“La prensa está para servir a los gobernados, no a los gobernantes”,<br><br>

Hugo Black, juez de la Corte Suprema de EEUU, cuando el Estado demandó al Washington Post por cuestionar las mentiras del gobierno sobre la guerra en Vietnam. <br>

Paco Ignacio Taibo II llegó a México como inmigrante; como miles antes y miles después que él. Buscando un futuro más promisorio (o el único posible), abandonaron su patria. Dejaron familias y el terruño para, con dudas y hambre, hacer de México su nueva nación. Pero Taibo olvidó su condición original de migrante (ya es nacional mexicano) para atacar a Enrique Krauze y a Héctor Aguilar Camín diciéndoles que se fueras del país. Aunque tenga la nacionalidad y hoy sea funcionario público, eso no le da derecho a pedir la expulsión de otro mexicano. El escritor e historiador solo dejó ver su intolerancia y nulo respeto a la libertad de expresión. Por un momento al menos, no soportó ni permitió a alguien opinar algo divergente a lo esgrimido por la 4T.

Pero la actitud de Taibo no es aislada; ¡bueno fuera! En estos días hemos visto de forma continua un ataque soterrado, en algunos casos, y abierto en otros a la libertad de expresión.

Y no estoy hablando de ser el país “sin situación de guerra más peligroso para ejercer el periodismo”; eso es aparte y, creo, producto en particular del crimen organizado. Me refiero a amedrentar de forma verbal, de acusar —sin razón en muchos casos— desde el poder que da el cargo público. Esto es, lo más grave es que los ataques a la libertad de expresión provengan de quienes deberían defenderla. De la misma autoridad, y solo porque no soporta lo que publican los periodistas.

En diferentes momentos hemos escuchado al presidente AMLO despotricar contra la prensa que disiente de lo dicho por él o, aún peor, para hacerlo y darle fuerza a su intolerancia sacar a relucir pifias, corruptelas e interrogantes. Una cosa no tendría que ver con la otra.

Tal vez, en estos momentos la más fresca es la dicha en su mañanera del viernes donde se refirió al diario Reforma como “pasquín inmundo”. Eso acompañado por el comentario de Taibo contra Krauze y Aguilar Camín la denuncia en contra de Tumbaburros por estar presente en las protestas de Chihuahua en la presa de La Boquilla, como si por estar en un lugar de conflicto determinara que él fue quien organizó el enojo popular.

No nos equivoquemos, a todo gobernante autoritario sea de derecha o de izquierda le estorba y molesta la libertad de prensa. Sea un Putin en Rusia, un izquierdista Morales en Bolivia (o su sucesora, fichita conservadora) o un Trump, quien ataca a la prensa que no le ensalza o que habla de ella como corrupta porque va en contra.

Debemos ser intolerantes a la intolerancia, a la mentira, a permitir que se coarte en cualquier momento o forma la libertad de expresión. En ese sentido, la prensa no solo debe ser libre, sino también hacer lo que esté en nuestra manos como ciudadanía para privilegiar esto y anteponerlo incluso a cualquier proceso jurídico que el Estado pueda tener contra un medio, periodista u opinador.

Los funcionarios públicos deberían leer, entender y grabarse la opinión del juez Hugo Black: “la prensa está para servir a los gobernados, no a los gobernantes”. Tal vez así entenderían que la libertad de expresión no solo está consagrada en el artículo 6° constitucional, también es una realidad que debemos salvaguardar y en especial deben hacerlo quienes son autoridad.

En México hemos olvidado que debe primar el Estado de derecho y que ello implica velar por las garantías consagradas en nuestra ley máxima. Además, solo la libertad de prensa (real, cuidada y sin despreciarla) puede ayudarnos a que la mentira no se convierta en política de cualquier gobierno.