Un dramaturgo francés del siglo XIX observó que los jueces de su tiempo eran implacables con el ladrón e indulgentes con el infanticida. Lo atribuyó a una “cuestión de intereses: el juez teme que le roben, pero ha pasado ya la edad en que podía ser víctima del infanticidio”.

Insultar a un niño, burlarse de él no es lo mismo que matarlo. Por supuesto que no, pero puede ser terrible el daño que ello cause en el pequeño si se hace tan masivamente como ayer ocurrió en las redes sociales mexicanas —increíble la crueldad con la que se atacó por motivos políticos, sobre todo en Twitter, a un menor de edad, el hijo de Andrés Manuel López Obrador y Beatriz Gutiérrez Müller.

¿Por qué la saña contra un niño? Simplemente porque su madre exigió que se le deje en paz. Beatriz actuó como lo habría hecho cualquier mujer que hubiese sufrido, ya durante meses —incluso años— el inmoral espectáculo de ver a su hijo insultado con excesiva frecuencia. Habrá quienes piensen que la esposa del gobernante de un país no puede actuar de esa manera para no generar reacciones en contra de los grupos políticos de oposición. Estoy seguro de que a ella le llena de orgullo ser la compañera del presidente de México, pero tal privilegio lo disfrutará —o padecerá— solo seis años. En cambio, será mamá toda su vida y, por lo mismo, no dejará de exigir respeto a su pequeño, sobre todo cuando apenas está entrando en la adolescencia.

Muchas vilezas había visto en Twitter, pero ninguna tan miserable como el orquestado —evidentemente financiado con mucho dinero— ataque de ayer al hijo de Andrés Manuel y Beatriz.

¿Quién puede ser tan ruin como para entregar no pocos recursos a una campaña masiva de insultos contra un niño?

De lo que se trata, evidentemente, es de golpear a AMLO con propósitos electorales. En efecto, él es el principal activo de Morena, que pese a todo sigue encabezando las encuestas de preferencia de votación, y por esa razón desprestigiar al presidente de la república es lo mejor que pueden hacer quienes aspiran a derrotar al proyecto de la 4T en el 2021, sobre todo en la contienda relacionada con la renovación de la Cámara de Diputados.

Además de lo poco ético que resulta lastimar de esa manera a un menor de edad —sé que es un niño inteligente que, así lo espero, sabrá superar esta crisis—, evidentemente existe el riesgo de que sufra daños severos en su desarrollo. Es, por lo tanto, un delito lo que ayer ocurrió. Agravado porque fue planeado y ejecutado con dinero de sobra.

Ayer mismo, en su mañanera de Tlaxcala, antes del ataque tan ruin a su hijo, el presidente López Obrador dijo que no se va a permitir que nadie, ninguna asociación empresarial o de la llamada sociedad civil, vaya a “estar entregando dinero para apoyar a candidatos como lo hicieron en el 2006”.

Añadió el presidente de México: “No es de que: ‘Para que yo no pague impuestos en el futuro, o porque cae mal Andrés Manuel, me molesta mucho, no quiero que gobierne México un comunista, entonces pues vamos a aportar dinero para comprar votos, para comprar espacios en radio, en televisión, para hacer campañas negras, guerra sucia’. Todo eso lo vamos a estar viendo y denunciando”.

Recordó el tabasqueño que “existe la fiscalía electoral y es delito grave el fraude electoral”.

Ya va siendo hora de que la Fiscalía Especializada en Delitos Electorales empiece a investigar quiénes están detrás de acciones despiadadas como la de ayer. Quiénes y cuánto están gastando en ello. Son los mismos que, seguramente con recursos irregulares, financian a no pocos periodistas y a algunos medios cuyo único fin es difamar a Morena y a su presidente; proyectos supuestamente informativos que no tendrán vida después de que la aventura electoral de 2021 pase. Y pasará.

No se trata de censurar a nadie, ni siquiera de castigar a quienes abusen si sus faltas no pasan de la expresión que debe ser absolutamente libre. Pero sí debe llamarse a cuentas a quienes nada dicen abiertamente, pero sí pagan para que excesos como el ayer en Twitter, y muchos otros en ciertos medios, enrarezcan el clima de convivencia en México.