Este texto es una carta, quizá abierta, pero con una dedicatoria muy precisa a mi sobrino nonato Jorge Eduardo. Para él, cuya cuarentena ha sido más extensa y debe guarecerse dentro del vientre de mi hermana, van estas líneas.
La pandemia es mundial. No te lo imaginas. Los televisores se llenaron de mensajes como en una película del fin de los tiempos: Banners anunciando la catástrofe, interrupciones en la transmisión regular, Alerta, Noticia de último minuto, aumentan las cifras, más muertes, España e Italia sumergidas en crisis sanitaria, Estados Unidos supera contagios históricos. El temor se veía lejano hasta que llegó a nuestro continente, a nuestra puerta. Verás, México (la tierra de tu madre) es un país resiliente, hemos desarrollado una gruesa capa de resistencia que nos permite adaptarnos a casi todo y generar bromas sobre cualquier circunstancia por más funesta que ésta sea. Nos burlábamos también del virus hasta que llegó y entonces seguíamos bromeando al respecto, pero de manera más seria, cabe decir de forma más ceremoniosa.
Nos enviaron a casa, a quienes gozamos del privilegio de mantener el empleo y hacerlo a distancia. Nos enviaron a casa para que no contagiáramos a otros ni fuéramos víctimas del contagio. Previo a esta situación debo decirte que en todos los escenarios apocalípticos de Hollywood había dos elementos inequívocos: 1) Estados Unidos de América habría de salvarnos y 2) La destrucción del mundo nos encontraría agrupados, logrando abrazarnos frente a la tragedia. En la realidad ha sido lo contrario: Estados Unidos tiene demasiados contagios, demasiadas muertes y la catástrofe nos encontró aislados, sin poder abrazar a los seres queridos para despedirnos. Las personas contaminadas mueren en soledad, acaso asistidas por valientes almas que deben cubrir su rostro. Lo último que ven los agonizantes es un equipo de profesionales de la salud sin rostro. Héroes y heroínas anónimos y anónimas. Quizá tomen la mano de la persona enferma, quién sabe.
Quería contarte que mientras estás gestándote, hay gente usando cubrebocas por doquier. Hay de tela y en colores mixtos. Incluso he visto algunos, de belleza artesanal, realizados con telas africanas.
¿Qué pasará después? Esta pregunta me atormenta. No ha terminado la cuarentena, no tenemos certeza de la duración sino cifras aproximadas. Todo ha sido aproximado. Imagínate que el mundo está medianamente paralizado y nadie sabe cuándo volverá a la normalidad. Yo sí lo sé: nunca. En cuestión de meses hemos tenido un cambio radical en nuestra organización social. Lo esencial se volvió básico: estar en casa, frente al ordenador, escuchando los sonidos que antes no reconocíamos. Las calles se ven desiertas y los cielos más limpios. No importa el tiempo que tardemos en volver a nuestras actividades, nada será lo mismo porque las personas que se apartan del mundo durante un tiempo no pueden volver al mundo siendo las mismas. Así el caso de este extraño ermitañismo colectivo.
Dice Sábato, un poeta interesante, que “a la vida le basta el espacio de una grieta para renacer”. Yo creo que la vida seguirá, pero será muy distinta. Una nueva organización económica, quizá infortunio para las poblaciones más vulnerables, quizá mayor equidad. No lo sé. Nunca pensamos un escenario en el que nos quitaran el contacto humano de manera tan tajante, tan global. Tanto se luchó por la libertad del pueblo que nos olvidamos de fortalecer su intimidad, la valoración del yo como un acto no egoísta sino de amor propio.
Te escribo desde el privilegiado encierro. No he perdido la cabeza ni el corazón ni la esperanza. Mañana habremos de ver las noticias y enterarnos del número de muertos y rogar que la pandemia no llegue a nuestras casas, pensar que nuestros actos purificadores nos salvarán de la muerte como a los hebreos en aquella primera noche de Pascua, cuando la sangre del cordero en el dintel de la puerta salvó a los primogénitos. Aquí estamos mejor que en el Egipto faraónico, solamente tenemos una plaga y es suficiente para cambiarlo todo.
Frente al dolor de lo inexplicable, poesía. Aquí unos versos de la italiana Alda Merini que me llenan porque creo que te hablan:
Vuelvo, hay una mesa abierta
hecha para ti solo
donde, cuando eras niño,
comías tu sopa
esparciendo líquido y risas
eras tan perfecto
un amor tan pequeño
un puño de chico.
Quién te devora ahora:
un tiempo no mejor
que nosotros viéndote esperar
quizás una respuesta de condena.
No pienses que tu tío es un cobarde. No me aterra lo nuevo, me emociona. Tampoco creo que el Mundo anterior era el mejor, era distinto porque era mío. Ahora, el nuevo tiempo, es tuyo. Será tuyo y será distinto. Además, hoy hace calor y estoy enamorado.