Un día del verano del año 2000 asistí y de cierta manera participé en el homenaje realizado a Bach (1685-1750), en la Sala Manuel M. Ponce de Bellas Artes, por el 250 aniversario de su fallecimiento. Un día completo con el compositor alemán que no resultó del todo bien. Problemas de logística, organización y falta de profesionalismo de los participantes en una jornada bajo la conducción del músico y musicólogo polaco Kurt Redel (1918-2013), que concluiría la sesión por la noche diciendo sobre México con una simpática sonrisa: “Se hace mal… ¡pero se vive bien!”. Publiqué en el Diario de México de entonces, “Johann Sebastian Bach abandonado”.

Contrario al 2000 que conmemoraba 250 años del fallecimiento de Bach, veinte años después se celebra el 250 aniversario del nacimiento de Ludwig van Beethoven (1770-1827). En un ensayo sobre el tema, Redel propone a Bach como la cumbre del barroco y a su hijo Emanuel y al padre de Mozart, Leopold, como los anunciadores de una nueva época: el clasicismo. Haydn, Mozart y Beethoven construyen propiamente la música alemana sobre la base de los diversos estilos europeos. Claro, Beethoven desarrollará su música, entre Mozart y Haydn, desde el clasicismo a los vigorosos inicios del romanticismo.

El caso es que el mundo en general hará eco del aniversario y habrá muchos homenajes, mucha música, acaso la totalidad de la creada por el festejado; de hecho, escucharla toda durante el año, es un buen ejercicio individual. No obstante, destaca la extraordinaria celebración que ya se está desarrollando desde diciembre pasado en Alemania, partiendo de Bonn, la ciudad de origen del compositor: “Las celebraciones, que se extenderán por toda Alemania, cuentan con un presupuesto de 42 millones de euros, asumidos por el gobierno federal, el estado de Renania del Norte-Westfalia y la región de Bonn. Se planean alrededor de mil conciertos, representaciones de ópera, exposiciones y conferencias” (“Arrancan las celebraciones por el 250 aniversario de Beethoven”; Deutsche Welle, 16-12-19).

A raíz de la ocasión, el musicólogo Luis Gago escribió “Empieza el año Beethoven: un aniversario heroico” (El País; 16-12-19), excelente artículo en que guía al lector por la exposición que da inicio a los festejos en la ciudad del genio alemán, Bonn. La historiadora del arte Agnieszka Lulińska y la musicóloga Julia Ronge se han hecho cargo de organizarla, para no permitir lo que en México ha sucedido, donde un curador que personalizó la exposición sobre Zapata en Bellas Artes, generó un escándalo; por lo pronto en Bonn se han ahorrado a un Beethoven homosexual mal hecho. Esta exposición se trasladará más adelante a Bruselas, al tiempo que Viena se une también a la celebración.

Gago describe con detalle las cinco partes en que se estructura Beethoven. Mundo. Ciudadano. Música. Desde el nacimiento y los primero años en Bonn hasta la muerte en Viena. Y en cada una de ellas, la obra, la música sólida que va construyendo en términos históricos y aun emocionales. Desde el talento juvenil hasta la enfermedad, la sordera y el final. Ya desde 1813 Beethoven escribe, “Estoy casi constantemente enfermo”. Gago enlista los males: “Jaquecas frecuentes, dolencias pulmonares, reumatismo, gota, pérdida de visión, neumonía, ictericia, diarrea crónica, cólicos, ascitis o la cirrosis que acabó con su vida en 1827 dan cuenta de una vida plagada por el dolor”. No obstante, el drama mayor sería la mítica sordera que padeció durante casi toda la edad madura y la capacidad prodigiosa para revertirla al momento de la creación.

Del artículo de Gago me llaman la atención dos documentos citados. 1. Una suerte de diario escrito por el compositor entre 1812 y 1818 donde aparece copiada de su puño una frase de La Ilíada: “¡Pero ahora me aferra el destino! ¡Que no me hunda en el polvo, inactivo y sin gloria, sino que concluya antes algo grande, de lo que habrán de oír también las generaciones futuras!”. Son versos del príncipe troyano en el Canto XXII, que trata de la muerte de Héctor. Beethoven los hace suyos hasta convertirlos acaso en un leitmotiv artístico y existencial. Y ese destino tal vez sea el de los primeros compases de la Quinta Sinfonía sobre los cuales el compositor habría dicho, “Así llama el destino a nuestra puerta”. 2. Una carta del compositor enviada a San Petersburgo “desde Viena a uno de sus mejores amigos de Bonn, el diplomático Heinrich von Struve, desconocida hasta 2012”. En ella, “Beethoven pregunta a su amigo en las primeras líneas: ‘¿Cuándo llegará el tiempo en que habrá únicamente seres humanos?’, subrayando este último concepto (Menschen). A continuación, se responde a sí mismo: ‘Es posible que solo veamos llegar ese dichoso momento en unos pocos lugares. Pero no lo veremos acaecer en todas partes. Pasarán siglos antes de que eso suceda’. Hoy resuenan esas palabras con especial fuerza: la profecía de un héroe tristemente cumplida.” (Gago).

La pregunta y la respuesta de Beethoven me llevan directamente a la memoria. A un texto que escribiera y publicara en El Universal a propósito de una de las interpretaciones de la Novena Sinfonía de Beethoven más destacadas en México, la de la Orquesta Sinfónica del Estado de México dirigida por Enrique Bátiz, “Una Novena Sinfonía incompleta” (El Universal; 12-03-96). Texto ahora compilado en mi reciente libro, De Caruso a Juan Gabriel. Una mirada de la cultura en México (UJAT/Laberinto Ediciones, 2019), del cual cito un fragmento del último párrafo: “y allí en medio de todo y sobre todo, el canto coral grandioso de la última sinfonía con que Beethoven, viejo, solo, enfermo y desilusionado, se despidiera de la humanidad; con un impulso, con un deseo casi trocado en canto desesperado disfrazado de dicha: la posibilidad, pese a toda desventura, de volver a creer en ella.”.