Aeropuerto

Llegué ayer de Monterrey a la Ciudad de México. En el aeropuerto, antes de la salida del avión, se me acercó un hombre bastante molesto con lo que está pasando en nuestro país. “Usted no es periodista”, me dijo: “He leído sus artículos y usted es palero de López Obrador. México está muy mal, si pudiera me iba a vivir al extranjero. Por la cobardía de su presidente que no quiere ir a matar a todos los narcos y criminales, vivimos con miedo”.

Solo se me ocurrió para responder a su agresión (“usted no es periodista, sino palero”), explicarle con amabilidad que, en el actual momento histórico, me tenía sin cuidado carecer de credibilidad. ¿Tiene importancia ese valor periodístico en una nación inmersa en una crisis desde hace tantos años? A ese hombre se lo dije con toda claridad: He creído desde 2004 que solo el proyecto político de Andrés Manuel puede sacarnos del terrible problema en el que estamos metidos desde hace varios sexenios y, la verdad sea dicha, no he encontrado razones para cambiar de convicción. Él es el único líder capaz de alejarnos del infierno en el que nos metió Felipe Calderón con su absurda guerra contra el narcotráfico.

Cuando mi interlocutor escuchó el nombre del panista que se robó las elecciones de 2006, estalló y casi me gritó: “¡No pueden seguir culpando a Calderón, él ya no gobierna, y además fue un valiente que enfrentó a los narcos!”. Antes de que yo pudiera defenderme, esa persona añadió el siguiente comentario: “Está usted como mi hijo, piensa que hay intereses de grupos de poder detrás de las matanzas de estos días, como la de la familia LeBarón, y apoya los ‘abrazos, no balazos’, de López Obrador ”.

Le pregunté a ese señor a qué se dedica su hijo. Respondió: “Estudia ingeniería en el Tecnológico de Monterrey y, por su inmadurez, está a favor de López Obrador”. Es decir, cuestioné de nuevo, ¿sigue apoyando a Andrés Manuel, a pesar de los problemas actuales? “Así es, pero el suyo es un criterio equivocado de estudiante que todavía no tiene experiencia en la vida práctica”.

En la familia de esa persona debaten los dos Méxicos de la actualidad: (i) el que ha perdido la esperanza de resolver los problemas por la vía pacífica y, por lo mismo, insiste en la estrategia suicida de ir a una guerra a muerte contra el narco, y (ii) el país decidido a defender al dirigente político, AMLO, que para millones es la última esperanza que tiene nuestra sociedad.

Javier Sicilia

Que un ejecutivo o empresario como el que me abordó en el aeropuerto de Monterrey proponga, por desesperación, seguir haciendo lo que no ha dado resultados, es algo que puede entenderse. Lo de él no es la reflexión política, sino el trabajo productivo que a veces no deja tiempo para nada más. No quise decirle, por cierto, que el diagnóstico que su hijo hace de la realidad nacional es mucho mejor que el suyo porque el muchacho, por dedicarse a sus estudios universitarios, tiene mas tiempo para pensar las cosas. Estoy convencido de ello.

Al que no podemos disculpar por utilizar su influencia, que la tiene, para dañar a la 4T es al poeta Javier Sicilia. Ha dicho, después de la tragedia de los LeBarón, que Andrés Manuel “traicionó” la política de paz y justicia. No estoy de acuerdo.

Daré enseguida mi opinión sobre Sicilia, basado en dos o tres encuentros con él en la casa del editor de libros Bernardo Domínguez, en una larga entrevista que le hice alguna vez y, sobre todo, en una cena de hace años en el domicilio del hoy presidente López Obrador en la que estuvimos Bernardo, Sicilia, el anfitrión, su esposa Beatriz Gutiérez Müller y yo.

√ Javier Sicilia es un buen hombre. Lo invité a esa cena en casa de Andrés Manuel porque estaba convencido —lo sigo estando— de que el poeta debía poner su bondad, su liderazgo moral y su espíritu crítico al servicio de la causa, la de la 4T, que más se aproxima a su pensamiento.

√ En aquella cena, celebrada cuando ya había perdido fuerza el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, el señor Sicilia estaba muy cerca de traicionarse a sí mismo por dos razones, que más adelante explicaré con cierto detalle: (i) como Aníbal después de haber derrotado a los romanos, el poeta no supo qué hacer con la victoria que su activismo pacifista había logrado; (ii) Sicilia abandonó el campo de batalla cuando más se le necesitaba: se fue un mes a Francia a meditar en alguna comunidad de anarquistas católicos.

√ Me habían dicho que la actuación fue su vocación frustrada, y así lo exhibía Sicilia en sus mítines —siempre con sombrero, amuletos colgados al cuello, barba sin rasurar, vistiendo chamarra aunque hiciera calor, saludar estruendosamente de beso, ropas de campesino—, y de eso el poeta me convenció en la cena con Andrés Manuel, en la que pidió una oración un tanto exhibicionista que ellos realizaron, pero yo no: si de algo me enorgullezco es de ser ateo, y así espero morir.

√ En efecto, no tengo duda de que Javier Sicilia, antes que poeta es un frustrado actor de teatro. Los orígenes de Sicilia están en su enorme deseo por el arte teatral. Pero nunca destacó o nunca tuvo el valor de dedicarse en cuerpo y alma a tal actividad. Tuvo una vocación intelectualizada del teatro. Luego, cuando supo que no sería el gran actor que soñó ser, se encontró con la poesía, que ha sido su pasión.

√ Sicilia no es el mejor poeta, pero sí brilla como poeta místico. Su ventaja es estar entre los pocos que combinan poesía y misticismo católico. Quiso ser novelista, pero no le fue bien. Intentó escribir a la Graham Green, mostrando los conflictos de fe en los personajes. No logró hacerlo. En lo que sí ha destacado es como articulista de Proceso, que le ha significado un cierto reconocimiento por ser un intelectual católico que no se avergüenza de serlo. En este sentido merece respeto. Es el Sicilia que conocí y que estuvo presente —que así se manifestó, pues— en aquella cena con Andrés Manuel.

La muerte de su hijo además de entristecerlo para siempre, lo indignó y esto último lo puso en movimiento. En el activismo Sicilia logró, al mismo tiempo, una liderazgo ético real, merecido por supuesto, y seguramente sin proponérselo el hecho de estar en un gran teatro en el que pudo expresarse como el actor profundo que siempre quiso ser. Insisto, el sombrero, los amuletos, los besos… Sicilia entendió que era necesaria cierta actuación para que las masas atendieran sus demandas, y así lo hizo. Un dirigente con autoridad moral, sí, pero también un histrión por necesidad de eficacia mediática que representaba a un personaje místico y trascendente. Aplausos le sobraron.

√ El problema es que como activista político Sicilia no fue mas allá de lo que logró ni tampoco consolidó su victoria. No supo decretar la victoria cuando la obtuvo. Se obstinó en un protagonismo excesivo que le alimentaron Felipe Calderón y Margarita Zavala. Ello lo llevó a aceptar que lo rodearan sanguijuelas de la llamada sociedad civil que lo devoraron. Su movimiento, abandonado por Sicilia, acabó en manos de operadores oenegistas como Álvarez Icaza, burócratas del ciudadanismo; estos últimos, a diferencia del poeta, un tanto vividores.

√ Cuando Javier Sicilia se dio cuenta de que no tenía el liderazgo que se necesitaba para encabezar un movimiento político de mayor alcance, abandonó un poco la arena, y eso le impidió ir más allá de haber conseguido la ley de víctimas y desaparecidos. Insisto, Sicilia ganó, pero no supo darse cuenta de que triunfó. En lugar de darle seguimiento a la aplicación de esa ley, se puso a sabotearla, es decir, a ir contra su propia obra.

En su momento el mismo LeBarón se distanció de Sicilia. Luchaban por lo mismo, pero eran muy distintos. LeBarón, estadounidense, con un sentido más práctico, demandó a Sicilia mayor organización del movimiento. El poeta no pudo hacerlo o tal vez no quiso. Ahora Sicilia invita a LeBarón a ser el nuevo líder del movimiento. Pero LeBarón no es mexicano ni católico —es un estadounidense mormón—, por lo tanto en el fondo no entiende la lógica de Sicilia. Tampoco entiende lo que está pasando en México. Creo que tal petición de Siclia obedece a un deseo de que alguien arme de nuevo el gran teatro en el que tanto destacó hace años.

√ Siempre me ha parecido que Sicilia siente celos de AMLO. Aunque cristianos los dos, tienen una diferencia fundamental, una diferencia de fe: ambos son creyentes, sin duda, pero Sicilia es más un católico anarquista francés del siglo XIX y primera mitad del XX. Su guía es Lanza del Vasto, por cierto. El hoy presidente López Obrador vive su religiosidad con pragmatismo; en este sentido es más calvinista que católico. De ahí el éxito de Andrés Manuel.

√ En la cena, Sicilia estuvo escéptico sobre el proyecto de AMLO. Es decir, los celos no le permitieron entender la trascendencia del movimiento que hoy gobierna a México y que está sometido a fuertes presiones de grupos muy poderosos que no quieren perder privilegios. Andrés Manuel, en cambio, fue generoso con el poeta.

La esperanza, señor poeta, no perder la esperanza

No me gustó la crítica, bastante injusta, de Sicilia a la política de pacificación del presidente López Obrador. Inclusive, me indignó porque es una invitación a perder la esperanza, que es lo único que debemos mantener. Por fortuna, esa esperanza no pertenece a Sicilia ni pertenece en lo individual a alguien más. Es, como dijo Cortázar, de todos: “Probablemente de todos nuestros sentimientos el único que no es verdaderamente nuestro es la esperanza. La esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose.” Ojalá Javier Sicilia lo entienda.