A propósito de lo excesivamente complicada que ha resultado para la sociedad española la lucha contra la pandemia del coronavirus, un escritor conocido dijo lo siguiente en El País Semanal:
… hasta que acabe este tiempo de desolación, lo más sensato es no cambiar de dirigentes y respaldar sin reservas a los que hay; o, dicho de otro modo, mientras no hayamos cruzado el río embravecido de la crisis y no hayamos alcanzado la otra orilla, no veo forma de ser leal a este país sin ser leal a este gobierno. Sin reservas no significa sin críticas…<br>
Javier Cercas
El señor Cercas explicó en su artículo que la famosa frase se ha atribuido a Abraham Lincoln, quien más bien hacía referencia a un refrán que conoció en su infancia: “Don’t swap horses in the middle of the stream” (en nuestro idioma, “no cambies de caballos a mitad del río”). Al colaborador de El País le parece que esa es una razón suficiente para apoyar al actual gobierno de España. De acuerdo con él: en una situación de desastre global es lo mejor que cualquier ciudadano de cualquier nación del mundo puede y debe hacer.
Los caballos de Carlos Salazar y los de Andrés Manuel
Prudente siempre, cuando Carlos Salazar Lomelín llegó a la dirigencia del Consejo Coordinador Empresarial decidió que iba a subirse a un caballo bastante sereno para cruzar el río de la 4T acompañando a otro jinete, el presidente Andrés Manuel López Obrador.
Durante un año cabalgaron juntos cuidando de que no les dañaran, ni a ellos ni a lo que representan, las peligrosas corrientes que se desatan en un país tan grande como México.
En todo momento Salazar aceptó el liderazgo de López Obrador y este desde el principio vio al empresario como un compañero inteligente y leal dispuesto a colaborar cuando las cosas se complicaran.
La corriente del río se agitó fuertemente varias veces y Carlos puso sus caballos al servicio de Andrés Manuel para que el presidente de la nación mantuviera el control. Pero, cuando la peor tormenta llegó…
La parálisis económica causada por el Covid
En el momento en que el mundo se vio obligado a librar una terrible guerra contra el enemigo invisible del coronavirus, todas las economías pararon.
En ese contexto, el dirigente del CCE pidió al mandatario establecer algunas medidas contracíclicas para apoyar al sector empresarial. AMLO no aceptó, no está en su lógica ni jamás ha considerado que algo así deba hacerse. El presidente de México seguramente pensó que ya había cedido bastante negociando proyectos de inversión privada en el sector energético que otro empresario, Alfonso Romo, jefe de la Oficina de la Presidencia, tenía que aterrizar con la secretaria Rocío Nahle. No se concretaron tales proyectos, no hubo tiempo. La pandemia no solo todo lo complicó, sino que todo lo postergó. Pero esto ya era lo de menos.
El siempre respetuoso, serio y juicioso Carlos Salazar, contra su vocación conciliadora y su personalidad sosegada —seguramente presionado por los duros de la IP, los obsesionados con hacer naufragar a la 4T— en vez de recibir con toda calma la respuesta negativa que Andrés Manuel dio a su petición de apoyos específicos a las empresas, decidió no únicamente escuchar a los radicales del sector empresarial, sino inclusive actuar como si hiciera suyos los fuertes cuestionamientos de la Coparmex al presidente López Obrador.
A la mitad del río
En efecto, a la mitad del río, con la más espantosa tormenta encima, Carlos Salazar cambió sus caballos tranquilos por otros mucho más violentos, que de inmediato intentaron lanzarse contra AMLO con toda la intención de provocar un daño. El presidente de nuestro país, para evitar mayores problemas, simplemente se alejó.
Pienso que si Salazar hubiera seguido insistiendo, por las buenas, en su proyecto de reactivación económica, algo habría logrado. No todo lo que pedía, desde luego, pero más de lo que ahora tienen los empresarios, las empresarias.
Por lo demás, la actitud de Salazar, no de traición, sino causante seguramente de una profunda decepción en el ánimo del presidente López Obrador —el empresario había prometido estar al lado de AMLO durante todo el trayecto—, sumada tal actitud a la necesidad de Andrés Manuel de concentrarse en el combate a la pandemia, dejó en absoluta libertad a la secretaria Nahle para imponer su proyecto energético tal como ella lo había diseñado, sin contar para nada con la opinión de los empresarios, de las empresarias; tal vez ni siquiera lo hizo del conocimiento del jefe de la Oficina de la Presidencia, Alfonso Romo.
¿Era necesaria una respuesta tan agresiva de parte del CCE?
El gran pecado de Nahle no fue lo que hizo en el tema de las energías limpias, que tiene mucho de rescatable, sino que pudiendo haberlo consultado con el CCE, no tomó para nada en cuenta el punto de vista del organismo más importante del sector privado.
Claro está, los señores y las señoras del Consejo Coordinador Empresarial pudieron haber respondido con cordialidad a la secretaria Nahle y al presidente AMLO, esto es, buscando un nuevo entendimiento. En lugar de ello, declararon que la medida violentaba el estado de derecho, era contraria a la Constitución y atentaba contra la legalidad, la libre competencia y el bienestar de los consumidores. A partir de ahí, anunciaron una ofensiva legal que ya inició y que alejará al CCE y a Carlos Salazar todavía más de Palacio Nacional y de Andrés Manuel López Obrador.
¿En serio, Carlos, nada tiene de positiva la propuesta de Nahle?
Si Carlos en vez de dejarse llevar por el hígado, entre sus fuertes críticas hubiera reconocido lo que sí tiene de positivo la propuesta de Nahle, para a partir de ahí solicitar un diálogo que llevara a una negociación, las puertas de Palacio habrían seguido abiertas para el CCE.
Salazar, un hombre honesto, admitirá que más allá de lo pactado antes de que AMLO llegara al poder, la secretaria Nahle podría tener razón al menos en los siguientes puntos: (i) que es necesario que los proyectos de energías renovables cubran su parte en la inversión de redes de transmisión y distribución; (ii) que, sin duda, ello aumenta los costos a las empresas privadas que generan energías renovables, pero es lo justo. ¡es lo justo!; (iii) que sorprendieron a la administración pasada o hubo abuso, ya que se entregaron concesiones muy amplias a proyectos energéticos a costa de las empresas del Estado, y (iv) que, efectivamente, con las cosas como estaban las compañías de energías renovables iban a terminar por comerse a la CFE, por lo que tendría que ser un elemental acto de justicia que emparejaran el piso invirtiendo también en la transmisión y distribución.
No dudo que las empresas privadas generadoras de energías limpias también tengan razón y que lo decidido por Nahle vaya a terminar por encarecer la electricidad y provocar contaminación…
El diálogo, el diálogo
En un conflicto ninguna de las partes está totalmente equivocada y ninguna está totalmente en lo correcto.
Pero para eso, para conciliar razones y verdades en pugna, se inventaron el diálogo racional y la negociación de buena fe, que tristemente el Consejo Coordinador Empresarial no buscó porque prefirió irse a una guerra, mediática y legal, que no va a beneficiar a nadie. Dirán los empresarios y las empresarias que no tenían opción porque el golpe ya estaba dado. No estoy de acuerdo: nada es definitivo y nunca es tarde para llegar a acuerdos.
Los empresarios, las empresarias deben bajarse del ring
El CCE con actitud bravucona dejó caer el guante a los pies de Andrés Manuel y este lo recogió aceptando el reto. Quieren pleito, en el terreno que elijan. No podía el presidente de México responder otra cosa…
El duelo ha empezado. Ya hay amparos o suspensiones a favor de las empresas. El gobierno, por elemental dignidad, tendrá que contestar la agresión. Así son las peleas. Pero todavía confío en que los hombres y las mujeres de negocios se bajen del ring. No tiene sentido lo que hacen, no son protagonistas de la política, sino de la economía.
He aprendido que a las patadas uno gana solamente si es mucho mas fuerte que el rival o si se le sorprende y se le deja fuera de combate con un golpe tan alevoso como desleal. No es el caso.
Claro está, si uno es el débil y no hay ninguna posibilidad de agarrar desprevenido al otro para darle con un martillo, lo mejor que se puede hacer es proponer —y trabajar hasta lograr— un arreglo por las buenas.
Admitan los empresarios que es excesivamente ventajoso el acuerdo para las empresas que generan energías renovables y que debe modificarse, y en una de esas el gobierno se sienta a diseñar una solución sin tener que entrar en combate. Es lo mejor para todos.