Si alguien pregunta a personajes como Guillermo Sheridan, Ángel Verdugo, Jorge Triana, Julio Patán o Javier Lozano el nombre de ese género teatral y musical de origen hispano, similar a la opereta francesa, tengan por seguro que de sus bocas saldrá algo mucho más cercano a ‘sarsuela’ que ‘zarzuela’.
¿Acaso han respondido mal? No, por supuesto que no. El español mexicano tiene como característica el seseo y nadie pronuncia la zeta como nuestros amigos peninsulares, a saber, inventores de este guateque que hablamos 550 millones de personas.
Bueno, pues estos mismos ilustres y soberanos pronunciadores han tenido la puntada de burlarse del presidente López Obrador por la manera en que pronuncia ‘votaste’.
Hay una diferencia bien reconocible entre el seseo y agregar una ese a la segunda persona del singular del pretérito perfecto simple: el segundo fenómeno es propio de zonas del país exotizadas y, por lo tanto, vistas como inferiores.
Siempre he admirado el tesón y orgullo de los rioplatenses, quienes defienden su dialecto al punto de lograr que sus fenómenos lingüísticos sean no solo respetados, sino hasta aceptados e incluidos en el Diccionario de la lengua española de la RAE.
Aquí somos muy diferentes. Muy clasistas, pues. Harto clasistas. Guillermo Sheridan, Ángel Verdugo, Jorge Triana, Julio Patán, Javier Lozano y todos los que se burlan del presidente por cómo habla son unos clasistas.
Haiga sido como haiga sido, en su cabecita no cabe la diversidad e imaginan pertenecer a la élite normadora que el resto de la sociedad debe imitar y seguir (pero nunca alcanzar). Claro está, ignoran que la vanguardia siempre viene de la periferia y en realidad pertenecen a un centro inerte, rebasado. Ignoran, además, que la diversidad nos enriquece.
Y ya, eso es todo. Siempre hay que señalar el clasismo de los clasistas.