Hace unos días comenté aquí que hay medios de comunicación mexicanos en el pasado absolutamente amables con el poder y hoy, de plano, abiertamente desafiantes respecto del presidente AMLO y la 4T. Lo hice a propósito de la difusión que algunas personas hicieron de una campaña tuitera contra Andrés Manuel basada en difundir insultos supuestamente graciosos, ya que partían de un fallido apodo que ciertos militantes de derecha —como mi amigo Javier Lozano— intentaron crearle al mandatario. Eso no era nota periodística, ¿por qué El Economista le dio tanto vuelo?
Como uno de esos medios antes para nada críticos y hoy de sobra peleones es el El Economista, alguien me pidió recorrer el Periférico hacia el sur de la Ciudad de México —“de preferencia en la noche, para que se note más el anuncio luminoso”— y buscar en la publicidad exterior la respuesta. De inmediato entendí: era muy visible en pantallas gigantes la portada de la revista Forbes con el señor Raúl Beyruti como imagen principal. ¿Merece un empresario tan cuestionado ser la nota más importante de una publicación que en México no es la gran cosa, pero que tiene una poderosa marca global? No, pero como él compró la edición mexicana de esa revista, pues hace lo que se le pega la gana. Ello motivó la renuncia del director de la publicación, Jonathan Torres, como lo dio a conocer Carmen Aristegui en su sitio de noticias y hoy recuerda Salvador García Soto en El Universal. A un periodista profesional como Torres le pareció excesivo tal capricho del empresario y simple y sencillamente se fue.
Ahora sabemos —lo comentó el domingo Roberto Rock en El Universal, ayer Aristegui en su propio espacio y hoy vuelve al tema García Soto en el citado diario— que al señor Raúl Beyruti lo investigan la UIF y el SAT por ser el rey del outsourcing ilegal, esto es, el que que tiene como único propósito no pagar impuestos.
¿Por qué Beyruti compró la revista Forbes? Por vanidad, desde luego, pero también por la falsa idea —falsa en la actualidad: verdadera seguramente en otros sexenios— que tienen muchos hombres de dinero de que la propiedad de medios defiende frente al gobierno.
Y sí, también Beyruti compró una parte de El Economista. El todavía accionista mayoritario, Jorge Nacer, no necesitaba a un socio así. ¿Por qué lo aceptó? Sepalach, dirían los clásicos de la RAE. No se ha visto a Beyruti en la portada de ese diario, pero es obvio que busca estar entre los llamados desde Palacio Nacional (conjunto vacío: no se ha llamado a nadie) para que modifique la nueva línea editorial del rotativo especializado en negocios —que permite excesos tan infantiles como el de jugar con chismes tuiteros de mal gusto y en la que destaca una encuesta diaria de Roy Campos que insiste en derrumbar la popularidad de AMLO, algo que por lo demás no ha ocurrido en la realidad.
Por cierto, parecer ser que igualmente Beyruti invirtió en El Economista de España, que algún chiste sigue teniendo, a pesar de que en los últimos tiempos ha venido bastante a menos.
Se ha equivocado Beyruti porque, sin duda, en el periodismo y en la vida para tener la lengua larga es necesario contar con una cola muy corta. Y la cola de él, por lo visto, mide kilómetros y kilómetros.