En su famoso retrato, Quentin de la Tour, nos muestra a la Marquesa de Pompadour ataviada con un magnífico vestido blanco con guirnaldas y rosas en oro. Sonriente, la rubia favorita del rey cristianísimo Luis XV, ofrece un espléndido perfil mientras sostiene entre sus manos una partitura (era una virtuosa intérprete y actriz que disfrutaba, por sólo gusto, preparar sus  representaciones, además de tocar el laúd, como el que en la pintura se aprecia sobre un sillón a su derecha. El presidente del Parlamento, Hénault, en una carta a Madame du Deffand enaltece las virtudes musicales de esta apasionada estudiosa de la filosofía: “Es una de las mujeres más hermosas que he visto en mi vida; conoce la música a la perfección, canta numerosas canciones con todo el brío y el gusto posibles y recita a Etiolles en un teatro tan bello como la Ópera, donde hay también maquinarias y escenas móviles”), y detrás de ella, arreglados en su mesa de trabajo, una serie de tomos ricamente encuadernados, con los títulos dorados impresos. Los textos son:  L´Henriade de Voltaire;  L´Esprit des Lois de Montesquieu; Histoire Naturelle de Buffon y L´Encyclopédie. Un globo terráqueo y la hoja de un grabado (además, la marquesa era grabadista) pende de la orilla del mueble, casi tocando un bello empastado anaranjado que contiene multitud de papeles.

Siendo una adolescente, su madre la había relacionado con la inteligencia ilustrada como Fontenelle, Montesquieu, Marivaux, Diderot o Voltaire, en tiempos donde los salones de Madame Geoffrin y Madame du Deffand, reinaban por sobre la república de las letras en París, propagando la filosofía por todo Occidente. Voltaire, quien era íntimo de la culta dama, describe a la futura marquesa de Pompadour, en sus Memoires, evocando las andanzas en compañía de su progenitora: “La hija era bien educada, prudente, amable, llena de gracia y de talento, nacida con sentido común y buen corazón. Yo la conocía bastante, incluso fui el confidente de su amor” (p. 321), cosa que ya una vez encumbrada Jeanne-Antoinette, redituaría al filósofo con una serie de privilegios que, en palabras del mismo implicaría: “ser uno de los cuarenta miembros inútiles de la Academia”, historiógrafo de Francia, (un verso galante, con motivo del nombramiento, dedicará a su protectora: “Sincera y tierna Pompadour, / Ya que puedo ahora a vos daros / Un nombre que rima con el amour, / Y que será pronto el nombre más bello de Francia”)  y el ofrecimiento de Luis XV para ingresar en la corte de Versalles como “gentilhombre ordinario de su cámara”.

Tras el intenso romance de Luis XV con la duquesa de Chateauroux, el monarca francés que reinaba sobre un territorio abundante en conocimiento,  regocijado sobre la infraestructura intelectual heredada del larguísimo reinado de Luis XIV, al que  Voltaire miraba con admiración: “Ni en Inglaterra ni en ningún país del mundo se encuentran establecimientos a favor de las Bellas Artes como en Francia. Hay universidades casi en todas partes; pero sólo en Francia se encuentran esos útiles estímulos para la astronomía, para todas las partes de las matemáticas, para las de la medicina, para las investigaciones de la antigüedad, para la pintura, la escultura y la arquitectura” (Voltaire, “Sobre la consideración debida a las gentes de letras”,  p. 102), solamente una nueva Minerva estaría a las alturas del parnaso galo, que tendría en esa joven de veinte años a la mayor de todas  las mecenas que en Versalles, abriría las puertas de sus apartamentos a hombres de ciencia y pensadores caracterizados por su profunda oposición al fanatismo religioso, a la intromisión de la iglesia en asuntos de estado y a un proyecto liberalizador de la economía, amparado por una protección creciente del estado, con la intención de construir un imperio comercial rivalizante con Holanda o Inglaterra.

El grupo protegido por la favoríta, sería denominado como el de los “fisiócratas”. B. Craveri, en su texto: Amantes y reinas, nos comenta un testimonio sobre la presencia de nuestra dama, en el grupo de pensadores: “Las Mémoires de Marmontel describen las apariciones de Madame de Pompadour en el entresuelo situado encima del departamento ocupado por ella en Versalles, en el cual alojaba a su médico y confidente Françoise Quesney, jefe de los fisiócratas: “Allí se decidía sobre la paz y la guerra y sobre la elección de ministros, y nosotros, en el entresuelo, razonábamos sobre agricultura, calculábamos el producto nacional bruto y de vez en cuando comíamos alegremente con Diderot, D´Alembert, Duclos, Helvétius, Turgot o Buffon; y Madame de Pompadour, al no poder convencer a este grupo de filósofos para que bajara a su salón, iba ella misma a reunirse con ellos en la mesa y a conversar con ellos” (p. 290). La enorme influencia sobre la élite intelectual de Francia ofrecería un poder a la favorita que pronto despertaría el celo de la alta nobleza, que despreciaba su origen “burgués”, y sobre los religiosos más conservadores, no sólo por abrazar los principios filosóficos de un liberalismo creyente en el progreso de la ciencia y de la filosofía, sino porque Madame Pompadour cohabitaba en “franco pecado” con el cristianísimo rey que no ocultaba su orgulloso concubinato (pues la esposa de Luis XV, la reina María Leszczynska, ya no podía hacer frente a los continuos amasiatos de su marido, ni podía con el poder intelectual que encarnaría alguien con las dotes de la marquesa).

La presencia de figuras cautivantes en cierta época de la historia de las sociedades, puede convertirse en un ejemplo poderoso del papel creativo que acumula el patrimonio de sus naciones. La nobleza cortesana, en un constante enfrentamiento por “ganar el favor” del monarca, como ocurría en el siglo dieciocho en prácticamente todas las cortes de Occidente, terminaron por crear una serie beneficios que se extenderían de la corte, a la población. El patrocinio de La Enciclopedia, encabezada por Diderot y D´Alembert, que ejercería Madame Pompadour, es una de las más generosas obras que cambiaron el pensamiento de la humanidad, pues esta obra, compila los estudios más arduos de una generación crítica, que apostó por el estudio analítico, libre de mácula tradicionalista, que descubriera los “principios de la naturaleza”, es decir, como dice E. Cassirer en su Filosofía de la Ilustración: “verdades capaces de fundarse de  manera puramente inmanente”, es decir, inspirados en I. Newton, encontrar las leyes que rigen la naturaleza de todas las cosas, y para ello hacer uso de una metodología que sigue única y exclusivamente las reglas de la lógica, auspiciadas por la soberanía de la matemática, que evitara que ese conocimiento se viese lastimado por la mácula de las pre-concepciones o de parcialidades mundanas, hechas a molde de satisfacer el gusto de alguien en particular. Así lo expresa Voltaire en un fragmento de su diálogo imaginario entre Madame de Pompadour, Tulia, hija del filósofo Cicerón, y otros caballeros, en donde el tema implica el avance o el retroceso del saber, entre la antigua Roma y la modernidad, y Tulia pregunta en torno al significado de la palabra “deshilachar”, el Duque (y par de Francia), contesta: “Señora, el equivalente de esta palabra no se encuentra en las oraciones de Cicerón. Es deshilar un tejido, destejerlo hilo a hilo y separar el oro: es lo que Newton ha hecho con los rayos del sol: los astros se le han sometido, y un hombre llamado Locke ha hecho otro tanto con el entendimiento humano” (Voltaire, Opúsculos,  “Los antiguos y los modernos o la toilette de Madame Pompadour”, p. 61). Los modernos son conscientes del perfeccionamiento de sus instrumentos epistémicos, de la génesis de una metodología que permite “deshilachar” el objeto de estudio, hasta arribar a las partes más pequeñas que lo conforman, sólo que el proceso, sin hacerse manualmente, requerirá del poder del cálculo para generar hipótesis cognitivas, y así brindar una serie de principios que habrán de ofrecerse a la opinión pública, con toda la intención de “ilustrar” a sus congéneres.

El auxilio que pidió Diderot a la marquesa para evitar la “censura regia” hacia La Enciclopedia, será fundamental en este proceso de promoción de opinión pública. El conocimiento difundido es una de las características propias de la modernidad, y uno de los orgullos de la ciencia que no dejará de insistir en la importancia de la formación de las sociedades, evitando cualquier tipo de censura. La Marquesa de Pompadour utilizó su posición para evitar la censura, logrando la reanudación del proceso editorial de la magna obra, convirtiéndose así, en los hechos, en una creyente del proyecto de la modernidad, que será, paradójicamente, el punto de temor entre las élites que poco a poco vislumbrarán el papel en el que quedan bajo esta forma de vérselas con la filosofía: “Si bien es cierto que la filosofía está en guerra contra el fanatismo y el poder religioso, y que los términos “igualdad” y “libertad” no tienen buena prensa en Versalles, es sabido que el Delfín ha leído a Montesquieu y que la Marquesa de Pompadour era amiga de Voltaire y de Helvétius”(E. Badinter, Las Pasiones Intelectuales, vol. III, p. 67). Ciertamente los ideales libertarios, y críticos hacia el orden estamentario, tendrán en la favorita de Luis XV un foco de críticas por los defensores del viejo orden. Una burguesa protectora de filósofos, metió en Versalles bajo las sábanas del mismísimo rey, una serie de ideales inquisitivos con un mundo que a pesar de todas las críticas que podemos lanzarle, fue foco irradiante de cultura y civilización, que perdurará como el hermoso rostro de la Marquesa de Pompadour, custodiada por la música, la filosofía y la ciencia, que simboliza de la Tour con el laúd, los libros y partituras, y un globo terráqueo donde los principios de la gravitación universal son atraídos por la masa intelectual de una de las más bellas criaturas del humano cosmos.