Totalmente de acuerdo contigo, señor presidente López Obrador: primero los pobres y después los pobres… y luego los pobres ¡y siempre los pobres deben ser la prioridad del gobierno!
Carajo, son de muy mal gusto algunos comentarios en contra de tu proyecto de atender, en la crisis, a las personas más vulnerables de la sociedad mexicana; terrible, por ejemplo, lo que dijo hoy, en Milenio, el columnista Héctor Aguilar Camín: que tú, Andrés Manuel, solo apoyas al “México marginado, pobre, improductivo”.
¿Los improductivos pobres? De espanto el clasismo de un intelectual tan destacado como Aguilar Camín.
Es el mismo clasismo, inclusive racista, de mucha gente de las clases medias y altas en México.
Presidente AMLO, sin duda actúas correctamente, con toda justicia, al defender tu proyecto éticamente irreprochable que, por cierto, bien operado —es decir, complementado con medidas contracíclicas de naturaleza keynesiana que tarde o temprano deberás llevar a la práctica— podrá reactivar la economía en cuanto pase la pandemia del coronavirus.
Lo que no está bien es que utilices la religión para defender tu pensamiento basado en principios morales que van mucho más allá de lo que postulan instituciones decadentes, dogmáticas y dirigidas por hipócritas como la Iglesia católica y todas las otras.
Basta de fanatismo. De plano, no estamos ya para eso.
Sabes muy bien, Andrés, que en El Vaticano —lo mismo que en las jerarquías de las otras religiones— lo único que no hay es pobreza.
En esa ciudad habitada por una gran cantidad de personas religiosas lo que abundan son curas enriquecidos y hasta perversos —muchos de ellos, pederastas— que lucran con el falso amor e hipócrita preocupación por los pobres.
En tiempos de Susana Distancia, espero que no sea mucho pedir, presidente López Obrador, una mayor separación entre el Estado mexicano y todas las iglesias, que la verdad sea dicha solo sirven para fomentar la ignorancia y, también, para que se la pasen como potentados y sin trabajar quienes las dirigen.