Doña Graciela Márquez Colín: le confieso que de entrada no me gustó su posible nombramiento como Secretaria de Economía en el gabinete de AMLO. Primero, porque esperaba ver en el cargo a un emprendedor con experiencia práctica: dueño de una empresa o directivo de alguna industria. Segundo, porque guardo mis reservas sobre los académicos que se improvisan de buenas a primeras como funcionarios públicos. Pero ya nos callará usted la boca a los escépticos con su buen desempeño en el cargo.
¿Qué esperamos del nuevo gobierno los emprendedores de México? Que nos dejen trabajar en paz. Que no nos estorben con tanta burocracia. Mire usted, doña Graciela, en México tenemos la idea errónea (en la que muchas veces cae el propio AMLO) de que emprender es sinónimo de abusar. Así de mal están las cosas. Si el negocio que montaste es exitoso es porque exprimiste a tu personal y vendes caro (“nadie se hace rico por las buenas”, dice un horrible refrán mexicano).
Usted sabe, doña Graciela, que una buena parte de la sociedad mexicana celebra que el gobierno maltrate con papeleos, trabas, moches, costos burocráticos y regulación excesiva el camino del pequeño y mediano emprendedor. Basta que usted compare los formularios simplificados en Alemania, Inglaterra e incluso Francia para la puesta en marcha de cualquier modelo de negocio, frente a la eternidad sufrida en México para gestionar cualquier trámite pinchurriento. En Alemania la ley obliga al gobierno a dar de alta a todas las nuevas empresas que lo solicite, en un plazo máximo de dos días.
En cambio, doña Graciela, los gobernantes de México, (incluyendo a veces al propio AMLO), prefieren la beneficencia pública y las ayudas asistenciales. Como se dará cuenta (ya cuando regrese usted de su estancia académica en la Universidad de California), en México condenamos la economía informal y olvidamos que es otra forma de emprendimiento emergente, con su alta dosis de riesgo, igual a la de una S.A. bien establecida; aunque con una salvedad: el microemprendedor de la economía subterránea se aventura a un nuevo negocio no para ganar más dinero, sino para sobrevivir. Muchos emprendedores no lo son por vocación sino por necesidad, porque no tienen otro remedio.
Irónicamente en México, Colombia o Paraguay, el número de emprendedores es muy superior al registrado en cualquier país europeo. ¿Por qué? Simple, doña Graciela: la falta de subvenciones o ayudas del gobierno para que un ciudadano monte cualquier negocio por pequeño o mediano que sea, activan nuestra creatividad y nos obligan a levantarnos todos los días de la cama y a no esperar la mesa servida. No nos queda de otra, doña Graciela. Yo a eso le llamo economía guerrilla.
Debe ser un orgullo que una profesionista como usted, encabece por primera vez la Secretaría de Economía, pero es más orgulloso para mí ver a una señora que por su cuenta y riesgo, capacitándose sobre la marcha, improvise una vaporera en la cochera de su casa para vender tacos mañaneros; que un mecánico abra un nuevo taller de enderezado y pintura; que un joven monte una agencia de diseño gráfico en su propio cuarto. Desde luego estos guerrilleros de la economía no representan el mundo ideal, pero sí el real.
Ojalá que el gobierno del que usted formará parte (Dios mediante) no le ponga tantas trabas burocráticas como lo hace el actual a la taquera, al mecánico y al diseñador gráfico hasta volverlos una especie en extinción. Porque hasta ahora, en México, la economía guerrilla está proscripta por la Ley.