El 4 de marzo de 1929, los mexicanos de aquellos años recibieron la noticia que por fin, después de tantos pleitos entre los que habían participado activamente en la revolución, se habían puesto de acuerdo al crear el Partido Nacional Revolucionario (PNR).
Los dirigentes de los más o menos 1000 partidos políticos existentes, se comprometieron con el general Plutarco Elías Calles, a desaparecer sus partidos y a matizar sus ambiciones, en cambio, el general repartiría las posiciones administrativas, políticas y electorales entre lo que con el tiempo se denominó “la familia revolucionaria”.
El General mandó con mano férrea desde su casa y para hacerlo con comodidad, impregnó al nuevo partido de un carácter casi militar, donde la disciplina obcecada se constituía en la vía para avanzar políticamente y/o para conseguir prebendas de todo tipo.
Con el paso del tiempo, la gente toleró que el General ejerciera el poder sobre el Presidente de la república en turno, y reía al saber que cuando alguien buscaba al mandatario en su casa, le contestaban: “Aquí vive el presidente, pero el que manda, vive enfrente”.
De esa manera, el General degradó la institución presidencial, sin vislumbrar que a la larga, esa misma condición provocaría su misma degradación.
Resulta curioso, pero el General designó a un joven militar con grado de general, como candidato del partido que él mismo imaginó, luego creó con reglas claras y precisas: la obediencia ciega a las órdenes de quien manda.
Solo que el joven general, sabiendo que para subsistir debía absorber la fuerza del General, mediante el uso de una política inteligente y de fuerza, decidió romper con la regla no escrita de obediencia ciega y expulsa del país a su mentor.
El colapso del Gigante poco impactó al colectivo, porque entendió que la caída del General provocaría la creación de un nuevo gigante.
Con los años, surgió un binomio inexpugnable: el Presidente de la República y el partido emanado de la revolución. Ambos actuaron como uno solo, pero con la obediencia ciega y sumisión del partido al jefe del poder ejecutivo. En esa simbiosis, se fundó el sistema político mexicano, que tanto fue admirado y estudiado por politólogos de todas latitudes.
El nuevo Gigante se hizo fuerte, en función de la sumisión de las fuerzas vivas y organizadas a él. Todos a aceptaron que renacería cada 6 años con la misma fortaleza que el anterior le trasmitiría en la toma de protesta.
El desgaste del Gigante se dio cuando olvidó que la educación del pueblo, permitía analizar que el sistema dejaba de funcionar por la falta de democracia y por la marginación de millones de mexicanos. Los estudiantes de los años de 1968, vieron que la férrea unidad del partido con el Presidente, dejó de dar respuesta eficaz a la demanda de mayor equidad.
Los jóvenes se le pusieron frente al Gigante sin medir la fuerza del adversario, quien por su falta de humildad para reconocer que la sociedad exigía mayor apertura y participación, reprimió los sueños de los muchachos.
A pesar de haberse impuesto, el Gigante quedó herido de muerte y con él, su leal partido. Ambos, perdieron cercanía e identidad con millones de ciudadanos.
Los gigantes que siguieron poco entendieron que el mundo estaba cambiando a pasos vertiginosos en materia de derechos sociales y humanos y que México se rezagaba y que la marginación crecía ante la ineficacia del sistema que ya daba de sí.
Ya en el año 2000 el sistema sucumbió y la gente le permitió gobernar una docena de años al partido de la derecha. Los primeros 6 años se fueron entre dichos y ocurrencias y los otros 6, entre la multiplicación de crímenes, decisiones etílicas y corrupción. Raro, pero la gente le devolvió la confianza al primer Gigante, suponiendo que éste sí sabía gobernar.
Mientras la euforia impregnó al Gigante y a su partido, aquel que anhelaba y luchaba a conciencia por llegar a ser gigante, entendió que acerarse a la franja de pobres y marginados era de 60 millones y que con la mitad ganaba. Aun así, aceptó acomodarse a las reglas de la mercadotecnia y también aceptó elevar el rango de sus compromisos.
Con eso permeó y conquistó a una buena parte de las clases medias y altas que cansadas de la percepción de corrupción, inseguridad e impunidad, le apostaron a la esperanza del cambio.
La Biblia cuenta que David, siendo un joven diminuto comparado con la grandeza física de Goliat, lo derrotó con una simple sonda matándolo de una pedrada en la frente.
La realidad es que la fortaleza de Goliat estaba en la lucha cuerpo a cuerpo. La de David estaba en la distancia, por eso usaba la sonda.
Mientras el Gigante se rodeaba de reflectores, el que soñaba con ser gigante, utilizó a la distancia, saludando y conviviendo con el pueblo.
Ya estamos ante un nuevo colapso del Gigante...y su partido.
Claro, en política, nada es para siempre.