Comparemos a Joaquín López-Dóriga, de Radio Fórmula y Milenio, con tres figuras principales de La Jornada, el periodista Pedro Miguel y sus colegas moneros Rafael El Fisgón Barajas, Antonio Helguera y José Hernández.
López-Dóriga tiene...
√ …más dinero —no solo más, muchísimo más— que Pedro Miguel, El Fisgón, Hernández y Helguera.
√ ...más audiencia, sobre todo en Radio Fórmula. Pedro Miguel, El Fisgón, Hernández y Helguera se dirigen a un público cuantitativamente menor, pero más importante en términos cualitativos —más educado, culto y, sobre todo, comprometido— en La Jornada, las revista El Chamuco y Proceso y recientemente en la televisión pública.
López-Dóriga tiene también...
√ ...menos autoridad moral —y no solo menos, muchísimo menos—. En este terreno son imbatibles Pedro Miguel, El Fisgón, Hernández y Helguera.
√ ...menos credibilidad; muchos millones vieron durante años a Joaquín López-Dóriga en la TV, pero nada más; en cambio, nadie duda de que Pedro Miguel, El Fisgón, Hernández y Helguera son paradigmas de verticalidad.
Contaré una historia
Sé de lo que hablo. Me inicié en el periodismo en El Porvenir, de Monterrey, cuando lo dirigía Jesús Cantú Escalante, pero rápidamente llevé mis artículos a El Norte, invitado por Ramón Alberto Garza. En este diario estuve unos ocho años y sus directivos siempre me trataron de maravilla.
Antes de debutar, Alejandro Junco me dio una especie de laptop, la Tandy 200, que en 1986 era una maravilla y que, literalmente —así lo comprobé en las elecciones de Chihuahua de ese año—, no la tenían ni los enviados especiales del New York Times. Me envidiaban, sí.
A finales de 1993 estuve en el grupo de periodistas, columnistas y editores regiomontanos que fuimos convocados para participar en la fundación del diario Reforma en la Ciudad de México.
Con Colosio en la campaña
Desde antes del nacimiento del nuevo periódico, Luis Donaldo Colosio me ha había pedido que lo acompañara en sus recorridos de campaña “a platicar”. Me garantizó que iba yo a tener acceso a todo lo que pasara y me autorizó a publicar lo que se me pegara la gana después de que su trabajo electoral concluyera.
En El Norte y Reforma supieron lo que yo iba a hacer, lo aceptaron y me dieron, esta vez sí, una laptop de verdad —siete años atrás no se había desarrollado el diseño que hoy conocemos—, con la que me fui de gira a charlar con Donaldo.
El rival que más o menos preocupaba al candidato Colosio era el izquierdista Cuauhtémoc Cárdenas, del PRD, no el derechista Diego Fernández de Cevallos, del PAN. Esto obedecía al extraordinario trabajo que en la anterior elección presidencial había realizado Cuauhtémoc.
A Donaldo no le gustaba mucho el tema —tampoco lo rehuía— del porqué Cárdenas, sin prensa, inclusive con los medios más influyentes en contra, había conseguido tantos votos en 1988, un número tan grande que para muchos había sido él quien ganó la elección, y no Carlos Salinas, que todo el mundo creía, y se sigue creyendo, pudo imponerse por el fraude diseñado y ejecutado por el entonces secretario de Gobernación, Manuel Bartlett.
Un diario y una revista
La única explicación que a mí se me ocurría de lo anterior era que un periódico y una revista habían derrotado al resto de los periódicos, a las estaciones de radio y a las cadenas nacionales de televisión. El diario, La Jornada; la revista, Proceso. Desde luego, influía más La Jornada, por su periodicidad diaria. Pero nadie vaya a pensar que su cobertura estaba sesgada hacia Cuauhtémoc Cárdenas. Nada eso. Simplemente, y vaya que era una rareza, la información la presentaba en forma bastante equilibrada, es decir, sin ocultar ni mucho menos tergiversar lo que hacían Carlos Salinas, del PRI, y Manuel El Maquío Clouthier, del PAN. Pero lo más relevante no era esto, sino las caricaturas —que siempre me ha impresionado— del diario entonces dirigido por Carlos Payán y en la actualidad por Carmen Lira.
Los moneros mexicanos de izquierda son extraordinarios: creativos, inteligentes, sencillos, completamente identificados con los líderes intelectuales, pero también con el pueblo, desde entonces —y desde mucho antes— inconforme con el sistema político priista.
La vieja y la nueva TV
En 1988 en la lucha por influir en la opinión pública, los moneros derrotaron al mismísimo Jacobo Zabludovsky. La elección presidencial de ese año, tan irregular, provocó una crisis de credibilidad en Televisa.
Conscientes de lo anterior, cuando, a mediados del sexenio de Ernesto Zedilo, tomaron Emilio Azcárraga Jean y Bernardo Gómez Martínez el control de la gran televisora, decidieron darle un giro notable a la política informativa, que se abrió a todas las opciones partidistas.
Lo he dicho durante años y lo repito ahora: desde antes de las elecciones del año 2000 Televisa fue un factor de democratización, gracias sobre todo a Bernardo Gómez.
Su nueva estructura editorial determinó la salida de Zabludovsky en cuanto el PRI se fue de Los Pinos. Después de varios ensayos, los directivos de la empresa entregaron a Joaquín López-Dóriga la responsabilidad de cambiar la cara a la televisora, en lo periodístico al menos.
Si alguien entendió lo que estaba pasando fue Andrés Manuel López Obrador, quien estableció relaciones profesionales y aun amistosas con la gente de la televisora, que a pesar de ciertos muy fuertes desencuentros, en muchos momentos ha sido fundamental en los éxitos principales de la larga trayectoria que llevó a AMLO de la jefatura de gobierno del entonces Distrito Federal a la presidencia de México.
Desde luego, una compañía mediática tan grande necesariamente sufre presiones de gobiernos no democráticos —en eso terminó el de Vicente Fox— y de plano ilegítimos, como el de Felipe Calderón.
Segunda renovación de la TV
Algunos periodistas de Televisa no estuvieron a la altura y no resistieron el encanto de la frivolidad del PAN en el poder. Otros, otras sí. Este último es el caso, por ejemplo, de Brozo y Denise Maerker. Los que fallaron fueron el más conocido, López-Dóriga, y la eterna joven promesa, Carlos Loret de Mola. Hechizados por 12 años de fiesta panista en el poder, ya con Enrique Peña Nieto en Los Pinos, condujeron a la televisora a otra crisis de credibilidad, que se resolvió como la de antes del 2000: dándole las gracias al conductor del noticiero más importante, Joaquín López-Dóriga. Así como Zabludovsky dejó la TV, se reinventó en la radio y se volvió un periodista creíble, lo debería hacer López-Dóriga. Sin embargo, da la impresión de que no le interesa.
Qué metida de pata de López-Dóriga
Si cuidara su reputación, Joaquín no se habría atrevido a cuestionar a Pedro Miguel, El Fisgón, Hernández y Helguera por haberse reunido con Andrés Manuel López Obrador. Una absoluta frivolidad el siguiente tuit de Joaquín López-Dóriga:
{username} (@lopezdoriga) August 30, 2020
Los moneros y Pedro Miguel, entre otros periodistas de La Jornada, como la propia directora Carmen Lira, han apoyado a AMLO en forma absolutamente desinteresada en tiempos buenos y malos… y muy malos. Lo han hecho desde hace bastante tiempo. Me consta.
Cómo diferenciarnos de El Norte y Reforma
Cuando mataron a Luis Donaldo Colosio yo había dejado El Norte y Reforma. Decidí que iba a escribir, en El Financiero y en El Diario de Monterrey e inclusive en El Economista —aceptaban mis artículos en estos tres periódicos— sobre lo que vi y viví en la campaña del sonorense. Aunque hubo personas, como Liébano Sáenz y Enresto Zedillo, que me criticaron por hacerlo —según ellos yo era desleal e indiscreto—, la verdad de las cosas es que simplemente cumplí lo pactado tan amistosamente con Luis Donaldo.
La vida me cambió cuando, en la primera reunión que sostuve después del magnicidio con el dueño de El Diario de Monterrey, Francisco González, este me propuso trabajar juntos para hacer un periódico en la Ciudad de México. Acepté la propuesta y de inmediato me puse a pensar en qué podía hacer para diferenciar nuestro proyecto de dos monstruos de la industria periodística, El Norte, líder absoluto y casi monopólico en Monterrey, y su hermano mayor Reforma, que fue un éxito inmediato en la capital de nuestro país.
Reforma había triunfado en gran medida porque, a billetazos, había contratado a analistas y periodistas capitalinos conocidos e influyentes. ¿A quiénes podía contratar yo?
Y que se me aparece El Chamuco
Un año después de haber empezado a pensar en cómo desarrollar el proyecto de lo que iba a ser Milenio, tuve la respuesta cuando vi, en algún puesto de periódicos, uno de los primeros ejemplares de la revista El Chamuco, que era una especie de sociedad entre la editorial Grijalbo y los moneros Rius, El Fisgón, Hernández, Helguera y Patricio.
Para verdaderamente diferenciar a El Diario de El Norte y, también, con el propósito de preparar colaboradores para Milenio cuando naciera, me puse en contacto con el entonces director de Grijalbo, Giancarlo Corte, y después con los moneros. Rápidamente llegamos a un acuerdo de compraventa: a cambio de una equis cantidad de dinero yo iba a poder publicar en El Diario de Monterrey todas las caricaturas de El Chamuco después de que la revista empezara a circular.
Inclusive, para que no quedara duda de que El Diario era diferente a El Norte y a Reforma invité a los moneros a la Sultana del Norte a presentar un libro de Rius, Los Panuchos, la historia del PAN desde los cristeros hasta Fox.
En la capital de Nuevo León sobran espacios de izquierda o abiertos a todas las ideas, pero no me interesaba hablarle a los ya convencidos. Tampoco quería convencer a la derecha empresarial, sino simplemente informarle que nosotros éramos otra cosa. Así que hablé con Nina, la hermana de Lorenzo Zambrano, en ese tiempo presidente de Cemex. Ella era muy activa en la vida comunitaria de Nuevo León y, entre otras actividades, dirigía el museo Marco, que tenía en su consejo —seguramente sigue siendo así— a algunos de los más fuertes representantes del capitalismo local. A Nina le gustó la idea, hizo un descuento por la renta del museo y los moneros realizaron su presentación frente a hombres y mujeres que sí eran una muestra representativa del empresariado regio.
Los moneros y Milenio
Un año después, cuando estaba a punto de comenzar a circular Milenio Semanal, dos de los moneros —Hernández y Helguera— aceptaron colaborar en la revista. Tiempo después se unió Patricio. Este y Hernández, que no participaban en La Jornada, también estuvieron de acuerdo en colaborar en Milenio Diario. A Helguera le hice una oferta, que en mi opinión no iba a poder resistir, para que trabajara de tiempo completo con nosotros. Se negó, me dijo que por ningún motivo iba a renunciar al único diario de izquierda en México, ya dirigido por Carmen Lira. De cualquier modo, Helguera aportaba su prestigio a Milenio desde el semanario. Alguna vez hasta El Fisgón publicó un cartón en la revista.
Como Reforma, que llegó a la Ciudad de México desde Monterrey, la empresa regiomontana Milenio también tuvo éxito rápidamente en el mercado capitalino.
Mucha gente contribuyó al éxito del periódico y la revista, pero creo que más que cualquier otra aportación, el prestigio de los moneros resultó fundamental para que la empresa mediática de Pancho González se consolidará en la capital de la nación.
Frente a tanta autoridad moral, ni caso tiene pelear, Joaquín
El Fisgón, Hernández, Helguera y Pedro Miguel, a este escritor lo conocí después, triunfan en cualquier proyecto periodístico que emprenden porque, a pesar de que manejan el humor, son muy serios, muy creativos y saben comunicarse con la gente. Lamento no tener ya relaciones con ellos. Pero, cuando las tuve, me dieron no pocas lecciones. Una de ellas, que había en el PRD, antes de que llegara a la jefatura de gobierno, un dirigente político a quien valía la pena apoyar: Andrés Manuel López Obrador.
No estaban a favor de AMLO porque le vieran posibilidades de llegar al poder —supongo que en ese tiempo pensaban que jamás iba a despachar en Palacio Nacional—, sino simplemente por honesto, limpio e idealista. Por ninguna otra razón.
Recuerdo que una vez Carlos Marín, que era el director editorial de Milenio, les exigió burlarse de Andrés Manuel. Se negaron a hacerlo y se quejaron conmigo. No tenían motivos para molestar a AMLO y no iban a hacerlo solo “por los huevos de Marín”. Preferían renunciar antes de hacer algo de lo que no estaban convencidos. Desde luego, los apoyé, y de inmediato, como su jefe que era, le ordené a Marín que dejara en paz a los moneros. De mal modo obedeció.
Amigos, sí
En su tuit en el que presentó la foto con El Fisgón, Hernández, Helguera y Pedro Miguel, el presidente López Obrador dijo que había platicado "con amigos". Creo que nunca había Andrés Manuel usado con más justicia y sinceridad esa palabra: amigos. Si hay gente que ha sido absolutamente leal al tabasqueño durante tanto tiempo, ellos están en la lista, que no debe ser muy larga.
Y no, no son “críticos al servicio” de AMLO como dijo con extrema patanería el señor López-Dóriga. Ellos son distintos a ti, Joaquín. Te equivocas al pelear con personas tan decentes en el terreno de la autoridad moral. Les podrás ganar en campos de batalla más llenos de fango, pero jamás los vencerás si lo que está en disputa son principios.