En una de nuestras últimas visitas a la Región de la Montaña, concluida la campaña por la gubernatura, Gabriel y yo discernimos entre irnos al cierre de campaña en Acapulco, o aprovechar esos  tres días para estar con la familia, hacer un cambio de ropa,  regresar el sábado y estar presentes el domingo, día de la jornada electoral.

  No hubo mucho que discutir y como era de esperarse, decidimos ir a nuestras respectivas casas; así que, al día siguiente, a primera hora de la mañana, desocupamos las habitaciones del hotel y le pedimos al dueño que nos las reservara para el sábado y, después de desayunar, con nuestras maletas llenas de ropa sucia, abordamos el auto de Gabriel y, con la firme determinación de quien ya desea ver a su familia, emprendimos el viaje a la Ciudad de México.

 A esa hora, en Acapulco, Zeferino Torreblanca, el Contador, candidato del PRD a Gobernador del Estado, se encontraría realizando el cierre de su exitosa campaña, y era de imaginarse la Costera, pletórica de gente, que ya estaba harta de los gobiernos priistas, y no me quedaba ninguna duda de que, el próximo domingo, el famoso ?Contador? se alzaría con el triunfo en la elección.

La Región de la Montaña, aunque está en Guerrero, no es Acapulco, no es un lugar turístico; es un lugar donde la precariedad y la miseria son indignantes y, la primera vez que fui, en 1992, Metlatónoc, uno de los municipios, estaba considerado como el más pobre del mundo y, en 13 años, esa situación, no había cambiado mucho.

Gabriel, que ya se conocía el camino de memoria, hizo una breve escala para cargar gasolina y continuó la marcha rumbo a Izúcar de Matamoros donde, si no se ofrecía otra cosa, nos detendríamos a comprar unas botellitas de agua. Sin embargo, al cruzar Huamuxtitlán, me invadió esa extraña sensación que se apoderaba de mí en cada viaje y que  yo entendía como la nostalgia (estar en un lugar y querer estar en otro), y sentí la necesidad de pasar a Xochihuehuetlán, para visitar a don Cayetano, un viejo compañero del Partido, que conocí por allá en el 92, durante la primera campaña de Félix Salgado Macedonio por la gubernatura y que, en trece años, no había vuelto a ver; así se lo propuse a Gabriel quien, de inmediato, respingó.

-         ¿Xochi no es el que ya pasamos? ?Preguntó.

-         No- le dije ?, ése era Huámux.

-         Pero tú no entiendes, ¿verdad? -me dijo-. Vas uno a cero.

 Tenía razón. Unos días antes, había sucedido un hecho, para mí, bastante triste. Le pedí que me acompañara a la estación de radio ?La Voz De la Montaña?, para saludar a una locutora, a quien, también, conocí en aquella campaña y nos hicimos grandes amigos. Me ayudó a difundir los cursos de capacitación que se impartieron a los representantes de casilla, así como la visita que Félix hizo a la Región y el cuándo, dónde y cómo, los R-G y R-C, podían recoger sus nombramientos; todo lo anterior, sin violar la ley y sin favorecer a mi partido, sólo difundiendo la información, como lo haría cualquier otro medio.

Se llamaba Ramona y, aunque vivía en Tlapa, cada ocho días viajaba a Metlatónoc y, en más de una ocasión, nos tocó realizar juntos ese recorrido de cuatro-cinco horas, que aprovechábamos para conversar hasta que a ella la vencía el sueño y, con la cabeza apoyada sobre mi hombro, se quedaba dormida aunque, de repente, despertaba por los bruscos movimientos del destartalado camión, lleno de animales de corral, atados de leña y costales de maíz,  que circulaba por esos benditos caminos de terracería, a veces puro polvo y a veces puro lodo, que partían La Montaña en todas direcciones.

Además de bonita, tener una voz preciosa y ser licenciada en Ciencias Sociales, Ramona era una mujer muy culta e informada, y me hablaba de lugares y países, a los que nunca había ido, pero que conocía por todo lo que había leído, tanto en los libros, como en los periódicos y revistas, ya que su trabajo de locutora, la obligaba a tener mucha información, entretenida y veraz, para trasmitir a los radioescuchas; dominaba las cuatro lenguas indígenas de  la región y era así como, a través de la radio, transmitía la información: en tlapaneco, mixteco, náhuatl y español.

Recuerdo que me dieron ganas de conocerla cuando escuché su voz en la radio, dando un mensaje de lo más curioso, en las cuatro lenguas: ?A doña Nicolasa, vecina de Xalpatláhuac, se le avisa que su hijo Toribio ya viene en camino, procedente de los Estados Unidos de Norteamérica, y que, el día de hoy, a eso de las tres de la tarde, llegará a la terminal de autobuses de Tlapa, y se le recomienda, a doña Nicolasa, que se apersone en la terminal, llevando dos burros para cargar las maletas de su hijo Toribio?.

Y así fue. Ramona y yo hicimos una gran amistad y siempre recordaba aquella vez que, a través de la radio y con su hermosa voz, me envió un saludo, antes de que empezara el programa de los jóvenes tlapanecos, quienes, además, me dedicaron una canción del grupo TEX-TEX.

Fue por eso que, en esa última visita a La Montaña, al escuchar  la voz de Ramona, en la radio, le pedí a Gabriel que me acompañara para saludarla.  Lo malo fue que, como había pasado tanto tiempo y, evidentemente, uno cambia en todos los aspectos, Ramona no se acordó de mí, a pesar de que me paré frente a ella y vio mi rostro de un lado para otro; es más, hasta se molestó cuando le pregunté si me recordaba; tal parecía, que la estaba acosando y a punto de faltarle al respeto.

-         Perdón- alcanzó a decir-. Estoy a punto de entrar al aire.

No insistí más. Aunque me invadió un mal sentimiento y tuve que tragar saliva muy espesa, no me quedó de otra y tuve que aceptar que, luego de 13 años de no vernos, casi sonaba lógico que Ramona no me recordara. Lo peor fue tener que aguantar las burlas de Gabriel quien festinó la penosa situación y me recetó aquella de:

-         Uno a cero, camarada - . Ni modo.

A pesar del tropiezo anterior, no me quería quedar con las ganas de saludar a don Cayetano y, por supuesto, las burlas de Gabriel, no se hicieron esperar.

-         Pero si nadie se acuerda de ti- dijo-. ¿Para qué le buscas?

-         ¿Qué más da? -le dije a Gabriel-. Nos queda de paso.

Preguntando, preguntando, dimos con la casa de don Cayetano, a quien recordaba como un hombre  ya mayor y que, en esta visita, ya se veía cansado, encorvado, algo más pequeño de lo que era en aquel entonces.

Nos recibió en el patio, bajo la sombra de un árbol  y sentado junto a  una mesa redonda, donde se encontraban varios periódicos del día y el número más reciente de la revista Proceso. Traía puesto el insustituible sombrero ?calentano?, botas de cuero, guayabera y un paliacate enredado al cuello. 

 Sin embargo, otra vez esa sensación de incertidumbre, de ver los ojos de don Cayetano y tener  que aceptar que no me reconocía; que, por más esfuerzos que hacía por escarbar en su memoria, no me hallaba y, aunque no dejaba de verme y ponía toda su atención a lo que yo decía, me quedaba la impresión de que sentía que platicaba con un desconocido, con alguien a quien no había visto nunca.

Todo coincidía. Los tiempos, la campaña, los nombres de los personajes y aquella reunión en su casa, después de un acto multitudinario en Comitlipa, cuando Félix, con un discurso memorable y esa lapidaria frase de: ?Aquel que practica el engaño, es amigo del diablo?, hizo llorar a la gente del lugar, a pesar de que ya traía la garganta destrozada y estaba ardiendo de fiebre.

 No obstante, Cayetano, hombre de campo, de origen humilde, afable, luchador, se mostraba muy atento y confiado; sí recordaba a algunos de los compañeros que participaron en aquella campaña de 1992-93 y los asaltos de que fuimos víctimas el mismo día, con un par de horas de diferencia; primero él, luego, nosotros, en el mismo lugar y por los mismos asaltantes. Su esposa llegó hasta donde estábamos y, luego de presentarse, nos sirvió grandes vasos de agua de frutas y algunas botanas, que Gabriel agradeció y devoró con gusto indescriptible, pero hasta ahí.

 Volví a sentir la misma frustración que con Ramona y decidí dar por terminada la reunión. No tenía ningún sentido continuar. Me alegraba haber vuelto a ver a don Cayetano, inquieto, fuerte; tal vez, ya no tan fuerte como cuando lo conocí, pero todavía con esperanzas.

 No quise esperar más, me puse de pie y poniendo como pretexto que teníamos mucha prisa por llegar, Gabriel y yo nos despedimos de don Cayetano, con un frío apretón de manos, salimos a toda prisa de la  casa y caminamos por la calle hacia el lugar donde habíamos dejado le auto.

 En ese viaje, Gabriel, los demás compañeros y yo, habíamos creado una frase que se volvió nuestro lema o grito de guerra en esa campaña y que usábamos cada vez que nos poníamos en evidencia: ?lo que pasa en la Montaña, se queda en la Montaña?. Sólo esperaba que Gabriel honrara su palabra, respetara el  espíritu de aquella frase y no me balconeara al llegar a México. Ya bastante mal me sentía de que, aquellas dos personas, no me recordaran para, aun tener que cargar con los comentarios burlones de quienes se enteraran.

-         Ni modo, mi Elios ? dijo Gabriel -: dos a cero.

-         Qué goliza, ¿no? ? le contesté.

-  No te apures- me dijo-, total, lo que pasa en la Montaña, se queda en la Montaña.

  En esas íbamos cuando, de repente, de la nada, como si hubiera salido del fondo de la tierra, detrás de nosotros y avanzando a grandes zancadas, resollando como un novillo, y pegando de gritos, apareció don Cayetano. Gabriel y yo nos detuvimos extrañados y nos le quedamos viendo.

-   Oiga, amigo ? me dijo ? y usted, ¿cómo se llama?

-    Elios ?le contesté.

-    Oiga -  dijo ?, ese nombre sí me suena. Claro que me acuerdo de usted.

-   ¿De verdad? ?le pregunté.

Entonces, me explicó. Ya casi no veía, estaba perdiendo la vista y, para leer, tenía que usar una lupa, además de que, según él, nunca fue muy buen fisonomista, pero había leído muchos de mis artículos o, mejor dicho, uno de sus hijos, cuando venía de México, se los traía y se los leía.

- Es que yo no le sé a eso del internet ? me dijo - . Venga. Acompáñeme tantito a mi casa.

Regresamos a la casa pero, esta vez, entramos por la puerta de atrás y ahí, en lo que parecía un cuarto de estudio, con estantes llenos de libros, artesanías, miles de papeles y un escritorio, se encontraba un fajo de fotocopias con algunos de mis artículos y una fotografía de 1992,  en la que aparecíamos él, Félix Salgado y yo.

Pinche viejo. Me hizo el día y el panorama me cambió por completo. Me puse feliz, no pude ocultar una sonrisa y le extendí la mano para despedirme nuevamente, pero él  repitió mi nombre muchas veces, y me dio tremendo abrazo, que me devolvió la confianza en la humanidad y las ganas de seguir luchando.

-         Elios ? decía - , claro, Elios. Y oiga, compañero Elios, ¿cómo ve usted el año que entra? ¿Cree que sí gane el licenciado López Obrador?

-         - Pues hay muchas posibilidades ? le dije -, y el camino está hecho. Depende más de nosotros que de Andrés Manuel.

-         - Si, ¿verdad? ? dijo -. Ojalá usted pudiera venir a ayudarnos.

-         No le aseguro nada ? dije -. También allá en mi pueblo hay elecciones y la vamos a pelear.

 Abordamos el auto y emprendimos el camino a casa. Más contento no podía estar. El hecho de que don Cayetano, compañero de lucha, se acordara de mí, era mucho más de lo que me imaginaba. Sin embargo, no faltó que Gabriel encendiera la radio y la sintonizara en la Voz de la Montaña, justamente, cuando Ramona estaba al aire, iniciando el noticiero de medio día.

-         Cámbiale ? le dije.

-         Pérate ? dijo -. Vamos a oír a tu novia.

-   ? para reparar un error, ya que , el día de hoy, me vino a visitar un gran amigo, que no veía desde hace mucho tiempo, pero yo andaba distraída y tan de prisa,  que no lo reconocí y, por lo tanto, le quiero ofrecer una disculpa y decirle que, cuando guste, esta es su casa. Él es del PRD y, también, le quiero desear buena suerte para esta elección y para del año que entra.

Para ti, Elios, la canción que me pedías cada vez que visitabas la estación y que dedicabas a tu esposa:

?Me voy en ese trenque va con rumbo al sur

y quiero que esta noche tú me des mi despedida.

Muy pronto volveré, primeramente Dios,

 deséame mucha suerte, amorcito de mi vida??

-    Oye ? le dije a Gabriel-, ¿y si nos regresamos para saludarla?

-    No, cabrón ? exclamó -. Ya estuvo. Vámonos, se está haciendo tarde.

 

??Jamás me vayas a olvidar,

así me tarde yo en volver,

el día que vuelva por aquí,

si voy para otras tierras,

también te llevaré?.