La cosas como son. El proyecto de gobierno de la 4T no convence a todo el país. De hecho, es aceptado, quizá, por la tercera parte de la población. Otra cosa es que a AMLO, como persona y político, lo apruebe el 70% de la gente.

La elevada aprobación de AMLO tiene cinco explicaciones: (i) su honestidad personal, (ii) su carisma político, (iii) su excelente manejo de la comunicación, (iv) la percepción de la mayoría de las personas de que los principales problemas de su gobierno son heredados de administraciones anteriores y (v) los obstáculos que le pone la poderosa derecha empresarial apoyada todavía por gobernadores y legisladores del PRI y del PAN que sabotean sus grandes transformaciones.

Lo mejor que le pudo pasar a la nueva ley eléctrica es que un juez la suspendiera por considerarla contraria a la competencia económica. Y es que si los problemas en el sector continúan —los apagones, por ejemplo—, la culpa será de los conservadores que rechazan el progreso en la lógica de la 4T, y no de una CFE absolutamente obsoleta. Si la decisión del mencionado juez se mantiene, podría hasta aumentar el precio de la luz, como parece inevitable con o sin nueva ley, y el responsable no será el gobierno de AMLO.

Pienso que si Delfina Gómez hubiera ganado la gubernatura del Estado de México en 2017, su trabajo en esa entidad tan grande y con tantos problemas habría complicado la campaña electoral presidencial de Andrés Manuel de 2018.

Si no son verdaderos fenómenos de popularidad como AMLO, a los políticos que gobiernan les pasa lo que al cohetero: hagan lo que hagan les chiflan y, por lo tanto, pierden aprobación desde el inicio mismo de sus administraciones. No digo que Delfina hubiera hecho un mal papel como gobernadora del Edomex —pero quizá así habría sucedido, juzgado el pasado que no ocurrió a la luz de sus primeras decisiones al frente de la SEP, como la de despedir trabajadores en el contexto de la peor crisis económica—, pero sin duda, como cualquier persona común y corriente dedicada a la política, ella habría desgastado su imagen de inmediato y, por esa razón, habría sido en 2018 un pasivo para López Obrador.

Sin duda, Andrés Manuel ganó las pasadas elecciones presidenciales con una votación récord debido a su honestidad y a su gran campaña, pero también como una consecuencia del hartazgo con los malos gobiernos del PRI y del PAN y aun del PRD, como el de Miguel Ángel Mancera en la Ciudad de México.

En 2006 AMLO ganó las elecciones —no llegó a la presidencia por el fraude cometido por Felipe Calderón—, a pesar de su paso por el gobierno del entonces Distrito Federal, en primer lugar porque la suya fue una administración eficaz, pero también porque los errores que pudo haber tenido quedaron ocultos a la vista de los ciudadanos por el brutal ataque que sufrió con el desafuero.

En 2018 solo el partido de Andrés Manuel, Morena, podía presumir no haber realizado malos gobiernos. Era así porque no había gobernado en ninguna parte y porque en las cámaras legislativas el movimiento de López Obrador invariablemente había estado en minoría, así que no tenía la culpa de ninguna reforma inconveniente para México.

En la primera parte de su gobierno, la 4T ha cambiado numerosas leyes. Si no funciona la nueva legislación todavía no es culpa de AMLO, sino del pasado cuyas malas decisiones nos siguen afectando a todos.

Si este 2021 Morena no solo conserva la mayoría en la Cámara de Diputados, sino que gana más de 10 gubernaturas, a partir de la fecha de los comicios todo lo bueno, pero particularmente todo lo malo que pase en México será atribuible a la administración y al partido del presidente López Obrador.

Vaya problema para la 4T será dejar de tener enemigos en el sector público; vivirán tres años de felicidad AMLO y sus seguidores, pero...

Por grande que sea el número de la gente que cree en el actual presidente, no es mucho mayor al 30% de la población; es bastante, sin duda, pero insuficiente.

Insisto, la aprobación de Andrés Manuel no disminuirá: seguirá arriba del 70%, pero esto es algo que él no heredará a quien encabece a Morena en 2024, (¿Ebrard, Sheinbaum?). En política lo bueno no se hereda, menos aún si es consecuencia de atributos personales. En política normalmente lo que se transmite al sucesor o a la sucesora es lo malo.

Por más exitoso que sea el gobierno de AMLO, y creo que su saldo hasta el momento es muy positivo, siempre hay problemas, y estos son más noticiosos que los aciertos y por lo mismo son los que sí difunden. Hasta el momento la culpa de lo que no funciona en el gobierno es del pasado priista y panista. Si Morena, como es probable, arrasa en las elecciones de este año, la culpa empezará a tenerla, completita, el partido en el poder.

No hay muchos candidatos visibles en la oposición, excepto Ricardo Anaya, Enrique Alfaro y Javier Corral —quienes no sé si tengan verdaderamente con qué retar a la 4T en las presidenciales de 2024—. Sin duda lo anterior es una excelente noticia para Morena, pero…

Si los partidos de oposición encontraran quien los representara a todos unidos, recursos les sobrarán para una campaña presidencial exitosa que cohesionara al 60% de la población mexicana, gente no fifí, pero sí con una idea conservadora o, al menos, no izquierdista de la política.

Quizá AMLO entiende mi razonamiento y, para incrementar las posibilidades de que Morena no arrase este año en las elecciones, decidió sostener a Félix Salgado Macedonio como candidato a gobernador de Guerrero. Este hombre afectará a todos los candidatos y a todas las candidatas del partido de izquierda. Inclusive —he visto encuestas—, en el propio estado de Guerrero ha disminuido fuertemente la ventaja de Morena.

Dicen los sabios que a veces los caminos más cortos son los más largos —lo contrario también es cierto: los caminos más largos pueden llegar a ser los más cortos—. En política no es extraño que una derrota en el corto plazo sea la clave para un posterior triunfo mucho más importante.