No sé si el presidente López Obrador consumió vino en su cena de Navidad. Espero que sí. El buen vino es el máximo placer que las personas pueden disfrutar con la ropa puesta. In vino veritas, dice el proverbio latino.
En efecto, en el vino está la verdad. De ahí que Andrés Manuel con mucha frecuencia recurra a la parábola bíblica del vino: no se echa vino nuevo en odres viejos. Sobre todo el presidente mexicano hace referencia a tal sabiduría en los momentos difíciles, como el de la renuncia de Carlos Urzúa a la Secretaría de Hacienda.
Urzúa, hoy critico casi fanático de AMLO en El Universal, no entendió que para cambiar al sistema—al menos para hacerlo en la lógica de la 4T— no era posible seguir con las mismas estrategias de política económica.
Cuánto debió haber recordado Andrés Manuel la inconveniencia de envasar vino nuevo en botellas viejas en el momento en que Germán Martínez renunció al IMSS.
Martínez, amigo y aliado de Felipe Calderón —compañero de gabinete y aun de equipo político de Genaro García Luna, el hombre acusado en Estados Unidos de colaborar con El Chapo Guzmán—, no fue nada generoso ni con AMLO ni con el proyecto del gobierno de izquierda cuando anunció su salida del Seguro Social.
No es bíblica otra verdad sobre los vinos, pero es importante en la 4T entenderla: los vinos rosados no se elaboran por la mezcla de los vinos blancos con los tintos. Algunos rosados se obtienen mezclando vendimia tinta con blanca. Pero, de hecho, dicen los expertos, los mejores rosados se producen exclusivamente con uva tinta.
Se entiende la necesidad de que Andrés Manuel aspire a encabezar, desde la izquierda, un gobierno moderado, que llegue al equilibrio en el centro de la geometría política. Pero no es algo que va a lograr mezclando vinos tintos y blancos; tampoco, como él sabe muy bien, poniendo vinos viejos en nuevas botellas. Las malas experiencias con Urzúa y Martínez han sido aleccionadoras.
Que el mejor vino rosado se elabora exclusivamente con uva tinta lo prueba Claudia Sheinbaum. Nadie en la 4T es más de izquierda que ella, pero gobierna la Ciudad de México desde el más tranquilizador centro político.
Se critica a Claudia por ser muy dura con los malos desarrolladores de inmuebles, pero no lo hace por ideología, sino por elemental necesidad de imponer la decencia en lo que había sido el reino de la corrupción. Fuera de eso, la gente de derecha que quiere emprender, invertir, desarrollar negocios en la capital del país, lo hace no solo sin problemas, sino con todo el apoyo de la autoridad.
En el 2020, año que en pocos días nacerá, Morena tendrá que elegir candidatos y candidatas a numerosos puestos de elección popular, especialmente para disputar 15 gubernaturas.
No tiene Morena por qué recurrir, para mostrar que no es un partido radicalmente de izquierda, a panistas y priistas que desde hace tiempo se acercan al presidente López Obrador y a sus principales colaboradores.
Militantes y simpatizantes genuinos, de izquierda y moderados, le sobran a Morena; son capaces de ganar y, especialmente, de gobernar desde el centro. No tiene sentido, entonces, ni siquiera prestar atención a gente como Clara Luz Flores, priista no prestigiada de Nuevo León, a quien promueve como candidata por Morena uno de los militantes del PRI más cuestionados de la entidad, Abel Guerra, su marido.
¿O acaso no hay en Nuevo León gente honesta de izquierda, o aun de centro, partidaria de AMLO, como la diputada Tatiana Clouthier o el empresario Carlos Salazar? Gente que no busca el poder para lucrar. Gente que, de hecho, no busca el poder. Pero que si lo tuviera lo usaría para servir. Personas que serían incapaces de caer en el vicio de la deslealtad.