En 2015, en El Confidencial, Héctor G. Barnés ensayó una definición en español:

“No intente buscarlo en un diccionario de castellano, porque probablemente no lo encontrará. Tampoco en la enciclopedia. Sí es posible que si echa un vistazo a la prensa inglesa o a algún diccionario de slang, se encuentre con el término chumocracy (chumocracia), que según el MacMillan, es ‘un término despectivo para la élite dirigente, formada por gente que proviene del mismo entorno social, que fue a los mismos colegios y universidades y que se conoce mutuamente'...”.

El señor Barnés lo menciona a propósito de un libro de Steve Hilton, quien fuera asesor del conservador David Cameron, ex primer ministro del Reino Unido. En tal obra y en una entrevista periodística, Hilton había analizado el funcionamiento de la política y los negocios en ese país. Ello desató una interesante polémica. Lo comento aquí porque viene al caso lo que dijo acerca de la chumocracia:

“Cuando los jefes de las empresas, los miembros del parlamento, los políticos y los autores de libros como el mío van a las mismas cenas y eventos sociales, todos viven al lado del otro y mandan a sus hijos a los mismos colegios, acaba por desarrollarse una clase dirigente aislada… Van de aquí para allá entre Westminster, Whitehall y la City: da igual quién gane las elecciones, porque las mismas personas tienen el poder”.

En México, el gobierno de AMLO enoja tanto a tantas personas influyentes en la opinión pública porque llegó al poder no solo sin el apoyo de nuestra chumocracia, sino contra ella. Y no, la elite mexicana que dominó las estructuras del gobierno durante décadas no decidió combatir a López Obrador por razones ideológicas —una ventaja de las minorías en el poder es que se adaptan a cualquier ideología—, sino porque Andrés Manuel ha ignorado a la chumocracia nacional durante la mayor parte de su carrera política.

He contado en otros artículos que en 2006, cuando arrancaban las elecciones presidenciales de ese año, desayuné con el entonces candidato López Obrador en el restaurante El Cardenal ubicado frente a la Alameda de la Ciudad de México.

Llegué antes que AMLO y me dirigí a la mesa que había reservado. En otras dos mesas estaban sentados algunos columnistas más o menos relevantes de aquel año. Saludé a todos. Recuerdo que uno de ellos, Raymundo Riva Palacio, siempre portavoz del expresidente Carlos Salinas, me hizo una mala broma tonta sobre las posibilidades electorales del tabasqueño.

Cuando, minutos después, Andrés Manuel llegó al restaurante, se fue directo a mi mesa y ni siquiera se dio cuenta de que había ahí dos mesas con periodistas. Cuando se sentó le pregunté si los había visto y me dijo que no, pero que no tenía importancia. De reojo se fijó en quiénes eran y comentó: “Están mal acostumbrados, les fascina que todo el mundo los salude como si fueran dioses. Mañana me van a criticar en sus columnas, pero me da igual. A mí ellos no me importan, me importa la gente”.

Le dije que yo formaba parte de ese grupo de periodistas que van a los restaurantes a esperar que los políticos los saluden. En su estilo replicó que yo podía hacer lo que quisiera, pero que él no estaba dispuesto a soportarlos. Si se juntaba conmigo, aclaró, se debía a que se me había de alguna manera expulsado de la chumocracia. Y así había sido: meses antes había tenido que dejar la dirección de Milenio.

Intelectuales como Héctor Aguilar Camín y Jorge G. Castañeda serían bastante menos críticos de AMLO si este los hubiera pelado en su campaña o si de vez en cuando les llamara para pedirles opinión sobre algún proyecto. No lo hace el presidente López Obrador y tales escritores enloquecen de rabia. Más de un editor de diarios me ha dicho que nomás no puede evitar que sus columnistas sean tan críticos de la 4T: “Y es que nadie les habla desde Palacio Nacional, ningún cariñito les hacen”.

Enfurecida porque el poder ya no la toma en cuenta, la chumocracia mexicana se prepara para dar la pelea. No se dejará aniquilar así tan fácilmente. Se ha organizado este año para apoyar la alianza del PRI, el PAN y el PRD, coordinada por Claudio X. González. No quiere la élite que el partido de Andrés Manuel, Morena, gane las elecciones legislativas.

Ya se verá qué pasa.

Personalmente, me encanta que AMLO ignore a las élites que estaban siempre contentas, llegara quien llegara a la presidencia de México, de cualquier partido. Lo que me preocupa es que la 4T pudiera estar formando una nueva chumocracia.

He escrito esto porque leí en el Financial Times una entrevista con Kate Bingham, inversionista de riesgo británica a quien el primer ministro Boris Johnson encargó dirigir el grupo de trabajo sobre vacunas del gobierno del Reino Unido. Ella ha sido enormemente exitosa en el desempeño de esa responsabilidad. Pero en la entrevista aclaró que de ninguna  manera es beneficiaria de la chumocracia británica.

No existe, o todavía no, la chumocracia de la 4T. Pero sí hay un grupo de políticos y empresarios cercanos al presidente de México que se dan cuerda los unos a los otros, se elogian, se protegen y se aplauden; por lo mismo se aíslan y no ven la realidad. Es la forma en que resisten las críticas, algunas objetivas, que llegan de fuera del equipo. Creo que Hugo López-Gatell no le debe su cargo a ninguna elite, pero sin duda no ha sido despedido a pesar de sus pésimos resultados porque el círculo de los íntimos de AMLO no deja pasar los cuestionamientos en su contra y convencen al presidente de que todo marcha de maravilla, cuando evidentemente no es así.

En fin, es real el peligro de una nueva chumocracia mexicana, ahora de izquierda. Andrés Manuel deberá reflexionar sobre este asunto