Hay periodistas que no conocen o no han entendido —tal vez han olvidado— uno de los preceptos délficos, en mi opinión el más sabio de todos: “nada en exceso”.
¿Tenía sentido que Raymundo Riva Palacio decidiera dedicar su columna de El Financiero a insultar a Beatriz Gutiérrez Müller, solo porque esta mujer hizo lo que cualquier madre haría frente a agresiones cobardes y vulgares contra su hijo menor de edad?
Se cansó la esposa del presidente López Obrador de leer en Twitter insultos bastante fuertes contra su hijo y exigió una disculpa al jefe de los bots que más calumnian y ofenden a quien se les pega la gana en esa red social. Beatriz no hizo más.
Se había equivocado la titular del Conapred al invitar a un evento para dialogar sobre la discriminación a un discriminador profesional (Chumel Torres lucra con chistes racistas, clasistas, misóginos y homófobos); cuando lo entendió, Mónica Maccise canceló la reunión, lo que generó un ataque masivo de insultos nunca visto en Twitter contra un niño, sí, el hijo de Beatriz y Andrés Manuel.
Después del escándalo generado por su error de invitar a un diálogo de Conapred al impresentable Chumel, la señora Maccise renunció. No parece haber sido presionada a hacerlo, pero en el peor de los casos Beatriz nada tuvo que ver en la caída de la directora del organismo creado para combatir la discriminación. Beatriz, insisto, solo defendió a su niño, lo que no me parece criticable, sino admirable.
Ignoro si Mónica Maccise tiene hijos menores de edad. Si fuera el caso y si, en público, alguien insultara por razones políticas a sus niños, ella respondería como Beatriz y cualquier madre de familia: exigiendo que se respete a los pequeños.
Pero, ¡carajo!, el columnista de El Financiero considera que por defender a su hijo de ataques realmente sucios, Beatriz ha actuado como una persona “déspota, autoritaria e intolerante” que ejerce indebidamente el poder.
Eso no es cierto, querido Raymundo, lo sabes. Eso, señor Riva Palacio, es no tener vergüenza. Es una actitud perversa la del colaborador de El Financiero pues busca lectores por la vía del amarillismo, del insulto, del exceso en el ejercicio de la libertad de expresión.