro Salmerón si este no se disculpa. Ojalá no ocurra. No tiene por qué ocurrir. Es suficiente lo que ya hizo Salmerón: editó una palabra que molestaba de más a la gente de derecha. Ahí debe quedar la cosa. No pueden obligarlo a que en sus propias redes se retracte o pida perdón. Ha hecho bien en Twitter al sostener su diagnóstico, correcto desde el punto de vista de la historia y, sobre todo, desde la perspectiva del dilema ético que enfrenta el luchador social en situaciones desesperadas. 

Una pena que por las presiones Salmerón haya tenido que cerrar su cuenta de Twitter.