A principios de año trataba de fijar algunas imágenes sobre la epopeya de Gilgamesh tomando como base la traducción que del poema, directa de la lengua acadia, hiciera Jorge Silva Castillo, y la magnífica introducción y notas que le acompañan (Gilgamesh o la angustia por la muerte. México, Colmex, 1994).
Existen tres momentos principales en la construcción de esta arcaica y primigenia obra literaria. 1. La forja del personaje real y del mito dentro de la población predominante en la región Mesopotamia (literalmente, entre ríos, el Éufrates y el Tigris), los sumerios; inventores de la escritura cuneiforme. 2. La versión paleobabilónica, que recoge la transmisión del mito sumerio, con características más guerreras, menos lírica que la acadia (naturaleza que se puede apreciar claramente en algunos versos cotejados o cuando las tablillas primitivas se utilizan para completar las partes perdidas o ilegibles de la versión ?moderna?). 3. La versión o reinterpretación acadia. Es decir, la de las lenguas pertenecientes a la rama oriental del tronco semítico; particularmente, de los asirios y babilonios. Versión ésta que fuera encontrada entre las tablillas de una colección cuneiforme conocida como Biblioteca de Asurbanipal.
Figura sumeria en su origen (presencia racial en la zona desde hace 8000 mil años, al menos), recrea a un sacerdote-rey que históricamente habría existido en Uruk (pocos, pero existen elementos que lo confirman), que se transformó en mito y sobrevivió y fue admirado y reinterpretado por los pueblos semitas (hace 3500 aprox., versión antigua; hacia 1300, aprox., versión estándar más conocida hasta hoy), que nada en común tenían con los sumerios, salvo la geografía en distintos tiempos. Y fue así, sobre todo, por la fuerza universal y primigenia de los temas del poema: el poder, la amistad (algunos ven presente la homosexualidad desde una visión precristiana), la eterna juventud, la mortalidad, la intrascendencia humana y la angustia consecuente; mismas preocupaciones que lo hacen vigente hoy.
Ha llegado a nosotros en una representación de la epopeya bastante coherente que ha resistido el embate del tiempo y la destrucción. Lo mismo ha ocurrido con otros registros culturales que a pesar de todo han existido para dar luz a esa zona de esplendor que fue Mesopotamia. Desde las primeras ciudades sumerias de Uruk (patria de Gilgamesh), Shurupak y Kish, hasta las célebres acadias de Babilonia y Nínive.
En esta misma área terráquea en la ciudad de Mosul, el museo, que ha sido noticia en 2003 y en 2015 por el saqueo y la destrucción de sus tesoros culturales -primero como consecuencia del ataque de Bush Jr. y después, del llamado Estado Islámico (ISIS)-, está ubicado en la ribera derecha del Tigris. Del lado izquierdo, están las ruinas de Nínive, donde se encontraron la mayor parte de las tablillas acadias de Gilgamesh que se unieron a las halladas en otras ciudades de Iraq y Siria. La avenida con el nombre de la mítica ciudad y que cruza el río Tigris, comunica de este a oeste ambos puntos.
En estos días, ?occidente? ha visto con horror y dolor (no sin ciertos espasmos de hipocresía, pues la conmoción sólo alcanza para expresarse en momentos culminantes: Mosul, Charlie Hebdo, tal vez Ayotzinapa?) el video donde el fanatismo exterminador islámico destruye a mazazos y sierras eléctricas las figuras milenarias exhibidas en el museo (aparte de haber destruido miles de libros y manuscritos en las bibliotecas de la ciudad; la barbarie en el poder). El gobernador de Mosul en el exilio de esta ciudad tomada por los fundamentalistas ha dicho que la mayoría de las estatuas son réplicas excepto dos, el toro alado con cabeza de hombre y la del dios de Rozhan. Y que siete originales habrían sido sustraídos. Los originales que sobrevivieron al saqueo y destrucción de 2003 fueron transportados a Bagdad. Lo cual no implica ningún alivio. Y aunque la destrucción mayor fue de réplicas, la saña puesta en la tarea deja ver que ésta no distinguirá en su momento si lo son o no, o si se trata de cegar vidas. Lo harán, como lo han hecho.
Por ahora no se puede hablar de una derrota de la cultura. Pero tampoco de un triunfo, si el fanatismo monoteísta vigente ha sido capaz de infligir daño a la humanidad y destruir sus valores y productos culturales en distintos tramos de la historia (México antiguo es un ejemplo mayor).
Lo más probable es que ese monumental toro alado con cabeza humana sea reproducido. Hay suficientes elementos para suponerlo. Por supuesto, a un visitador de museos le conmueve ver alguna pieza original; como que toma otro valor. Y a la vez, en realidad un pedazo de piedra no importa tampoco si la réplica es inequívoca (o incluso, con un guiño, si el original es mejorado por el reconstructor o restaurador; como suele suceder). Aunque no siempre se consigue, en este caso quedan registros de todo tipo para representar o reproducir las pérdidas.
Igualmente ha sucedido con las tablillas del Gilgamesh. La reproducción digital, la impresión de versiones y lenguas diversas, los estudios exhaustivos aseguran su permanencia en tanto la humanidad no perezca por propio exterminio. Aunque claro, todo esto al héroe Gilgamesh ya no le compete; nos interesa a nosotros. Mañana, los conmovidos de hoy tampoco importarán. Es la función de la cultura y la condición de la mortalidad y la intrascendencia humana.
P.d. En 2001, posterior a la traducción de El Colegio de México, fueron descubiertas en Iraq unas 300 tablillas más que suponen un final diferente al que habría sido la resignación de Gilgamesh. En ese nuevo fin, el héroe sumerio, admitiendo su condición mortal inexorable, se habría suicidado.