El plan era bastante simple, estar ese sábado de poca madre, divertirnos, echarnos unos tequilas, sacudir el cuerpo, liberar la tensión de la semana, disfrutarnos; y para cumplir esa misión había dispuesto de un Herradura Reposado, una canasta de quesos, además de una pizza de esas que llevan chile morrón con varios embutidos, pero todo eso es mero accesorio, el eje, la médula de ese día es esa bella mujer que va a mi lado, como la más hermosa de los copilotos..

El ambiente en el carro es festivo, sonrisas al por mayor… su risa es contagiosa, son acordes en libertad, sin complicaciones, sin poses; cada semáforo en rojo es propicio para llenarnos de besos, besos sabor a uva, de caricias inquietas, juguetonas, ansiosas, el trayecto se hace largo, la impaciencia se hace menos al momento que una tonadita de una canción que en ese momento aparece en la pista de canciones que hasta ese momento había pasado desapercibida, ella interrumpe el manoseo, coloca su dedo índice en mi boca y comienza a cantar a todo pulmón con su mano a manera de micrófono… “el teléfono es muy frío, tus llamadas son muy pocas, yo sí quiero conocerte y tú no a mí… por favor… dame una cita, entra en mi vida, sin anunciarte, abre las puertas, cierra los ojos, vamos a vernos, poquito a poco, dame tus manos, siente las mías, como dos ciegos Santa Lucía, Santa Lucíaaaa… a menudo me recuerdas a mííí…”

Estrofa de canción, que más parecía reclamo, que invitación a hacerle segunda en la canción, pero como buen torero, di tremendo capotazo, al dejarle la boca llena de mis besos, para que cualquier reproche fuera ahogado en nuestra lujuriosa saliva.

Por fin llegamos al motel, pagué de inmediato la habitación, pedí hielo, vasos y refrescos, bajé tequila, pizza y demás botana… al subir al cuarto, vi la figura de Emma tendida en la cama, jugando con su rebelde cabello, su blusa dejaba ver su sensual espalda, sin que me lo pidiera le preparé un tequila, sin tomarle parecer, después de brindar por nosotros, me apoderé de su boca, de su cintura, de sus muy bien formadas nalgas, las manos por naturaleza son curiosas, tienen espíritu de aventura, buscan encontrar verdades ocultas en la piel, verdades o complicidades, o tal vez descubrir un lenguaje desconocido, ese que produce el roce de dos espíritus deseosos, o quizá solo darse el lujo de ser polizonte en la humedad de su entrepierna.

Su mano en mi pecho, mi boca poseída por la suya, mis manos a punto de desabrochar su pantalón… las palpitaciones al 100, cuando la emoción estaba plena fue cortada por su voz que me dice, -espera, espera, necesito ir al baño- no despego mis labios de ella, respiro profundo y le contesto –¿no puede esperar? Un NO tajante cerró el diálogo, así que solo me queda verla entrar al baño, para matar el tiempo me sirvo un tequila derecho, de repente se hace un silencio y una espera eterna.

Me grita desde el baño, -¿por qué no pones música?-, sí, claro, le contesto, me pongo a buscar en la galería de música que tiene el lugar, decido rápido, su voz se escucha de nuevo para decirme –puedes recorrer la cortina, por favor- moví la cabeza en señal de reprobación, demasiado misterio, por suerte la música inicia, una guitarra eléctrica haciendo ecos, una batería, y un bajo, acompañando la voz de Gustavo Cerati, que con su metafórica cadencia canta… “Me verás volar… por la ciudad de la furia…” para como si fuera parte de un acto ensayado con anterioridad, ver salir a Emma del baño, con paso lento, acompañando su movimiento con el de la canción, hay muy poca luz, la necesaria para contemplar aquella mujer envuelta solo en su lencería, cada que sus largas piernas daban un paso para estar más cerca de mí, las pulsaciones se acrecentaban, mis venas, todas, se hinchaban de vitalidad, sus manos acarician mi cara, su boca se apropia de la mía, su lengua serpentea con la mía, domina, se gira para ofrecer sus movimientos de cadera a mi ya para entonces endemoniada entrepierna, acaricio su espalda, la lleno de besos, de pequeños mordiscos, su cuerpo reacciona erizando su piel, gira de nuevo para encontrar de su boca con la mía, tomo sus piernas con mis manos, sin dejar de besarla para con energía poner su espalda contra la pared, beso su cuello, su olor es delicioso, su cuerpo se pasea al comprobar que me convertí en ballesta dispuesta a disparar.

Abandonamos la pared, la llevo a lo que hasta ese momento era un desierto, esa cama inmensa, me arranco la ropa, excepto la trusa, soy un poseso de su adictivo cuerpo, la música sigue tocando, pero ahora es aquella que dice “come de mí, come de mi carne, tómate el tiempo en desmenuzarme”, parece ceder a mis impulsos, se deja llevar, así que recorro con mi boca el sabor a miel de sus senos, mi lengua se divierte jugando en la periferia de su ombligo, mi nariz se desliza en esa última barrera que hay entre ella y su pelvis con mi boca recorro esa pequeña tela que es muro, pero a la vez puente que me lleva directo al mar del placer. En plena conquista de esa última frontera, cuando desplegaba mi bandera para reclamar como mío al menos por esa tarde, ese territorio indomable de su piel, algo extraño salió de su braga, lo miré, la miré a ella y le pregunté, ¿qué es eso? A lo que con una sonrisa como de niña haciendo vagancia me responde, ¿qué crees que sea? Pues un cigarro de marihuana, ¡qué más!

Mi sorpresa fue mayúscula, no supe qué decir, se hizo un silencio incómodo, de repente la caldera que habíamos hecho con nuestros cuerpos se apagó, pregunto el porqué del cigarro, a lo que me responde con unas palabras por demás relajadas: -pues para saber qué se siente-, me mira con ojos de incredulidad por mi reacción y me dice, no seas cerrado, qué puede pasar, hay que darle unas cuantas fumadas, dicen que la sensación es fantástica, nada pierdes, o qué, tienes miedo de hacerte adicto? –no, claro que no- le contesto sin titubeos, pues entonces fumemos, dice Emma llena de entusiasmo, a lo que asentí con la cabeza.

Saca de su bolso de mano un encendedor, me pide que encienda el cigarro, ninguno de los dos tiene experiencia en fumar absolutamente nada, por lo que el proceso no es tan simple, le doy un trago a mi tequila, y sin más, tomo el carruco, le pongo el fuego del encendedor, miro cómo agarra el calor, mientras que jalo aire para que encienda ese cigarro, el primer jalón no fue mayor cosa, pero el segundo sí, fue rasposo, tanto que tosí, le paso a Emma el cigarro, ella emocionada le da “el golpe” y también le da por toser, después de algunas fumadas, tres para ser exacto, no había mayor reacción en nosotros, la única sensación es la de la lengua escaldada. Un par de fumadas más pero nada, no sentíamos nada, desilusionado por no ver el efecto por el churro, fui a orinar, fue entonces que mi cuerpo comenzó a sentir los efectos de la marihuana, lo sentí primero en mis pies descalzos, fue como si de repente todas mis terminales nerviosas estuvieran en la planta de mis pies, la sensación se extendió a mis manos, a todos lados, es tanto la sensación que al momento de orinar comencé a carcajearme.

Salgo del baño y me encuentro con la figura de Emma bailando, imitando el baile de Pulp Fiction, el cuarto huele a romero quemado, miro mis manos, la miro a ella y le digo, ¡ya estamos pachecos!, Emma se tira a reír, se acerca a mí sin perder el paso, pongo música para darle un poco de sentido al sin sentido del momento, nos besamos mientras bailamos, la sensación es algo extraña, no extraña para mal, sino es extraña porque nunca había sentido mi cuerpo tan vivo, tan despierto, cualquier rose hace que la piel se llene de sensaciones demasiado vivas.

Mi cuerpo no puede esperar más, mi lengua se apodera de su torrente húmedo hecho de fuego, su boca se llena de gemidos, sus manos dominantes se apoderan de mi cabeza, en señal inequívoca de que en el mapa de su piel, encontramos el cofre de ese tesoro llamado placer.

No tardó mucho en ser recíproca, subida en mí no dejaba de decir, esto es riquísimo, nunca había sentido algo igual, para poco después echarse a llorar, me desconcertó verla con lágrimas, le pregunté que qué pasaba, a lo que contesta, nada, es una reacción de mi cuerpo a esta deliciosa sensación. Nos arrastramos por toda la cama, hasta que el cuerpo pidió descanso.

Tomamos un respiro, nos hidratamos, y como lo último que queríamos era perder el efecto de la marihuana en nosotros, encendimos lo que quedaba de cigarro para darle unas cuantas fumadas más. Acto inmediato, nos dio un ataque de hambre.

Nos sentamos a comer la pizza.

Al momento de darle la primer mordida a mi pedazo de pizza me tapo mis ojos y me da un ataque de risa, Emma se me queda viendo y me pregunta, ¿de qué te ríes? A lo que le contesto, es que me estoy viendo comer, y me ataco de risa de nuevo. – cómo que te estás viendo comer, pregunta algo confundida- sí, mira, le digo, estoy aquí sentado comiendo este pedazo de pizza, pero también estoy ahí parado, le indico con mi mano izquierda, apuntando donde supuestamente estoy de pie, viendo cómo comemos, y me digo a mí mismo, comemos como marranos, jajajajajaja, no paro de reír, Emma acompaña mi risa, toma un trozo de pizza y me dice, -así que somos unos cerdos, pues para que de verdad lo digas- a lo que acto seguido me unta en la cara ese pedazo de pizza, somos un par de imbéciles riendo sin parar, Emma se me echa encima y con su boca y lengua comienza a lamer mi cara para quitar la salsa y el queso, mi piel en verdad está demasiado sensible, la sensación es deliciosa, tomo otro pedazo de pizza para embarrarlo en sus senos, los cuales limpio con alegría sinigual, nos importa un bledo dejar la habitación hecha una porquería, nos arrastramos por el piso de la habitación, no dejamos de gritar del placer que sentimos, la llevo a las escaleras, jugamos a la carretilla en la cochera que tiene la habitación, mi grado de estupidez es tal, que le propongo salir por el corredor del motel en esa posición, oprimo el botón que abre la cortina de la cochera, pero en un momento de sensatez, Emma dice, estás bien drogado, sí, le contesto, nos echamos a reír de nuevo, para regresar de nuevo a la habitación.

Estamos realmente agotados, tirados en la cama, apenas y podemos movernos. La miro de reojo, busco y alcanzo su mano, la cual beso y acaricio con mi barba, dejo su mano conmigo. El cansancio cierra mis ojos, necesitamos descansar, le digo como advertencia de que dormiré. Emma respira profundo, intenta decir algo, pero está agotada, su último tirón de energía lo gasta en acercar su cabeza a su pecho. Duermo, con la convicción de haber disfrutado el más divertido y sabroso sexo que jamás haya tenido, con el pensamiento de que ese churro de mota, la única adicción que provocó fue la de necesitar por siempre su cuerpo.

Y así sin más, ya no fue ayer sino mañana.