Aristóteles define como ciudadano al que tiene en sus manos el gobierno y la justicia, quien puede ser juez. Si alguien no puede juzgar a sus iguales, no es igual, por tanto no es un ciudadano, por ello, la responsabilidad de los asuntos públicos no es de unos pocos, aun si son elegidos.

Solo existe democracia desde Aristóteles si cualquier ciudadano es capaz, en el momento  en que se le requiere, de manejar los asuntos públicos, sin más preparación que la calidad de ciudadano.

Los ciudadanos que no se metían en asuntos políticos, decían, los griegos que eran los “idiotés”, deriva la palabra idiota que conocemos, es una persona aislada, sin ofrecer nada a los demás, solo está ocupada en sus asuntos domésticos y es fácil de ser manipulada.

De lo que se trata en una democracia es de aprovechar al máximo las ventajas de vivir juntos, en comunidad. Una dirección única posibilita esa unidad de colaboración y tener cierta estabilidad para garantizar la unidad social, que la comunidad enfrente sus problemas y desarrolle un nuevo sistema de valores.

Los líderes políticos surgen cuando comparten propuestas, ideales, valores y sentimientos, que permiten cambiar razón y pasión si realmente quieren ejercer un liderazgo efectivo y rechazar cualquier culto a su personalidad. Las características más importantes son: afiliación, confianza, seguridad y lealtad.

Pero, una especie de temor rodea a todo el que ocupa un líder gobernante. Cualquier líder gobernante tiene algo de tabú; en caso contrario, no dura mucho tiempo, por eso buscan algún parentesco a los dioses y a veces han sido considerados dioses terrenales.

“Éste es el Hijo del Hombre, que posee la justicia y con quien vive la justicia, y que revelará todos los tesoros ocultos, porque el Señor de los espíritus lo ha escogido y tiene como destino la mayor dignidad ante el Señor de los espíritus, justamente y por siempre” (El libro de Enoc).

Desde la antigüedad, los líderes gobernantes, llamados reyes, no solo eran considerados por los súbditos responsables del orden de la sociedad sino también del de la naturaleza; sus obligaciones incluían tanto promulgar leyes o ganar batallas, como también garantizar la lluvia que posibilita una buena cosecha, si los vasallos decidían que la causa de una sequía era por la conducta del líder gobernante, podían llegar a cortarle la cabeza.

La obligación de obedecer a un igual siempre se le ha hecho inaguantable a los hombres, desde hace miles de años. Por lo mismo, el líder gobernante tenía que ser alguien que los demás no eran, tener características excepcionales o representar algo que está por encima de los individuos: la ley, que también él debe de respetar; a pesar de aparentar ser más que humanos están situados por encima de las pasiones y flaquezas humanas.

“Será él un bastón para los justos, a fin de que puedan apoyarse sobre él y no caigan; será la luz de los pueblos y la esperanza de aquellos que sufren en su corazón”. (El libro de Enoc).

Pero, es engañado y traicionado por sus colaboradores más cercanos. No será juzgado ni recompensado, y el paraíso será su esperanza y su tristeza infinita. Ha hecho lo que tenía que hacer, ya es causa juzgada; está solo ante su grandeza; está solo en medio de sus colaboradores, y las ratas lo devoraran al querer consolarlo; estará solo en sí mismo, en el desierto, errante. “Un hombre cuando tiene proyectos ambiciosos no debe ser débil en ningún paso” (Lorenzo de Zavala).

De acuerdo con Montesquieu, cada pueblo tiene  formas de gobierno y leyes que le son propias a su idiosincrasia y trayectoria histórica. A cada forma de gobierno le corresponde determinadas leyes, son indicadores de los grados de libertad a los que ha llegado un determinado pueblo y el tipo de líder gobernante.

Cuando los poderes legislativo y ejecutivo se hallan reunidos en una misma persona, en un líder gobernante, no hay libertad; porque, si existen leyes tiránicas serán ejecutadas del mismo modo. Entonces, el poder de juzgar es terrible en manos de un solo hombre, no estando sujeto a una clase determinada, ni perteneciente exclusivamente a una profesión, se hace, nulo e invisible.

Tiene que haber un líder gobernante con autoridad suficiente para garantizar que las leyes se cumplan y obligar a que se cumplan, por eso tiene el monopolio de la violencia el líder gobernante.

El siglo XVIII conoció dos grandes revoluciones modernas que acabaron con los viejos privilegios de los nobles y terratenientes, introduciendo el principio de una democracia sin esclavos, algo que los griegos no habían conocido y que el líder gobernante sueña con regresar a una democracia griega.

Por ello, la fuerza para impulsar cambios se baña en aguas estancadas de hipocresía y corrupción ante gobiernos autoritarios; en medio de ratas y escorpiones quieren hacer un pueblo nuevo. Cuando haya alcanzado esa meta será derribado, y llegara casi solo.

Por lo tanto, estamos ante un nuevo orden mundial, un nuevo orden en el campo económico, en el social y en el político; es un nuevo orden mundial diferente al del siglo XIX y siglo XX; estamos ante una nueva revolución diferente, ante un mundo diferente, ante una sociedad diferente al siglo XIX y el siglo XX; estamos en una revolución de avanzada, que evoluciona y revoluciona la vida de los mexicanos.

Sucede frecuentemente en el líder gobernante, antes de la pérdida del poder ya estaba espiritualmente muerto, de modo que de un leve empujón se desplomó; cayeron del poder fácilmente, su reinado fue revelado finalmente en su vacuidad.

“Entonces Hunaphú e Ixbalanqué dijeron delante del viento que se detuvo para oírles: -Nosotros somos los vengadores de la muerte. Nuestra estirpe no se extinguirá mientras haya luz en el lucero de la mañana”. (Popol Vuh, antiguas leyendas del Quiche).

Profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales,

Universidad Nacional Autónoma de México.

oaristeolopez@gmail.com