La oleada de sospechosismo que se desató por el anuncio presidencial sobre los resultados positivos a la prueba de Covid-19 que dio Andrés Manuel López Obrador, no ha logrado unificarse entre los que aseguraban que el presidente ya estaba vacunado y aquellos que juran una mentira para generar lástima. Analizar el mensaje necesariamente implica pasar por el emisor. ¿Y dónde está el común denominador de los sospechosistas?
Curiosamente está entre analistas y periodistas que solían ser consentidos del poder y que ya no lo son, pasando por sus granjas de bots, las de los “influencers” de oposición y uno que otro crítico genuino, tal vez acostumbrado a dudar de cada mensaje que se emite desde el gobierno por las tradicionales mentiras patológicas que se utilizaban como recurso ordinario para cubrir corruptelas o entretener en sexenios anteriores.
Basta con pensar con sentido común -y un poco de ponerse de acuerdo con uno mismo- para poder interpretar el contagio del presidente en su justa dimensión, calmando la mente imaginativa y los comentarios conspirativos que han inundado redes sociales como Twitter.
El contagio en sí mismo ¿es merecido? Evidentemente nadie es policía de la moral y mucho menos alguien puede merecer una enfermedad por el simple hecho de ser quien sea. Un doctor le recetó en redes sociales una fórmula mortal que podría dejar sin pulso a cualquiera y ya ni mezquino es. Casi casi es criminal por el simple hecho de incitar a que algún incauto pudiera creer en que esos químicos verdaderamente podrían traer alivio.
Lo único reprochable al presidente es su resistencia al uso de cubrebocas, el riesgo en que pudo colocar a decenas de personas con quienes estuvo reunido, la tardanza para aislarse y el desordenado plan de vacunación que ha consentido, en el que la confusión por la vacuna, fechas, mecanismo de distribución y pagos ha generado más incertidumbre, desconfianza e influyentismo entre quienes tendrían que haber esperado un turno para vacunarse.
Ojalá que el presidente hubiera recibido la vacuna, así como criticaban opositores acusando corrupción. Ojalá también que los oficiales de la crítica pudieran ordenar su discurso al sentido común: Dicen que las mañaneras son propaganda y colocan en riesgo la contienda electoral pero al mismo tiempo, se atreven a sugerir que el contagio del presidente es falso y que forma parte de cortinas de humo o estrategias. ¿No quedamos en que la “propaganda” con el presidente contribuiría a ganar mayoría en el congreso y en las elecciones locales? ¿Por qué un presidente en plena crisis decidiría quitar su figura a sabiendas de que sus palabras han calmado a las masas y generado sorprendentemente que su aprobación no sólo se mantenga, sino que crezca?
Y vaya trago amargo que se dieron aquellos críticos impulsivos al saber que si Andrés Manuel tiene Covid-19, es porque claramente no se vacunó con el primer cargamento que arribó de la vacuna de Pfizer. ¿En dónde quedó entonces el rumor de que, abusando del poder, la familia del presidente y el propio López Obrador ya estaban inmunizados?
Que francamente, debió colocársela. Entre giras y más de 18 horas trabajando, también el presidente está, de cierta forma, dentro de la primera línea.
Desde la certeza en la toma de decisiones hasta la estabilidad que da al país la salud del presidente, pasando por el crítico momento que vive el país en los cargamentos de vacunas y la indefinición para lograr inmunizar a todo el país, López Obrador es clave.
Nada intoxica más el ambiente que la falsedad en teorías conspirativas que, afortunadamente, no escala de las redes sociales pero peligrosamente, atentan contra el derecho a la información.
Los conspiradores no son grandes personajes buscando arrebatar el poder, son los crédulos que compran y reproducen teorías absurdas alejadas del sentido común: ningún presidente (más que Trump, posiblemente) inventaría un contagio quedándose fuera de actividades por al menos un mes.
Mucho menos uno que tardó 18 años en llegar a serlo.