Cuestioné en un artículo anterior a algunos —más bien, muchos, hasta demasiados— columnistas de El Financiero que me parecen fanáticos anti-AMLO.
Un par de amigos me han preguntado por qué no soy capaz de ver nada bueno en ese periódico y si tengo algo personal contra su propietario, Manuel Arroyo.
No hay nada personal, diría la canción de Armando Manzanero: “es sólo el corazón que desayuna… en el café de la mañana”.
Y sí, normalmente leo El Financiero —y Reforma, La Jornada, El Heraldo, Excélsior, Milenio y El Universal— en mis mañanas, inclusive en mis madrugadas, con una taza de café al lado en la soledad del pequeño escritorio de mi apartamento.
Confieso que me molesta el fanatismo anti-4T de un número importante de los y las articulistas de tales periódicos, con la excepción de La Jornada. Quienes más agresividad exhiben en tan reprobable tarea son los y las comentócratas de El Financiero y Reforma.
No, no hay nada personal. A pesar de sus rarezas, el dueño de El Financiero, Manuel Arroyo, me cae bien. Y al propietario de Reforma, Alejandro Junco de la Vega, lo considero el más importante genio empresarial, por así decirlo, de la prensa mexicana. Genio, sí, y para nada exagero.
¿Qué encuentro de bueno en tales diarios? Muchas cosas. Sus encuestas son de las más creíbles en nuestro país. Es la verdad: tanto Alejandro Moreno (El Financiero) como Lorena Becerra (Reforma) realizan un extraordinario trabajo de análisis de la opinión pública.
Pienso que El Financiero tiene a uno de los grandes analistas económicos de México, Enrique Quintana. Y, por supuesto, en Reforma publican intelectuales de primer nivel, como Enrique Krauze y Jesús Silva-Herzog Márquez.
Mejorarían ambos diarios si se alejaran de la antigua, y desde hace tanto tiempo superada, idea de lo “bueno”. ¿A qué me refiero?
El Vaso de Duenos
Voy a explicar lo anterior haciendo referencia a ese objeto del siglo VI a. C. —tres jarrones unidos— que se conserva en un museo de Berlín, Alemania. Cito a Wikipedia que sabe más que yo de estas cosas:
“La inscripción Duenos es uno de los primeros registros escritos del latín. Se trata de un texto de tres líneas inscrito en una obra artesana que consta de tres jarrones unidos, descubierta por el arqueólogo alemán Heinrich Dressel en 1880 en la ciudad de Roma. Recibió su nombre por la primera palabra –Duenos, que significa ‘bueno’ en latín arcaico– de la tercera línea que es la que se pudo descifrar con la mayor seguridad”. <br>
Wikipedia
He leído, por lo demás, que algunos antropólogos italianos sostienen la tesis de que la inscripción Duenos no está en latín arcaico, sino en sardo, “el idioma del que derivaría el latín mismo”.
Lo que sea, la palabra duenos dio origen a bonus, esto es, bueno en latín no arcaico. En la mencionada inscripción, se lee en un sitio de internet, “duenos debe interpetarse en el sentido de un adjetivo sustantivado, equivalente arcaico del bonus latino. En ese sentido bonus sería el calificativo que se dio a sí mismo el noble, idea aristocrática de hombre superior, frente al concepto malus, aplicado a un status social inferior”.
Modernizar el lenguaje
A veces pienso que, simple y sencillamente por clasistas, tanto los propietarios como los directivos y los y las columnistas de El Financiero y Reforma se consideran buenos porque pertenecen a la clase social económicamente superior y, por lo tanto, piensan que son malos quienes integran las clases bajas, lo mismo que aquellas personas, como el presidente López Obrador, que defienden y se empeñan en poner los instrumentos del Estado al servicio de los pobres.
Un amigo mío, empresario de Guadalajara, edita o editaba una revista de sociales llamada Gente bien, es decir, gente de dinero, la que viaja, se pasea en yate, tiene empresas, hasta aviones privados. Guadalupe Loaeza se ha hecho de un nombre como periodista porque ha criticado a “las niñas bien”, a quienes sin duda ha ridiculizado pero cuyo estilo de vida evidentemente admira.
Las redes sociales y los medios tradicionales están llenos de alusiones a la “gente pensante”, es decir, la que no coincide con la izquierda en general y específicamente con la 4T.
La comentocracia debería actualizar su lenguaje ético. Ser bueno no significa ser rico o aspirar a serlo. Ser malo no debe ser usado como sinónimo de clase baja.
No hay consenso acerca de qué dice el Vaso de Duenos. Pero, quizá, una de sus líneas signifique lo siguiente: “(Un) buen hombre me hizo con buen propósito para (un) buen hombre, (que) el mal no me lleve”.
Vaya expresión esa de “que el mal no me lleve”. Con un poco de objetividad y serenidad, la prensa mexicana toda —no solo El Financiero y Reforma— evitará que crezca el ya muy grande mal que no pocos de sus analistas le hacen a México al sabotear un día sí y otro también al único gobierno que tenemos. No debe olvidarse que el presidente AMLO cuenta con legitimidad democrática para tomar las decisiones que considere más adecuadas para luchar contra la peor crisis sanitaria y económica de los últimos cien años.
No se trata de estar de acuerdo en todo con Andrés Manuel. En lo personal, creo que resulta muy insuficiente su programa de reactivación de la economía. En la medida de mis posibilidades, planteo las opciones que me parecen más válidas, muchas de las cuales coinciden con las del Consejo Coordinador Empresarial dirigido por Carlos Salazar.
La unanimidad ni es posible ni es deseable. Pero valdría la pena expresar las diferencias sin insultos y sin calumnias, que desgraciadamente sobran en las columnas de El Financiero y Reforma. ¿O qué debe pensarse de escritos en los que se acusa al presidente de México de mentir siempre y de estar entregando la planta productiva mexicana a los narcos?