El primer ataque misógino fue obra de un youtubero y una youtubera, Marco Polo y Judith González. La segunda agresión la lanzó cierta prensa misógina.
La historia es muy sencilla: los mencionados youtubero y youtubera hicieron una parodia de la candidata de Morena al gobierno de Nuevo Léon, Clara Luz Flores, que claramente rebasa los límites del humor político, ya que la presenta como apéndice de su marido, Abel Guerra, algo decididamente ofensivo ya que ella, por más que lógicamente cuente con el apoyo de su pareja, tiene una carrera política propia desde hace bastantes años.
De hecho, si las cosas se le dan en forma positiva —y podría ocurrir así, ya que está adelante del priista Adrián de la Garza en las encuestas, así sea por la ventaja no tan amplia que le otorga el diario El Norte, hermano mayor de Reforma—, entonces la señora Flores logrará algo con lo que soñó su esposo, pero jamás alcanzó: gobernar Nuevo León.
La popularidad de Clara Luz no es heredada: trabajó muchos años para conseguirla. Sus buenas calificaciones como alcaldesa de Escobedo nada tienen que ver con sus relaciones personales. La gente no evalúa al gobernante en función de su estado civil ni del nombre y apellidos del cónyuge. Las personas califican bien o mal a quien está en el poder solo tomando en cuenta su desempeño. Y el de la señora Flores debe haber sido muy bueno, dadas las notas más que aprobatorias que siempre tuvo en su anterior responsabilidad.
Como mujer, no podía soportar que el youtubero Marco Polo y la youtubera Judith González se burlaran de ella por ser mujer. A ningún candidato hombre lo critican por su cónyuge, ¿por qué a Clara Luz sí? Respuesta: porque es mujer.
Por respeto a las mujeres que tratan de sobresalir en la vida profesional —la política, los negocios, el arte o los medios—, la señora Flores demandó al youtubero y a la youtubera. Hizo lo correcto.
No es un asunto de libertad de expresión, sino de exigir que se deje de atacar a las mujeres solo por ser mujeres.
Después de la violencia física, lo peor que le puede pasar a una mujer es decirle que ha destacado en su profesión no por ella, sino por su marido. Se trata de algo absolutamente inaceptable.
Insisto, no es humor: es machismo. Como machismo es el comentario de los diarios El Norte y Reforma en sus columnas Templo Mayor y M.A. Kiavelo que han criticado a Clara Luz por atentar contra la libertad de expresión de dos humoristas.
Con muy mal gusto, han comparado a Marco Polo y a Judith González con los humoristas estadounidenses Johnny Carson y John Oliver.
Más allá de que los redactores de El Norte y Reforma no se midieron con la comparación, mientan al decir que Clara Luz Flores “se ofendió porque le hicieron una parodia”. La parodia no la ofendió: sí la lastimó —en su dignidad de mujer— la misoginia expresada en la forma de un delito perfectamente tipificado, el de violencia política contra la mujer.
Es decir, Clara Luz ha sido dos veces víctima: primero del absolutamente inaceptable humor machista de Marco Polo y Judith González; después de las críticas de mala leche de los redactores de las columnas políticas más importantes de El Norte y Reforma.
Para colmo, al ataque misógino contra la señora Flores se ha sumado un candidato que hace un año se veía con posibilidades de ganar la gubernatura, pero que ahora está hundido en el último lugar de las preferencias electorales, Samuel García: este también insiste en atacar, no a su rival de Morena, lo que sin duda es legítimo, sino a Clara Luz y a Abel como pareja, algo que de plano no se vale.
Abel no es candidato y no participa en la elección. ¿Se le puede cuestionar? Desde luego que sí. Ha sido durante décadas político profesional y está obligado a soportar todas las críticas. Pero los señalamientos a Abel Guerra deben dirigirse solo a él y en la lógica de su propia trayectoria, sin duda polémica. Si su pasado político perjudica o no a Clara Luz, es su problema.
Lo que no se vale es acusar a Abel nada más de ser esposo de Clara Luz. La candidata es ella, no él. Y lo es por sus méritos, no por la biografía de su marido.
No es tan difícil entenderlo. De hecho, resulta muy sencillo comprender que Clara Luz es su propia jefa de campaña. Decir otra cosa es misoginia y no tiene por qué aceptarla la candidata de Morena, a la que le ha costado mucho esfuerzo llegar a donde está.