Esta vez no hubo necesidad de pasear el ataúd del PRI por las principales ciudades del país como hace 18 años cuando fue echado de Los Pinos por primera ocasión. La alternancia hirió al otrora partido hegemónico, mas no acabó con él. La ineptitud del PAN para gobernar, la frivolidad de Vicente Fox, la iracundia de Felipe Calderón y haber faltado los dos a su palabra de atacar la corrupción, soltaron al dinosaurio y le devolvieron la banda presidencial. El 1 de julio nadie cargó a hombros el féretro del PRI, pues había muerto antes de las elecciones, de las cuales surgió su reemplazo: Movimiento de Regeneración Nacional (Morena).
Peña Nieto logró lo que Fox y Calderón no pudieron juntos en 12 años: encerrar al dinosaurio en un museo, de donde difícilmente saldrá de nuevo. Y sin el empeño involuntario de los tres, Andrés Manuel López Obrador no habría convertido el enfado nacional contra la corrupción, la impunidad, la violencia, la soberbia gubernamental y el bipartidismo PRI-PAN en corriente impetuosa y motor de cambio. Para no dejar resquicios como en 2006, cuando Calderón ganó la presidencia por una nariz, ni correr riesgos como en 2012, cuando la oligarquía impuso a Peña Nieto, 30 millones de votos sepultaron esta vez al dinosaurio.
Al PRI le daban sentido, cohesión y soporte su ideología y los liderazgos comprometidos con México y fieles a sus principios. Sin embargo, a partir de Carlos Salinas de Gortari, los cuadros tradicionales empezaron a ser suplantados por pandillas de farsantes, venales y cínicos. La reforma política de 1977, promovida por Jesús Reyes Heroles desde la Secretaría de Gobernación, constituyó el primer paso hacia la democracia, pero no fue continuado. La siguiente modificación de gran calado ocurrió casi dos décadas después, durante el gobierno de Ernesto Zedillo, el último presidente mexicano con talla de estadista. Nivelar la arena electoral y ciudadanizar al Instituto Federal Electoral (IFE, hoy INE) volvió al PRI vulnerable: en 1997 perdió la capital y la mayoría en la Cámara de Diputados. El camino estaba preparado para la alternancia, pero el PAN la desaprovechó y le sirvió el poder al PRI en bandeja de plata.
Empero, el PRI redivivo era solo siglas espectrales. Mangoneado y alimentado por los gobernadores con recursos públicos, el dinosaurio tomó la presidencia por asalto, y los estados como botín de guerra. La corrupción, antes solapada, se institucionalizó. Forbes publicó una muestra de los nuevos rostros del partido fundado por Plutarco Elías Calles bajo el título “los mexicanos más corruptos” de 2013 (Humberto Moreira, Fidel Herrera, Tomás Yarrington, Arturo Montiel, tío de Peña Nieto, y Andrés Granier). Otros de la generación de Peña merecen la misma distinción: los Duarte (Javier y César), Borge, Moreira II, Miguel Alonso, Ismael Hernández, Jorge Herrera...
El PRI recuperó la presidencia por los gobernadores, y ellos son también los responsables de su derrota y virtual extinción. Sin embargo, el castigo de las urnas no basta. Uno de los principales mandatos recibidos por AMLO consiste en castigar la corrupción y el abuso de poder. Por tanto, Humberto y Rubén Moreira deben ser investigados por la deuda —en proceso de tercera renegociación—, las empresas fantasma, las masacres en Allende y en el penal de Piedras Negras, y los supuestos vínculos con el crimen organizado denunciados en Estados Unidos.