Ningún presidente ha sido más agredido. Ningún gobierno había enfrentado peores crisis. La economía tardará 10 años en recuperarse. Por culpa del coronavirus, sí.
Sin AMLO en al gobierno habría sido bastante peor, sin duda. Pero, a pesar de ello, el retroceso en el nivel de vida es ya terrible.
La pandemia todo lo ha complicado. Los niños y las niñas no volverán a las aulas y, muy probablemente, no aprovecharán las clases por TV. Los y las estudiantes con poder económico, que tendrán clases por internet interactuando con sus maestros y compañeros, seguramente aprenderán más que los pequeños y las pequeñas pobres o de clases medias bajas sin acceso pleno a la red.
Aceptemos la realidad. El proyecto educativo de la 4T sufrirá una regresión. El plan energético no se cumplirá; por el parón que ha sufrido la economía global. Los programas sociales para los pobres seguirán siendo prioridad, pero difícilmente habrá recursos para ampliarlos.
Tenemos al mejor presidente para la peor crisis, no hay duda. Sin Andrés Manuel López Obrador al frente del gobierno México estaría hoy en ruinas. Pero la transformación que él tenía en mente y que avanzaba según lo proyectado, tendrá que esperar para consolidarse.
El presidente AMLO con la mayoría en las cámaras de Diputados y Senadores ha logrado reformas legales, aun constitucionales para complicar que se echen abajo en el futuro —sí, en el caso de que otro partido llegue a la presidencia de México.
Ello no garantiza nada. Peña Nieto y Videgaray cambiaron a México con sus reformas estructurales. Pensaron que por haber modificado la Constitución serían, si no eternas, duraderas. Pero perdieron las elecciones de 2018 y Morena rápidamente las tiró a la basura.
Andrés Manuel, para que su proyecto no lo destruya un próximo gobierno de derecha —o de izquierda, pero con otra idea de país—, tendrá hacer tres cosas: (i) impedir que México caiga al vacío por la pandemia, lo que parece estar logrando; (ii) aceptar con realismo que su proyecto, para realmente imponerse necesitará más de seis años de trabajo, es decir, está obligado a que su sucesor o sucesora le dé continuidad absoluta al plan, punto por punto, letra por letra, y (iii) preparar desde ahora mismo una opción electoral que realmente piense como él y que, además, sea capaz de retener para la 4T la presidencia en el 2024.
¿Que falta mucho para las elecciones presidenciales? No tanto. Ya vienen las intermedias, que Morena ganará con facilidad en lo relacionado con el número de gubernaturas, pero que tendrá más complicado el objetivo de retener el control de la Cámara de Diputados, sobre todo si la oposición se unifica.
Por cierto, tener más gobernadores, más gobernadoras facilitará el trabajo de AMLO en las entidades federativas, pero no lo vacunará contra dos virus que en política matan: el de las traiciones y en de las divisiones.
Los gobernadores, las gobernadoras de Morena podrían no coincidir con el proyecto electoral del presidente López Obrador en 2024 y, por lo tanto, terminar apoyando opciones de izquierda distintas o, quizá, hacer cálculos que les acerquen a alguien como Enrique Alfaro, de Movimiento Ciudadano, quien si se aleja del PAN, podría presentarse falsamente como un político progresista. No debe olvidar Andrés Manuel que detrás de Alfaro está un maestro de las alianzas, verdadero artista del pragmatismo, Dante Delgado.
AMLO debe desde ahora mismo estructurar su sucesión. Para que la 4T no solo resista, sino termine realmente por cambiar a México. Y es que antes de la pandemia el presidente López Obrador tenía razón cuando decía que lo fundamental del trabajo de transformación estaba hecho. La enfermedad del Covid-19 todo lo puso, en todo el mundo, cabeza abajo. Por lo tanto, la 4T necesitará más tiempo del que se pensaba. Otro sexenio, sí.