“México Tenochtitlán Siete Siglos de Historia”
En el contexto de las conmemoraciones históricas del Gobierno Federal durante el año 2021 (700 años de la fundación de Tenochtitlán, 500 de su caída y 200 de la independencia del país), Claudia Sheinbaum presentó el pasado 10-03-21 las relativas en lo particular a la Ciudad de México, que es el núcleo geográfico, el centro de los eventos de la sociedad mexica tanto en su fundación, su caída, su independencia y el punto neurálgico ayer como hoy de la república.
Primero, hay que celebrar el título del programa de conmemoración: “México Tenochtitlán Siete Siglos de Historia”, pues atiende a la polémica surgida a raíz del establecimiento por el Gobierno Federal como año oficial de fundación el de 1321. Como he establecido, en realidad es imposible tener una fecha específica en el caso de la Ciudad de México. Por ello hay varias posibilidades, 1321, 1323, 1325, 1345; y pudo ser antes o después. La naturaleza de la formación de un núcleo social sin registros históricos lo orilla a las aproximaciones y a las interpretaciones simbólicas. Entonces, ha sido una buena decisión la de Sheinbaum.
Dentro de la serie de eventos a realizar durante todo el año llaman la atención dos en particular. La sustitución del nombre Avenida Puente De Alvarado por Calzada México-Tenochtitlan, a la vieja calle de la ciudad ubicada entre Paseo de la Reforma y Avenida de los Insurgentes, y la sustitución del nombre Plaza del Árbol de la “Noche Triste” en Popotla, por Calzada de la Noche Victoriosa. La polémica y las opiniones contrarias no se hicieron esperar, destacan las publicadas en el diario Milenio, que entrevistó a antropólogos, historiadores y expertos. Igualmente, quiero destacar la de dos de ellos, que rechazan el advenimiento de los cambios.
En realidad se trata de dos eventos vinculados en el tiempo, históricamente, incluso a una sola noche. Cuando Hernán Cortés salió de la ciudad a Veracruz para combatir las fuerzas de Pánfilo de Narváez enviadas por el gobernador de Cuba, Diego Velázquez (que lo consideraba un traidor; y lo era), dejó la vigilancia de la ciudad ya casi tomada a su capitán, Pedro de Alvarado. El 22 de mayo de 1520, cuando se celebraban ceremonias y ritos propios de la población, este ordenó la atroz Matanza de Tlatelolco. Tomó por sorpresa a la gente que celebraba. Realizada la masacre, los españoles se refugiaron en el palacio de Axayácatl, donde Moctezuma los había hospedado desde noviembre de 1519. La población los sitió. Al regresar Cortés después de la derrota infringida a Narváez, exigió al emperador mexica hablar a su gente para calmarlos. Estos se violentaron aún más y la versión española dice que lo agredieron a pedradas y flechazos, matándolo; la versión indígena dirá que fue asesinado por los extranjeros el 29 de junio de 1520.
Viendo la situación perdida, Cortés ordena la huida la noche del 30 de junio al 1 de julio. Salen, pero son acorralados por los mexicas en lo que hoy es el cruce entre Av. Reforma y Puente De Alvarado (donde se encuentra la iglesia de San Hipólito). Entre los muertos, logran escapar muchos; uno de ellos, el asesino del Templo Mayor y de Cholula (donde fueron ejecutados entre 5 y 6 mil cholultecas), Alvarado. Y en homenaje a esa fuga, a su salvación, ese tramo de la calzada que va entre Reforma e Insurgentes será llamado Puente De Alvarado.
Los fugados continúan su marcha hasta detenerse en un paraje de lo que aún hoy es Popotla. Ahí, bajo el cobijo de un ahuehuete, un gran árbol frondoso, Cortés asomará unas lágrimas, llorará por la derrota, la huida y los padecimientos para “conquistar”, someter en realidad, al pueblo mexica. Y en honor a ese llanto, el árbol se designará de “la noche triste”.
Repelidos por los de Tlacopan, el 2 de julio y en su camino a Tlaxcala, los fugados cometerán una masacre más en la población de Calacoayan. Y les tomará un año recomponerse y organizar su alianza para de nuevo marchar a Tenochtitlan y concretar la invasión y la destrucción de ese pueblo el 21 de agosto de 1521 e iniciar la imposición de una nueva cultura.
La decisión del gobierno de la ciudad sobre estos dos eventos ha causado críticas, polémica y aun ataques. Me llama la atención el reportaje del diario Milenio que entrevista a varios “expertos”, a favor y en contra de la determinación. Citaré 2-3 casos (“Expertos reaccionan a cambio de nombre del Árbol de la Noche Triste y Puente de Alvarado”; 10-03-21).
1. La opinión del doctor Leonardo López Luján. “Uno de los máximos especialistas en la investigación y en la historia del Templo Mayor, el recinto sagrado de los mexicas: Se trata de una típica expresión de la llamada ‘historia de bronce’, de la ‘historia oficial’, una historia que no tiene que ver con la ciencia, sino con la política del momento.”.
Es conveniente informarle al doctor López Luján que si se considera a la historia como la única ciencia social, existe documentación histórica de sobra de que los eventos sucedieron como aquí se han relatado. Por tanto, es absurdo homenajear a criminales y que se haya tardado tanto esta reversión, el giro en la perspectiva e interpretación de los acontecimientos. Su postura es en realidad anticientífica y científica es la decisión sobre los cambios con base en los hechos. Y no puede ser política del momento porque estamos hablando de un asunto que lleva mucho tiempo debatiéndose.
2. La consideración del historiador Alejandro Rosas.
“En opinión del historiador…, esa iniciativa es ‘totalmente absurda y sin sustento, es simplemente ideología barata y chafa sobre el nacionalismo que no lleva a ningún lado. Este gobierno no trata de hacernos comprender la historia, estudiarla o analizarla, sino de imponer una nueva historia oficial, así de simple… Si van a empezar así, tendrían que quitar nombres, calles y monumentos, entonces se tendría que destruir el Palacio Nacional porque fue de los virreyes de la Nueva España, la Real Audiencia lo compró a los descendientes de Cortés, es decir, no fue hecho para los presidentes de México. Y también correría la misma suerte el Castillo de Chapultepec porque lo hicieron los virreyes malditos, así como El Ángel de la Independencia porque es una obra del porfiriato”.
Si habla en serio, a Rosas habría que quitarle los grados de historiador que tenga y preguntarle dónde estudió la primaria, porque lo estafaron. Plantear como un profesional de la historia la destrucción del Palacio Nacional (o cualquier edificación establecida) para develar los vestigios allí existente es absurdo, raya en la locura, en el sinsentido de la razón. Porque se hacen cambios allá donde se pueda, como en este caso, que no modifica sino la perspectiva histórica y la interpretación de los acontecimientos con base en los mismos datos.
Y de hecho, el cambio de Av. Puente De Alvarado por México Tenochtitlán tendría que ser más radical, propongo, y tomar el nombre de Calzada Tenochtitlán-Tlacopan. Popularmente podría llegar a llamarse Calzada Tenoch-Tlacopan. Pues estamos hablando de un trazo directo entre el Templo Mayor y el centro de Tlacopan.
Y si habla en broma también habría que degradarlo, pues estamos tratando de asuntos serios que llevan muchos años en debate y discusión. Por ejemplo, cualquier razonamiento o perspectiva crítica se plantearía, desde los años de estudios básicos, el porqué de aceptar que a la única victoria importante de los nativos en el proceso de la invasión se le llamara “Noche triste” asumiendo así la visión de los invasores españoles. Absurdo.
3. Una opinión sentimental, la del escritor Ignacio Solares, dice “eso es atroz, porque son parte de nuestra historia de la ciudad y porque somos polvos de aquellos lodos. Yo creo que tu ciudad es parte de ti mismo. Yo, en una de mis columnas periodísticas acabo de poner que me siento en esta ciudad como si fuera yo habitante de hace siglos. No sé si habrá la reencarnación o no, pero yo creo que si ya reencarné lo hice en esta ciudad. Mi reino todo es de este mundo, de esta ciudad y cada calle tiene su historia”. A su juicio, “el Árbol de la Noche Triste es un símbolo de algo que nos ha marcado, porque finalmente somos un pueblo que es español y mexicano, como decía el pasodoble de Agustín Lara. Yo no puedo negar mi madre patria y no puedo negar que soy mexicano, y que soy de Ciudad de México y que la amo por sobre todas las cosas. Cada cosa que se destruye o que se cambia, me lastima el corazón”.
Un posicionamiento que no sólo me parece sentimental, también frívolo. Pero resulta interesante el debate, la polémica, la revisión histórica. Por mi parte y por lo expuesto, aplaudo la determinación del gobierno de Sheinbaum. Y como ella plantea, que se abra la discusión.
Por último, como tabasqueño que soy, solicitaría al presidente López Obrador, como tabasqueño que es también, sostenga una conversación con el gobernador de Tabasco, Adán Augusto López Hernández, para someter a discusión el nombre del Río Grijalva, llamado así en “honor” de Juan de Grijalva que, en 1518, “descubrió” Tabasco y el río adentrándose en él en unos bergantines. ¡Ese fue todo su “mérito”! Otro absurdo que se puede revisar y modificar. Yo propongo que a este río se le vuelva a llamar con su nombre original –registrado por los mismos invasores-, Río Tabasco.
Más allá de los absurdos que hacen politiquería a pesar de tratarse de “expertos” y estudiosos historiadores, antropólogos, arqueólogos, hay que celebrar los cambios anunciados por la Ciudad de México.
P.d. Mi videocolumna sobre el tema: