De la lucha de clases pasamos a la cristiana guerra de los resentimientos. En un mundo idílico posmoderno, incluyente y validador de todos los discursos, la negación al pensar como premisa de la vida no ha dejado más que al resentimiento de los unos contra los otros, que imposibilitados de imponer su propia barbarie aportan a la cotidianidad pequeñas dosis de odio impotente contra eso que les resulta inadmisible, el Poder como constructor de saberes.
Vivimos inmersos en una rebelión negativa sin identidad, una nueva irracionalidad cuya carencia de sentido arrastra al ser humano a la vileza de sus creencias, que como cáncer corporal forja la metástasis que destruye a la inteligencia y pervierte a la razón hasta convertirla en enemiga de la humanidad. La aldea global, para los resentidos, se ha tornado en el espacio intolerable y atentatorio de su amada tribu, que ve como se diluye el conjunto de sacrosantos valores que tenían bien identificado al malo desde el prejuicio de la identidad invulnerable y eterna.
Frente a ello, no les queda más que la calumnia. Hacer de la vida cotidiana una escuela de la calumnia, en la que es muy fácil identificar al calumniado y lanzar los dardos de la abominación, la condena que maldice a ese otro que desde la subjetividad reinante se considera perjudicial y malévolo. Ya no hay, como en la modernidad, sentido alguno de dominación de una clase frente a otra en constantes relaciones de poder que se conducían en el tiempo histórico. Por el contrario, la catarsis de valores y la perversión de la libertad y la igualdad, a las que se les ha dado el estatus de principios absolutos e inmutables, ha traído por consecuencia un mundo donde los microdiscursos se ahogan en la estridencia e ignoran a la objetividad de la Crítica: un imperio reinante de las subjetividades.
Como en la vieja Revolución Francesa que reivindicaba a la Libertad, a la Igualdad y a la Fraternidad como los valores fundamentales de un nuevo mundo, pero que transitó a la barbarie del resentimiento que puso a todos bajo la cuchilla de la Guillotina, nuestra posmodernidad viste a la Libertad y a la Igualdad de matronas de un prostíbulo universal donde el subjetivismo reinante ignora a la Fraternidad por considerarla abyecta y caduca. Se trata de una Libertad en negativo que no reconoce límite alguno y que hace del Mercado su espacio vital y único, y una Igualdad, también en negativo, que desconoce la ética de la diferencia, esa que se forja en la identidad y el esfuerzo, y por el contrario hace del Estado su espacio vital y único.
El resentimiento es la marca conductual de neoliberales y populistas; ambos, crean ejércitos de resentidos que levantan las banderas de los microvalores absolutos, imbuidos en la igualdad posmoderna de los discursos y en el odio a toda forma de racionalidad y al Poder como expresión de civilidad. Ambos, predican desde su propia Moral absoluta e implacable, que ve a la diferencia como pecado universal. Savonarola resucitado en el resentimiento y la calumnia como las nuevas armas de la barbarie.